4.
El tema central en Macbeth: ¿es "la ambición" o "el
pecado"?
"Mira que a
veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en
dones que parecen inocentes." (Macbeth 1er acto, escena III)
Terminado
el análisis realizado en el marco de la naturaleza humana, dejaremos el
campamento base al que hemos llegado de la mano de Dalrymple, e intentaremos el
asalto a la cumbre. Entramos de lleno al mundo sobrenatural, y consideramos la
misma historia de Macbeth, los mismos hechos, a la luz de la vida de la gracia
y del pecado.
Mostraremos
lo que sucede cuando "el pecado entra en el hombre", tal como lo
desarrolla Joseph Pearce, conocido escritor católico, que introduce en su
análisis la esfera del mundo sobrenatural. Pearce está expresa y
particularmente interesado en una visión "sobrenatural" de Shakespeare,
y explora "las claves católicas de su literatura".
Para
Kenneth Colston, en su trabajo sobre "Macbeth
y el drama del pecado" es el pecado, y no el crimen, el tema central:
"El crimen es la transgresión de la ley humana, que es en sí, para algunos
lectores modernos, la manipulación arbitraria del poder para mantener el poder;
por lo tanto, el crimen es una mera lucha por el poder. Por otro lado, el
pecado es la alteración del orden natural y divino, que es racional y bueno. El
crimen tiene sólo tácticas, errores y arrepentimientos. El pecado es
identificado por el temor y la culpa, lo que implica el respeto a lo divino y
al derecho." Y agrega que "no se supone que Macbeth sea un tratado de teología moral, pero es clásica su
presentación del pecado. Muchas preguntas sobre la obra pueden ser respondidas
por sus supuestos ortodoxos y sus inferencias sobre la naturaleza del pecado. De
hecho, las nociones preliminares clave sobre el pecado son cruciales para
entender las primeras escenas de la obra."[1]
La
ambición humana es una cosa y el pecado otra. Al explorar la misma historia
considerando los crímenes cometidos en ella como factores de perdición
espiritual para sus protagonistas, podemos hacer un análisis más completo, sin
"forzar" las conclusiones a través de elementos subjetivos. Así,
creemos posible afirmar que la gracia y el pecado estaban presentes en los
pensamientos de Macbeth, a tal punto que poner el acento en afirmar que
"el tema de Macbeth" es la
ambición, sería simplificar demasiado. El análisis del texto permite leer entre
líneas una visión del mundo sobrenatural bastante completa en el modo de
considerar los actos de la persona y del gobernante.
«El que confiesa
sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados; si tú también te acusas,
te unes a Dios. El hombre y el pecador son por así decirlo, dos realidades:
cuando oyes hablar del hombre es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del
pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú has hecho
para que Dios salve lo que Él ha hecho... Cuando comienzas a detestar lo que
has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus obras
malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas.
Haces la verdad y vienes a la luz (S. Agustín)»
Si
Shakespeare quiso describir en Macbeth
las consecuencias de romper las barreras éticas "naturales" por las
razones ligadas a la ambición, queda por determinar si quiso -en forma paralela y simultánea-
describir todo lo que rodea al mismo crimen considerándolo también como un
pecado, es decir, accediendo a un terreno que está más allá de la naturaleza.
Para
verificar esta suposición, repasamos el texto eligiendo los párrafos que hacen referencia
al mundo sobrenatural, para contemplarlos luego en conjunto.
Al
realizar esta tarea, vemos claramente en Macbeth una descripción bastante
completa de los pasos y etapas presentes en la comisión de actos pecaminosos
graves:
·
curiosidad
·
atracción
·
tentación
·
hesitación
·
rechazo
temporario
·
toma
de conciencia del acto
·
realización
·
"arrepentimiento"
·
consciencia
del estado de pecado
·
aceptación
de formar parte del "reino de las sombras"
·
invocación
demoníaca, y
·
conciencia
de la pena eterna.
Intentemos
mostrar los fundamentos de esta observación, repasando el texto siguiendo las
conciencias del rey y de la reina. Constataremos a lo largo de la obra que los
protagonistas van mostrando en sus diálogos y monólogos referencias inequívocas
para todo aquel que tenga un elemental conocimiento de la vida sobrenatural y
de la contraposición entre el mundo de la virtud de la gracia y el del pecado.
Veamos
las que nos parecen más significativas.
4.1.
La curiosidad
Con
la curiosidad nos metemos de lleno en el terreno de "lo prohibido".
Un lugar en el que somos vulnerables y en que podemos sentirnos los dueños absolutos
de nuestro destino más que los descubridores del sentido de nuestra existencia.
