Al inicio de la campaña por el balotaje, el señor José Mujica se identificó con el triunfo del Frente Amplio en primera vuelta. Violó el numeral 5º del art. 77 de la Constitución: “El Presidente de la República y los miembros de la Corte Electoral no podrán formar parte de comisiones o clubes políticos, ni actuar en los organismos directivos de los partidos, ni intervenir en ninguna forma en la propaganda política de carácter electoral.”
La transgresión no sorprende. En él se hizo costumbre. Pero en nosotros no. Ni aun en las postrimerías de su mandato hemos de resignarnos a tomar sus expresiones “como de quien viene” ni vamos a justificárselas por ser un resultado esperable de su barbaridad matriz, según la cual la política está por encima del Derecho.
En el Uruguay, no habituarse a que el Presidente intervenga en el quehacer electoral es un deber ciudadano, porque es custodiar normas que fueron fruto de durísimas batallas contra los unicatos.
Más allá de la injertada —e importada— división en izquierda y derecha, todos debemos luchar para que en la liza comicial no interfiera el jefe de Estado, Presidente de todos, a quien la Constitución entrega el poder inmenso de la Administración para servir el interés público y no para apuntalar campañas de correligionarios.
Desde el sosiego de su audición propia —no embalado por una movilera—, el Presidente dijo que los opositores son “fieles a sus intereses, pero sobre todo a sus visiones de clase… Nos odian porque somos de abajo. No pueden aceptar que gobernemos… tienen esa terrible aversión y cuasi intolerancia intelectual’.
Con estas palabras, no describió a la oposición. Expuso su método: no rebatir razones sino descalificar al adversario, clasificándolo en casilleros clasistas donde el odio figura en el repertorio de él, pero no en el de quienes vamos a votar a mano alzada contra el continuismo.
Los opositores a los desbordes mujiquistas no nos movemos por “intereses” ni por “visiones de clase”. Lo que repudiamos es la chabacanería, la incultura, la palabrota y la degradación de la lógica con que el Presidente argumenta. Lo sentimos “de abajo” en su actitud, no en la clase trabajadora con que dice identificarse… desde afuera del trabajo. Defendemos un ideal de persona y de gobierno, por encima de nuestra buena o mala fortuna. Sustentamos valores. Sentimos que Vaz Ferreira tenía dolorosa razón cuando, a la caída del primer Perón, sentenció: “Los gobiernos que corrompen hacen, a veces, aun más daño que los que matan.” Es que si se trivializa la contradicción —“como te digo una cosa te digo la otra”— se paraliza la inclinación a pensar y deja de interesar la libertad de pensamiento.
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