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viernes, 21 de marzo de 2014

Si una falta como el exceso de alcohol puede ocasionar a un automovilis­ta consecuencias terribles para él y para los demás, no es difícil suponer que el rechazo empedernido de Dios tenga peores consecuencias.


El pecado y su perdón

P. Pedro Trevijano, sacerdote

No nos es posible tener el sentido auténtico del pecado, si no tenemos
 el sentido de Dios, de su santidad, del llamamiento que nos dirige.

Siempre se ha considerado la Cuaresma como un período especial de penitencia y conversión. El miércoles de Ceniza, cuando se nos impone ésta, se nos dice: «convertíos y creed en el evangelio». Nuestra conversión supone nuestra lucha contra el pecado y por tanto creer en la Buena Nueva de su perdón. El sacramento de la Penitencia tiene su origen por una parte en la experiencia de la realidad del pecado en el interior de la comunidad cristiana, y por otra en el convencimiento que el pecado del cristiano puede ser superado, si hay una verdadera conversión, por el poder del perdón de Dios transmitido a la Iglesia por medio de Jesús.

En consecuencia el camino del cristiano para superar el pecado va a ser el de la fe y esperanza, pues el cristiano no puede hablar de pecado y culpa, sin hablar también de perdón y reconciliación, que es lo que hace que el Evangelio sea la Buena Noticia y no una amenaza. Experimentamos con dolor que no respondemos a lo que Cristo espera de nosotros, y que en lugar de dejarnos llevar por el espíritu de Cristo, una y otra vez seguimos el «espíritu de este mundo». Pero la misericordia de Dios es más grande que nuestras infidelidades, ya que a los que después del Bautismo hemos caído en pecado, Dios nos ofrece más posibilidades de conversión, gracias al sacramento de la peniten­cia. Pero para comprender este sacramento primero conviene comprender de qué realidad hemos sido o debemos ser perdonados.

No nos es posible tener el sentido auténtico del pecado, si no tenemos el sentido de Dios, de su santidad, del llamamiento que nos dirige. «Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 386).

El pecado por tanto pertenece al orden religioso moral, suponiendo un No de la persona humana que se encierra en sí misma y no realiza la apertura y don de sí que se espera de ella, con respecto no sólo de Dios, sino también del prójimo y de la creación entera, consistiendo su sentido teológico en que, a la luz de la fe, el comportamiento pecaminoso suficientemente grave aparece como ruptura consciente y voluntaria de la relación con el Padre, con Cristo y con la comunidad eclesial.

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