Alguien al oído nos dice "seréis como dioses...", y nos metemos de
cabeza, de mil diversas maneras, en el mundo de lo prohibido, actuando como si
fuéramos nuestros propios señores, cuando lo que nos corresponde es obedecer. Atraídos
por la curiosidad, que es siempre la mayor y primera trampa del hombre, como lo
fue en el paraíso, cedemos ante nuestra razón o nuestras pasiones, ante la
ambición, la vanidad y el afán de poder. Quien nos dice "seréis como
dioses", sabe que si con la curiosidad logra abrir una pequeña brecha, la
tentación ocupara rápidamente la escena.
De
allí las advertencias: "No entres por la senda de los malos, ni vayas por el camino de los hombres
perversos. Evítalo, no pases por él, apártate de él y sigue adelante" (Pr 4, 14-15)
"Cuándo
la mujer vio que el árbol era bueno para comer, agradable a la vista y
excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su
marido, que comió igualmente" (Gn.
3, 6).
Cuando
Macbeth, Barón de Glamis, concurre por primera vez a las brujas, lo hace movido
por la curiosidad respecto de su futuro. Las brujas lo saludan como Barón de Glamis,
Barón de Cawdor y futuro rey, estando ocupados a la sazón los dos últimos
lugares. Y Macbeth no rechaza la idea en el acto, como sería quizás lo lógico.
Acuciado por la curiosidad se intriga más y pregunta: ¿cómo será esto?: “¡Esperad,
imperfectas hablantes, decid más! Por la muerte de Sinel soy Barón de Glamis,
mas, ¿cómo de Cawdor? El Barón de Cawdor vive y continúa vigoroso; y ser rey
traspasa el umbral de lo creíble, tanto como ser Cawdor."[2]
4.2.
La tentación
Cuando
Jesucristo nos enseña a rezarle al Padre, nos hace pedirle que no nos deje caer
en la tentación y que nos libre del mal. La tentación está siempre atrás de la
curiosidad cuando iniciamos el camino del mal. Shakespeare lo sabía bien.
Banquo se pregunta al desaparecer las brujas si el hecho sucedió, y si
efectivamente hablaron con las brujas, que también a él le anunciaron que sus
hijos serían reyes: "¿Estaban aquí los seres de que hablamos? ¿No habremos
comido la raíz de la locura, que hace prisionera a la razón’ (…) Las fuerzas de
las sombras nos dicen verdades, nos tientan con minucias, para luego engañarnos
en lo grave y trascendente"[3].
Tentación con minucias y engaño en lo grave y trascendente. Toda una
definición.
Rechazar
el mal que nos atrae y que se nos presenta como un bien, tiene que ver con el
primer pensamiento que surge mucho antes de cualquier acto externo. Cualquiera
sea la tentación, podemos no tener mucho tiempo para consideraciones. La
conciencia advierte a la razón pero la voluntad va por otro camino, y la razón
puede obrar a favor del bien o del mal. Y cuando ocupamos la mente pensando en lo
atractivo de las consecuencias del pecado, esos pensamientos terminan actuando
objetivamente como factor disolvente de nuestras reservas a favor del bien.
Macbeth
muestra el paso de la curiosidad a la tentación, con lo que prueba su
conocimiento del funcionamiento de la conciencia del hombre que ve el objeto de
su deseo con una perspectiva sobrenatural, que constata que su satisfacción le
exigirá un crimen y se horroriza, al confirmarle Ross que ha sido designado
Barón de Cawdor: “... ¿por qué cedo a esa tentación cuya hórrida imagen
me eriza el cabello y me bate el firme corazón contra los huesos violando las
leyes naturales?"[4].
La
conciencia moral de Macbeth lo previene apenas escucha las profecías de las
brujas, pero luego da rienda suelta a su imaginación y cede rápidamente a la
ambición: "¡Los temores reales son menos horribles que los que inspira la
imaginación! ¡Mi pensamiento, donde el asesinato no es aún más que vana sombra,
conmueve hasta tal punto el pobre reino de mi alma, que toda facultad de obrar
se ahoga en inquietudes y nada existe para mí sino lo que no existe todavía!".[5]
Lady
Macbeth reforzará la tentación reafirmando la idea seductora de un destino
elevado: "Eres Glamis, y Cawdor, y serás lo que te anuncian."[6]
4.3.
La duda y el deseo de rechazar el mal
El
pecado es la elección libre, consciente y voluntaria del mal. Una
característica típica es que por su intermedio deseamos conseguir algo que nos
gustaría tener, a través de un acto que preferiríamos no cometer. Nos gustaría
disponer de los frutos del pecado, pero sin pecado. Macbeth lo tiene claro.
