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lunes, 2 de septiembre de 2013

Y ahora Siria. La guerra comenzó hace más de dos años. Ha habido ya 100.000 muertos, 4 millones de desplazados y 2 millones de refugiados. Y solo tras el ataque químico, pendiente de confirmar por la ONU, Obama decide que hay que intervenir.

Obama Premio Bush

Obama parece encadenado a su primera campaña electoral, la del We can, la que hizo de él una promesa de la “política bonita”. Era entonces un hombre joven y aquella experiencia y el deseo de gustar a todos parece haber marcado su carácter. Solo eso explica su decisión (no-decisión) de intervenir en Siria. Tanto el anuncio de que va a bombardear como el hecho de que el ataque esté sometido a la aprobación del Congreso y del Senado quizás responden a una necesidad de estima que puede tener consecuencias nefastas.

El actual presidente de los Estados Unidos fue aupado a la Casa Blanca por el rechazo a la gestión de Bush. Se presentaba como la alternativa a la polarización del republicano, como el hombre que iba a corregir los desmanes que habían provocado los neocon en Washington. Pero en este segundo mandato se ha hecho evidente que Obama más que un cambio ha protagonizado una reacción dialéctica. Y las reacciones siempre se parecen mucho al original. La fractura interna que dejó la presidencia de derechas se ha visto aumentada por una polarización liberal. La presión que ha ejercido el presidente sobre el Supremo para que diera vía libre al matrimonio homosexual es un ejemplo. Otro es cómo ha querido convertir la reforma sanitaria en una herramienta para limitar la libertad de conciencia y la libertad religiosa, imponiendo criterios radicales.

La política de Bush en Oriente Próximo fue un desastre. Especialmente por la segunda Guerra del Golgo, que no estuvo justificada, que no tuvo estrategia de reconstrucción nacional y que empeoró más las cosas. Los asesores instalados en Washington llegaron con una teología política debajo del brazo poco realista que distinguía poco entre islam y yihadismo. Obama traía esperanzas de aires nuevos también para Oriente Próximo. Pero su fracaso es notorio. En esta caso no hay una “doctrina fuerte” detrás de sus actuaciones. Su predecesor tuvo mal criterio. Obama no lo tiene. La retirada de Afganistán iba estar acompañada de una negociación con el talibán que no se ha producido. La salida de Iraq ha dejado al país sumido en guerra civil entre sunníes y chiíes. Las conversaciones de paz en Tierra Santa, propiciadas por Kerry, no prosperan porque Israel se niega a frenar los nuevos asentamientos en Cisjordania.

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