por Jorge Espinosa Cano
“La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”, nos decía el Papa Francisco durante su visita a Río de Janeiro el 27 de julio del 2013, en un mundo donde la pluralidad del pensamiento parece que ya es parte integral de la vida, no olvidemos sin embargo que en otras regiones algunos gobiernos islámicos declaran que esta libertad es contraria a la ley, y en algunos países como la Cuba de los Castro se dieron a la tarea de extirpar la fe durante muchos años simple y llanamente con persecuciones a los creyentes.
Lo que puede considerarse como un valor de la sociedad moderna como lo expresó el Papa Francisco ha sido sin embargo utilizada no pocas veces como ideológica con enfoques políticos en los llamados Estados liberales o capitalistas, de tal manera que una cosa ha sido el concepto filosófico y otra muy diferente su aplicación.
Se puede decir que desde que la política moderna identificó que la clave del control social se encontraba en la educación los gobiernos se enfocaron en crear una historia muy influida en sus conceptos por la masonería.
Hay un punto estelar desde donde podemos decir que se inicia el auge de estas ideas, es la revolución francesa a la que recordamos casi siempre bajo los lemas de “libertad”, “fraternidad” e “igualdad” y se nos olvida o se le da poca importancia al hecho de que este movimiento llegó a los peores excesos devorando a sus propios hijos.
Siempre se nos presentan a los personajes de la revolución como hombres ilustres, llenos de sabiduría, cuyas mentes alumbrarían el futuro de la humanidad para llevarla por derroteros de paz y progreso. Hombres sobre todo tolerantes y respetuosos de la ideas.
En la práctica la mayoría de estos revolucionarios fueron furibundos anticristianos que fomentaron toda clase de atrocidades contra la Iglesia y podemos decir contra el orden cristiano, por ejemplo en el “Contrato Social” decía Rousseau: “Todas las religiones tiene sus defectos, pero el cristianismo romano es una religión tan evidentemente mala que es perder el tiempo el entretenerse en demostrarlo" y Voltaire va más lejos diciendo que “la religión cristiana es una religión infame y hay que recorrer todo el mundo arriesgando todo si es necesario para destruirla” y en un arranque de soberbia increíble dice que si con 12 hombres se propagó bastará uno ( o sea él) para destruirla. Hoy no sabemos dónde se encuentra Voltaire, pero sí sabemos que la Iglesia sigue viva.
Así, no podemos pensar con seriedad que los promotores de la idea del laicismo en verdad eran hombres neutrales que proponían un sistema respetuoso de la conciencia.
El laicismo se ha presentado como una especie de religión cuyo culto es el nacionalismo y en donde el Estado pasa a ocupar el sitio de Dios, las constituciones pasan a ocupar el sitio de la Biblia, y los legisladores sobre todo últimamente quieren pasar a usurpar las funciones de la iglesia y del Papa determinando lo que es bueno y lo que es malo.
En general en el mundo moderno los políticos han usado este término como sinónimo de libertad, en realidad lo que buscan en el fondo es que no haya ninguna institución, sobre todo la Iglesia católica que les haga sombra en el uso de la autoridad y mucho menos pueda ser una especie de conciencia o juez sobre sus actos, por lo que las estrategias usadas para eliminarla han sido casi siempre las mismas; primero confiscar todos sus bienes y después mantener una campaña permanente y sistemática difundiendo sus errores y además magnificándolos, sacándolos de contexto e inventando impunemente muchos otros.
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