Quiere ser rey, pero preferiría llegar a serlo de una forma más ética... A tal
punto que por un momento parece expresar el vago deseo de que preferiría no
cometer el regicidio: "si el azar me quiere rey, que me corone sin mi
acción"[7].
4.4. Inclusión del mundo sobrenatural en la
historia
Macbeth
y su mujer nos muestran todo el tiempo que su pensamiento incluye el mundo
sobrenatural, como cuando él reconoce el carácter de la ciencia de las brujas
como "más que humana"[8],
y ella le habla del "círculo de oro con que destino y ayuda
sobrenatural" parecen coronar a su marido. Efectivamente, en el texto de
la carta que envía a su mujer cuando comparte con ella el secreto de su
ambición, Macbeth confirma la ciencia "extrahumana" de las brujas,
sea su actividad la adivinación o la simple y llana brujería: «Me salieron al
paso el día del triunfo, y he podido comprobar fehacientemente que su ciencia
es más que humana. Cuando ardía en deseos de seguir interrogándolas, se
convirtieron en aire y en él se perdieron. Aún estaba sumido en mi asombro,
cuando llegaron correos del rey y me proclamaron Barón de Cawdor, el título con
que me habían saludado las Hermanas Fatídicas, que también me señalaron
el futuro diciendo: "¡Salud a ti, que serás rey!". He juzgado
oportuno contártelo, querida compañera en la grandeza, porque no quedes privada
del debido regocijo ignorando el esplendor que se te anuncia. Guárdalo en
secreto y adiós.»[9]
Lady
Macbeth se refiere al pecado que deberán cometer para ocupar el trono cuando
analiza las condiciones morales que actuarán como frenos en Macbeth para
cometer el crimen, y se prepara para convertirse en su principal impulsora y
compartir el protagonismo,: "Eres Glamis, y Cawdor, y serás lo que te
anuncian. Pero temo por tu carácter: que está muy empapado de la leche de la
bondad para tomar el atajo. Tú quieres ser grande y no te falta ambición, pero
sí la maldad que debe acompañarla. Quieres la gloria, pero que llegue mas por
la virtud; no quieres jugar sucio, pero sí ganar mal. Gran Glamis, tú codicias
lo que reclama «esto has de hacer si me deseas», y hacer eso te infunde más
pavor que deseo de no hacerlo. Ven deprisa, que yo vierta mi espíritu en tu
oído y derribe con el brío de mi lengua lo que te frena ante él."[10]
4.5.
Reconocimiento del servicio como misión y deber
El
pecado nos afecta en el recto camino de nuestra misión en la vida,
impidiéndonos realizar aquello para lo que estamos hechos y haciéndonos bajar
el rendimiento que se espera de nosotros. Cuando elegimos una vida de pecados
graves y continuos, directamente nos saca del camino, y empezamos a caminar en
cualquier dirección, menos la correcta. Cuando Duncan "asciende" a
Macbeth en la escala social, le ratifica en su misión de noble al servicio de
la corona, renovando el sentido integral de su vida. Macbeth sabe que su misión
y su deber es servir al rey, y lo reconoce. Por lo tanto, lo que ha de suceder
no solo es un crimen sino que provocará que Macbeth reniegue de una vocación
que manifiesta conocer y aceptar. Cuando se encuentra con Duncan, este advierte
curiosamente -al mismo tiempo parece no desconfiar- que "no hay arte que
descubra la condición de la mente en una cara. El (Cawdor) era un caballero en
quien fundé mi plena confianza."[11]
Al hacer este comentario a Malcom, justo antes de la entrada de Macbeth con
Banquo, Ross y Angus, parecería que el rey no sabe que está reemplazando a un
traidor por otro. Macbeth le ratifica la aceptación de sus deberes de vasallo
fiel: "demostraros mi lealtad y mi servicio ya es bastante recompensa. Os
corresponde acoger nuestros deberes, y nuestros deberes, para el trono y la
nación, son como hijos y sirvientes, que cumplen su papel protegiendo vuestro
honor y vuestro afecto"[12].
Esa declaración fue una expresión de máxima hipocresía, o tal vez Macbeth no
había asumido aún las consecuencias de la acción que habría de cometer, ni aceptado
plenamente el nuevo camino que estaba eligiendo.
4.6.
Hay un momento en que la conciencia del pecado es plena
Sin
conciencia no hay pecado. Y cuando hay conciencia, hay culpa. En un momento, se
sabe lo que se va a hacer y se sabe que es malo y no se debería hacer, y que se
va a realizar a pesar de todo, incluso con el riesgo de condenación por una
accidental "muerte súbita". Tanto Macbeth como su mujer toman
libremente la decisión de cometer el crimen, sabiendo que era un crimen. Cuando
el rey anuncia el nombramiento de su primogénito Malcolm, en adelante príncipe
de Cumberland, como futuro heredero del reino, Macbeth ve el obstáculo.
