El temor a la inestabilidad
En opinión del gobernador bonaerense Daniel Scioli, votar por los candidatos del Frente para la Victoria ayudaría a "cuidar la estabilidad institucional", razón por la que supone que los muchos que temen que el país esté por experimentar otra crisis caótica deberían respaldarlo en las urnas.
Se trata de un planteo interesado, uno rayano en el chantaje, que motivaría extrañeza, cuando no cierta indignación, en otros países democráticos en los que la alternancia en el poder es considerada normal y, de todos modos, resulta frecuente que hacia el fin de su ciclo el partido gobernante se vea en minoría en el Parlamento, pero en la Argentina dista de ser absurdo.
Como Scioli sabe muy bien, aquí las instituciones son precarias y, para colmo, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se ha esforzado, con éxito, a debilitarlas aún más.
Es por tales motivos que la derrota inapelable que sufrió el oficialismo en las primarias del mes pasado y la posibilidad de que le aguarde una aún más contundente en las elecciones verdaderas del 27 de octubre han cambiado tanto el panorama político que es legítimo preocuparse por el futuro de la "estabilidad institucional".
Si bien la idea de que la mejor forma de asegurarla consistiría en optar por subir al vehículo electoral que fue improvisado por el matrimonio Kirchner y cuyo conductor principal actual es Scioli, sólo convencerá a una minoría, no cabe duda alguna de que la implosión del poder presidencial podría crear una situación difícilmente manejable.
La estabilidad institucional se ve frente a dos amenazas, de origen común: Cristina y la falta de escrúpulos o, si se prefiere, el pragmatismo de casi todos los caciques peronistas.
La estabilidad institucional se ve frente a dos amenazas, de origen común: Cristina y la falta de escrúpulos o, si se prefiere, el pragmatismo de casi todos los caciques peronistas.
En vista de que la presidenta se ha acostumbrado a gobernar de manera autocrática, sin prestar atención a nadie fuera de su pequeño círculo áulico, no le será exactamente fácil adaptarse a las exigencias de la nueva realidad surgida de las urnas.
Parecería que se ha propuesto seguir como si el cambio de clima político que se ha registrado careciera de importancia, pretensión que, desde luego, el grueso de la ciudadanía no estaría dispuesto a tolerar.
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