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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Distanciarse de la ideología de los derechos humanos no significa caer en la extravagante teoría de que el hombre no tiene derechos. Ni defender la arbitrariedad, la tiranía o el despotismo.



Nada habría que objetar contra los derechos humanos si con ello se quisiera decir simplemente “libertades cívicas” (y éstas fueran realmente tales: no meras formas jurídicas).

Pero no. Si los mal llamados “derechos humanos” constituyen la ideología que aquí se denuncia es por dos motivos. Porque ignoran la contrapartida de todo derecho: el deber. Y porque, intentando imponerse por igual a la totalidad de los pueblos del planeta, se sustentan en una falacia y una impostura. La falacia del hombre abstracto y universal. Y la impostura que de ahí se deriva: la uniforme globalización planetaria que destruye la multiplicidad de pueblos y culturas.

«A lo largo de su recorrido multisecular, la modernidad ha ido generando una sucesión de consensos ideológicos tan “racionales” o “científicos” como mítico-religiosos en cuanto a su proyección sobre el imaginario “colectivo”: la fe en la Razón, en el Progreso, en la Igualdad, en la Ciencia, en el “Materialismo dialéctico”, etc. 

Todos esos ídolos han ido, uno detrás de otro, cayendo. ¿Qué es lo que le queda, pues, a nuestra época? Los derechos humanos.

»Los derechos humanos se configuran como el magma o condensado ideológico residual que han dejado tras de sí todas las desilusiones y fracasos de la modernidad. Es el único asidero posible frente a todos los descreimientos y ante todos los cinismos. El refugio último tras el derrumbe de las utopías. Es la ideología de la “tercera edad” del igualitarismo: el punto de llegada de todos los arrepentimientos, el lugar para mantener intacta la buena conciencia. Y como punto de fusión último de todos los universalismos, se constituye en nueva Religión Civil para todo el planeta.
»Pero es precisamente por tratarse del último refugio por lo que su imposición sobre las conciencias adopta formas cada vez más dogmáticas y cada vez más histéricas. Algo que pone de manifiesto, una vez más, el componente sacro que subyace en el fondo de esta ideología: la ideología de los derechos humanos.
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