Reflexiona nuevamente sobre la maldad de la mala acción por cometer, que todavía
puede realizar o evitar, y toma la decisión de hacer lo que sea necesario para
ser rey: "Príncipe de Cumberland: he aquí un tropiezo que me hará caer si
no lo supero, pues me impide el paso. ¡Astros, extinguíos! No vea vuestra luz
mis negros designios, ni el ojo lo que haga la mano; mas venga lo que el ojo teme
ver cuando suceda."[13]
Lady
Macbeth ratificará también esa misma decisión cuando Macbeth le anuncia la
llegada del rey por la noche. Le pregunta entonces a su marido: "¿y cuándo
se va?", "mañana, según su intención" le responde Macbeth. Su
mujer pronuncia entonces su decisión: "¡Ah, nunca verá el sol ese mañana!
... del huésped hay que ocuparse; y en mis manos deja el gran asunto de esta
noche que a nuestros días y noches ha de dar absoluto poderío y majestad."[14]
4.7.
Como un pecado pude ser más grave aún
Dentro
de toda su gravedad, un pecado puede aún ser más grave cuando se le agrega la
invocación a los "espíritus del mal" a la debilidad humana que accede
a la caída. Shakespeare lo sabe, y nos lo muestra en el momento en que un
mensajero anuncia a lady Macbeth la llegada del rey a su casa. Ella expresa en
su monólogo mucho más que los pormenores de una "caída por debilidad"
con una invocación a lo más obscuro existente, lo directamente demoníaco:
"Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme la
ternura y llenadme de los pies a la cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme
la sangre, tapad toda entrada y acceso a la piedad para que ni pesar ni
incitación al sentimiento quebranten mi fiero designio, ni intercedan entre él
y su efecto. Venid a mis pechos de mujer y cambiad mi leche en hiel, espíritus
del crimen, dondequiera que sirváis a la maldad en vuestra forma invisible.
Ven, noche espesa, y envuélvete en el humo más oscuro del infierno para que mi
puñal no vea la herida que hace ni el cielo asome por el manto de las sombras
gritando: « ¡Alto, alto!» "[15].
La invocación de Lady Macbeth solo se entiende si la visión de Shakespeare del
mundo del pecado es completa.
4.8.
El disimulo como herramienta del pecador
Para
que sus víctimas caigan en sus trampas sin darse cuenta, el pecador utiliza el
engaño. Actúa con disimulo porque su reino es el de las sombras, y para lograr
sus fines con más facilidad. De esta forma, quienes lo rodean se confunden y
llegan a atribuirle virtudes
inexistentes, lo que no harían si sus pecados estuvieran todos a la luz del
sol. Cuando Macbeth y lady Macbeth finalmente se encuentran en los momentos
previos al crimen, la mujer -temerosa además de la debilidad de su marido- le
da instrucciones para que disimule sus intenciones: "Tu cara, mi señor, es
un libro en que se pueden leer cosas extrañas. Para engañar al mundo, parécete
al mundo, lleva la bienvenida en los ojos, las manos, la lengua. Parécete a la
cándida flor, pero sé la serpiente que hay debajo. Del huésped hay que
ocuparse; y en mis manos deja el gran asunto de esta noche que a nuestros días
y noches ha de dar absoluto poderío y majestad (…) Muéstrate sereno: mudar de
semblante señal es de miedo. Lo demás déjamelo."[16]
4.9.
Vacilación y consideración de las consecuencias del pecado
Cuando
el hombre vacila, antes de pecar, ya va
reconociendo las consecuencias que devendrán de su acción.
Macbeth
reconoce la injusticia de su acto y las consecuencias que le sobrevendrán en
esta y la otra vida, dado que las virtudes de la víctima "proclamarán el
horror infernal de este crimen" y evalúa las circunstancias emergentes -en
esta y en la otra vida- del posible crimen aún no cometido, la injusticia del
mismo y su propio deber de brindar seguridad al soberano en su propia casa:
"Si darle fin ya fuera el fin, más valdría darle fin pronto; si el crimen
pudiera echar la red a los efectos y atrapar mi suerte con su muerte; si el
golpe todo fuese y todo terminase, aquí y sólo aquí, en este escollo y bajío
del tiempo, arriesgaríamos la otra vida. Pero en tales casos nos condenan aquí,
pues damos lecciones de sangre que regresan atormentando al instructor: la
ecuánime justicia ofrece a nuestros labios el veneno de nuestro propio cáliz. Él
goza aquí de doble amparo: primero porque yo soy pariente y súbdito suyo, dos
fuertes razones contra el acto; después, como anfitrión debo cerrar la puerta
al asesino y no empuñar la daga. Además, Duncan ejerce sus poderes con tanta
mansedumbre y es tan puro en su alta dignidad que sus virtudes proclamarán el
horror infernal de este crimen como ángeles con lengua de clarín, y la piedad,
cual un recién nacido que, desnudo, cabalga el vendaval, o como el querubín del
cielo montado en los corceles invisibles de los aires, soplará esta horrible
acción en cada ojo hasta que el viento se ahogue en lágrimas. No tengo espuela
que aguije los costados de mi plan, sino sólo la ambición del salto que, al
lanzarse, sube demasiado y cae..."[17]
4.10.
Arrepentimiento provisorio...
Macbeth
toma conciencia por un momento de su bajeza y le plantea a Lady Macbeth la
posibilidad -sin mucha convicción- de no cometer el crimen, al tomar en cuenta
la gravedad de lo que está a punto de cometer y las consecuencias que
sobrevendrán,: "No vamos a seguir con este asunto. El acaba de honrarme y
yo he logrado el respeto inestimable de las gentes...". [18]
4.11.
La importancia que le damos a la imagen que proyectamos
Los
hombres le damos muchas veces más importancia al parecer que al ser, y nada
deseamos menos que ser considerados como débiles o cobardes, y menos por
nuestra propia mujer.
Para
darle ánimo y terminar de convencerlo, la mujer ejerce entonces toda la presión
sobre la hombría de Macbeth: "¿Estaba ebria la esperanza de que te
revestiste? ¿O se durmió? ¿Y ahora se despierta mareada después de sus excesos?
Desde ahora ya sé que tu amor es igual. ¿Te asusta ser el mismo en acción y
valentía que el que eres en deseo? ¿Quieres lograr lo que estimas ornamento de
la vida y en tu propia estimación vivir como un cobarde, poniendo el «no me
atrevo» al servicio del «quiero» como el gato del refrán?". [19]
Macbeth, entonces, cede: "¡Ya basta! Me
atrevo a todo lo que sea digno de un hombre. Quien a más se atreva, no lo
es."[20] Por
las dudas, Lady Macbeth aumenta la presión: "Entonces, ¿qué bestia te hizo
revelarme este propósito? Cuando te atrevías eras un hombre; y ser más de lo
que eras te hacía ser mucho más hombre. Entonces no ajustaban el tiempo y el
lugar, mas tú querías concertarlos; ahora se presentan y la ocasión te
acobarda."[21]
4.12.
Preparación, ejecución del acto y consideración sobre el destino del alma de
Duncan
A
partir de aquí, la suerte del rey está echada, y sobreviene la ejecución del
asesinato, bajo la conducción y con el impulso de lady Macbeth. Cometido el
acto, Shakespeare pone en labios de Macbeth, al sonar de una campana, la
conciencia del destino eterno del alma de Duncan: “... está hecho; me invita la
campana. No la oigas, Duncan, pues toca a muerto y al cielo te convoca, o al
infierno."[22]
Macduff
anuncia el crimen también en términos casi "religiosos": "El
estrago ya creó su obra maestra. El crimen más sacrílego ha irrumpido en el
templo consagrado del Señor y le ha robado la vida al santuario."[23]
Así, encontramos que la consideración del Bardo sobre el destino eterno del
alma de Duncan no es un pequeño accesorio ornamental del texto. Es una
ratificación de la creencia en luego de esta vida seremos convocados al cielo o
al infierno.
4.13.
El pecado y sus consecuencias en la vida terrenal
Shakespeare
nos advierte que el pecado no solo tiene consecuencias en nuestro propio mundo
espiritual. También repercute con fuerza en lo que nos queda de vida terrenal.
Macbeth lo ve, lo reconoce claramente, y asume al instante las consecuencias
que su acto pecaminoso provocarán en su vida: "Hubiera muerto yo una hora
antes y mi vida habría sido una dicha; desde ahora, ya no hay nada serio en la
existencia; todo son minucias: honor y renombre han muerto, el vino de la vida
se ha agotado y no queda en la bodega más que el poso."[24]
Cuando
se analiza la obra en nuestros días, se excluyen sin embargo estos temas que
son constitutivos de la obra y relevantes. El problema de no ver estas
realidades en estos días, afirma Kenneth Colston, es que "entendemos los
juegos amorales acerca del poder, pero no apreciamos guerras morales que se refieren
al bien y al mal (…) La grandeza trágica de Macbeth
está en saber de principio a fin cómo el pecado daña su humanidad. El pecado no
se limita a socavar las normas divinas; nos arruina como criaturas. El
Catecismo de la Iglesia Católica define al pecado de la manera que Macbeth lo
mostrará: "El pecado es una ofensa a la razón, a la verdad, a la
conciencia recta; es faltar al amor verdadero de Dios y al prójimo a causa de
un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta
contra la solidaridad humana””[25].
4.14.
Consideraciones espirituales adicionales
En
su diálogo con los futuros asesinos de Banquo menciona Macbeth al Evangelio y
el destino del alma de su nueva víctima. Para convencerlos de ocuparse de su
próxima víctima, Macbeth no duda en utilizar cínicamente un argumento
"espiritual”: "Sabed que en el pasado era él quien os tenía en la
penuria, cuando vosotros lo achacabais a mi inocente persona. Os lo probé en
nuestra última entrevista y os probé sobradamente cómo os burló y os estorbó;
los medios, quién fue partícipe y todo cuanto a un bobo o a un demente le
diría: «Fue Banquo». ... Y fui más lejos, lo que ahora es el fin de esta
reunión. ¿Tanto os domina la paciencia que podéis perdonar esto? ¿Tanto os guía
el Evangelio que rezaréis por este hombre bueno y su progenie, cuyo rigor os
lleva humillados a la tumba y convierte a los vuestros en mendigos?"[26].
Y cuando estos deciden aceptar la realización del crimen, remata Macbeth:
"Está decidido. Banquo, si tu alma va a la gloria, esta noche ha de
ganarla."[27]
4.15.
Invocación adicional al reino de las sombras
Cuando
Macbeth se desbarranca totalmente, y anuncia a Lady Macbeth la acción prevista,
ya incorpora su invocación a las fuerzas del mal: "Antes que dé fin el
enclaustrado vuelo del murciélago y a la llamada de la negra Hécate el zumbido
del inmundo escarabajo anuncie la noche soñolienta, se habrá cumplido una
acción de horrible cuño."[28]
Y realiza su invocación a las sombras: "Ven, noche cegadora, véndale los
tiernos ojos al día compasivo y con tu mano sangrienta a invisible anula y
destruye el gran vínculo que tanto me horroriza. La noche se espesa y hacia el
bosque tenebroso vuela el cuervo. La bondad del día decae y reposa, y acechan
los negros seres de las sombras. Oírme te pasma. Más no estés inquieta: lo que
el mal emprende con mal se refuerza. Te lo ruego, ven conmigo."[29]
Y
al prepararse Macbeth para el desenlace de la historia, recurre nuevamente a
las brujas, y las conjura en términos que provienen claramente del reino de las
sombras: "Bien, sombrías y enigmáticas brujas de medianoche. ¿Qué hacéis?
... Yo os conjuro, en nombre de vuestro arte, cualquiera que sea su fuente, que
me respondáis. Aunque desatéis los vientos y los lancéis contra las iglesias;
aunque el mar encrespado aniquile y se trague las embarcaciones; aunque se
abata el trigo verde y se derriben los árboles; aunque caigan los castillos
sobre sus guardianes; aunque se inclinen palacios y pirámides; aunque se
derrumbe el granero de gérmenes de la naturaleza hasta saciar a la propia
destrucción: responded a mis preguntas."[30]
4.16.
Conciencia, aceptación y estado de pecado
Hay
también otro efecto desgraciado de pecar, que consiste no solo en pecar una vez,
sino en ser atrapados por el mismo pecado, de modo que, sin preocuparnos ya de
buscar razones para responder a la conciencia, pasemos a cometerlo con
habitualidad,. Vamos así sin más consideraciones tras nuestro objetivo, empujados
por una avidez animal, tozuda, orgullosa y espiritualmente suicida puesto que
es el alma la que está en juego. Somos como los animales de presa, que se
abstienen de la sangre hasta que la gustan, pero una vez gustada la buscan
continuamente. La gracia apaga de igual modo la sed de pecar nacida con
nosotros, que se mantiene tranquila hasta que nosotros mismos la despertamos
con nuestros propios actos, que una vez realizados, como Macbeth, ya no podemos
contener. Pecamos, al mismo tiempo que reconocemos que el fruto del pecado es
la muerte.
Este
es con frecuencia el efecto inmediato de una primera transgresión, y si no es
siempre el efecto inmediato, favorece fuertemente al menos la tendencia. El
resultado de pecar es, a la corta o a la larga, que nos convertimos en
esclavos. La tentación es muy poderosa cuando aparece por vez primera; y su
poder radica entonces en la propia novedad -lo nuevo atrae- , pero por otro
lado, hay disponible en nuestro corazón una energía de origen divino capaz de
resistirla. Sin embargo, si hemos cedido al pecado por un período prolongado,
la mente se va modificando en sus hábitos y carácter, y alejado el Espíritu de
Dios por la suma de nuestras pequeñas decisiones, va abandonando la voluntad
mínima requerida para salvarnos de la muerte espiritual: "Dios, que te
creó sin ti, no te salvará sin ti", escribe san Agustín.
También
cuando prepara su crimen contra la familia de Macduff, y considerando con
anticipación la predicción de los acontecimientos por parte de las brujas,
Macbeth ratifica su elección del mal: "Quiero saber más; estoy decidido a
oír lo peor por el peor medio. Nada ha de estorbarme. Estoy tan adentro de un
río de sangre que, si ahora me estanco, no será más fácil volver que
cruzarlo."[31]
4.17.
Lady Macbeth: el pecado no es un desvarío mental involuntario
A
Lady Macbeth, por su parte, le pesa en la conciencia el crimen de Duncan, a
punto tal que habla en sueños. Macbeth llama al médico, quien es testigo de los
intentos imaginarios de lady Macbeth de lavarse las manchas de sangre:
"Aún queda una mancha. ¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera digo! La una, las dos;
es el momento de hacerlo. El infierno es sombrío. ¿Nunca tendré limpias estas
manos? ¡Siempre el hedor de la sangre!… Todos los perfumes de Arabia no
desinfectarían esta pequeña mano mía. ¡Ah, ah, ah!". [32]
Al
igual que Lady Macbeth, el médico reconoce rápidamente la diferencia entre un
pecado y una enfermedad: "A este mal no llega mi ciencia, actos
monstruosos engendran males monstruosos; almas viciadas descargan sus secretos
a una almohada sorda: más que un médico, necesita un sacerdote. Dios, Dios nos
perdone a todos. ... Pienso, mas no me atrevo a hablar"[33].
Y cuando aclara a Macbeth que lo que le quita el sueño "más que una
dolencia, es una tormenta una lluvia de visiones"[34],
Macbeth, como si hablara con un moderno psicólogo, conmina al médico: "Cúrala.
¿No puedes tratar un alma enferma, arrancar de la memoria un dolor arraigado,
borrar una angustia grabada en la mente y, con un dulce antídoto que haga
olvidar, extraer lo que ahoga su pecho y le oprime el corazón?"[35].
El
médico, sin animarse a repetir que Lady Macbeth necesita a un sacerdote más que
a un galeno, se limita a decirle a Macbeth que es el paciente quien "debe
ser su propio médico", despertando su ira de un modo que lo hará exclamar:
"¡La medicina, a los perros! A mí no me sirve." [36]
4.18.
El final de Macbeth muestra la claridad de sus ideas
Llegando
al otoño de la vida, Macbeth reconoce que sus acciones lo han llevado a un
lugar donde solo caben "maldiciones, calladas, pero profundas; palabras
insinceras", y a consecuencia de sus crímenes no puede pretender ni las
compensaciones humanas que deben acompañar la vejez, "como la honra, el
afecto, la obediencia, y los amigos sin fin". Como si esto no fuera
suficiente, el horror, que antes había sido algo que su espíritu rechazaba, se
termina convirtiendo en algo connatural: "me he saciado de espantos, y el
horror, compañero de mi mente homicida, ya no me asusta."[37]
Así,
cuando le anuncian la muerte de la reina, pronuncia el célebre monólogo que
expresa en que se ha ido transformando su visión del mundo, nihilista y ya
vacía de "sobrenaturalidad": "Había de morir tarde o temprano;
alguna vez vendría tal noticia. Mañana, y mañana, y mañana se arrastra con paso
mezquino día tras día hasta la sílaba final del tiempo escrito, y la luz de
todo nuestro ayer guió a los bobos hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve
llama! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata
y contonea y nunca más se le oye. Es un cuento que cuenta un idiota, lleno de
ruido y de furia, que no significa nada."[38]
Macbeth
ve también con claridad -al constatar el avance del bosque- lo que había en
realidad detrás de las predicciones de las brujas («nada temas hasta que el
bosque de Birnam venga a Dunsinane»[39]),
y que lo que fue su ilusión en realidad fue el gran engaño que puede hacer
perder a todo hombre: "ya recelo los equívocos del diablo, que miente bajo
capa de verdad." [40]
4.19.
Macbeth reitera su voluntad de seguir matando, y se dispone a morir...
Chesterton
destaca la hombría de Macbeth que al enfrentar el peligro de la muerte
inminente, decide morir decide morir luchando y matando, pero ya no para
defender a su rey y a su patria, sino porque no encuentra en su alma desvariada
otra razón para vivir que no contenga el crimen como modus vivendi: "Si se confirma lo que dice el mensaje, tan
inútil es huir como quedarse. Empiezo a estar cansado del sol, y ojalá que el
orden del mundo fuese a reventar. ¡Toca al arma, sople el viento, venga el fin,
pues llevando la armadura he de morir!"[41]
y descarta la idea de suicidio, que también pasa por su mente: "¿Por qué
voy a hacer el bobo romano y morir por mi espada? Mientras vea hombres vivos,
en ellos lucen más las cuchilladas."[42]
Finalmente
se dispone a morir a manos de Macduff, a quien confiesa: "De todos los
hombres sólo a ti he rehuido. Vete de aquí: mi alma ya está demasiado cargada
de tu sangre."[43]
En
el diálogo que mantienen mientras se enfrentan, Macduff -que también tiene
presente el mundo sobrenatural aún en el medio del fragor de una lucha a
muerte- le previene de las predicciones y encantamientos, diciendo una breve
frase cargada de significado: " No te fíes del hechizo, y deja que el
demonio a quien aun sirves te diga que del vientre de su madre fue arrancado
Macduff antes de tiempo.”[44]
Son
útiles las características que atribuye San Ignacio de Loyola a un alma en
estado de desolación para entender el estado espiritual al que llega Macbeth al
final de su existencia: "oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a
las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones,
moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa,
tibia, triste y como separada de su Creador y Señor". Macbeth
en su lucha final transmite claramente ese estado, y llegando a su propio fin terrenal, tiene las ideas claras acerca de lo
que se puede esperar de los demonios: "no creamos ya más en demonios que
embaucan y nos confunden con esos equívocos, que nos guardan la promesa en la
palabra y nos roban la esperanza". [45]
4.20. Nunca debemos perder la
esperanza de salvarnos
Queda por saber si Macbeth se
salvó o se condenó para la eternidad. Shakespeare seguramente sabe que no le
toca al hombre conocer el destino final de las almas, por lo menos antes de su
propio final temporal, por lo que sería infringir esta regla general afirmar la
condenación de Macbeth. Pero cabe preguntarse si todos los juicios morales que
va desgranando él mismo sobre sus propios actos a lo largo de la obra son
"ornamentos literarios" o pistas que distribuye el autor, destinadas
a generar en el público reflexiones con un propósito moralizante. Si, como escribe
Newman[46],
los juicios morales implícitos de Shakespeare expresan "sus puntos de
vista de las realidades externas; sus juicios sobre la vida, las costumbres y
la historia", debería caer de su propio peso el "mensaje moral"
implícito. Y ¡que desafío poder ampliar al resto de la obra literaria del Bardo
un análisis completo de su "mensaje moral implícito", que sumado al
del Quijote de Cervantes, y al mucho
más explícito del Dante pondrían a los tres grandes clásicos a
"trabajar" post mortem para
la conversión de las almas!
Las últimas palabras de Macbeth,
en las que reconoce haber sido embaucado, confundido y desesperanzado, quizás
son las que hacen pensar a Chesterton -en El
amor o la fuerza del sino- que al final Macbeth se salva, suponiendo que
ese razonamiento correcto lo lleva al arrepentimiento de todas sus faltas y al
deseo de no haberlas cometido nunca. Mientras esperamos conocer algún día la
verdad encerrada en el pensamiento de Shakespeare, nos quedamos con la
conclusión del propio Chesterton: "esté donde esté ahora el matrimonio
Macbeth, lo que sí es seguro es que ambos están juntos"[47].
En los tiempos que corren, no sería poco...
[1] Kenneth Colston,
“Macbeth y el drama del pecado" - Macbeth and the Tragedy of Sin
[3] Macbeth I-3
[4] Macbeth I-3
[5] Macbeth I-3
[7] Macbeth I-3
[8] Macbeth I-5
[9] Macbeth I-5
[10] Macbeth I-5
[12] Macbeth I-4
[13] Macbeth I-4
[15] Macbeth I-5
[16] Macbeth I-5
[18] Macbeth I-7
[19] Macbeth I-7
[20] Macbeth I-7
[21] Macbeth I-7
[22] Macbeth II-1
[24] Macbeth II-5
[26] Macbeth III-1
[27] Macbeth III-1
[28] Macbeth III-2
[29] Macbeth III-2
[31] Macbeth III-4
[32] Macbeth IV-1
[33] Macbeth V-1
[34] Macbeth V-3
[35] Macbeth V-3
[37] Macbeth V-5
[38] Macbeth V-5
[39] Macbeth IV-1
[40] Macbeth V-5
[41] Macbeth V-5
[42] Macbeth V-7
[44] Macbeth V-7
[45] Macbeth V-7
[46] Cardenal John Henry Newman - Conferencia en la
Facultad de Filosofía y Letras
[47] “Los Macbeths” de G.K. Chesterton en El Amor O La
Fuerza Del Sino - Editorial RIALP
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