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jueves, 15 de agosto de 2013

Argentina: curioso discurso luego de derrota electoral y análisis

La presidenta Cristina Fernández 
de Kirchner habló en Tecnopolis



Dijo que "donde haya errores los discutiremos, pero queremos discutirlos con los grandes jugadores" como la UIA, los bancos y los sindicatos, y "no con los suplentes que están en las listas" electorales.

"Donde haya errores lo discutiremos, pero queremos discutirlo con los grandes jugadores, no con los suplente que están en los listas. Yo no soy suplente de nadie y quiero discutir con la UIA, con los bancos, y con los sindicatos, con los verdaderos actores económicos, porque este no es un partido para suplentes sino para los titulares de los verdaderos intereses económicos", dijo la Jefa de Estado.



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El golpe de las urnas

por Carlos Pagni


Cristina Kirchner dinamitó ayer el principio sobre el cual, en los últimos dos años, asentó sus iniciativas más relevantes. La idea de que ninguna posición pública merece respeto si no está convalidada por los votos.

En el segundo discurso posterior a las primarias del domingo pasado, la Presidenta explicó que quienes ganaron representan meros intereses. Sólo el Gobierno expresa la voluntad popular. Aun cuando pierde las elecciones.

La Presidenta propuso la clasificación habitual. De un lado está el oficialismo, es decir, la democracia. Del otro, los poderes fácticos. El cuadro no se modifica aunque los votantes cambien de preferencia. Si el que gana una elección no pertenece al Frente para la Victoria, seguirá siendo un delegado de "los dueños de la pelota". Un "suplente". Aunque se vuelva minoritario, el kirchnerismo seguirá siendo la voz del pueblo.

Esta concepción se sostiene en un axioma que la señora de Kirchner volvió a exponer ayer: los que no votan a sus candidatos son personas confundidas que advertirán el error cuando ya no haya remedio. En sus palabras: "La gente no tiene la culpa tampoco. Cuando se dan cuenta después, siempre es tarde. Se dieron cuenta cuando perdieron el laburo, cuando les bajaron el sueldo, pero ya es tarde".

Con estos argumentos, la Presidenta cruzó una delgada línea roja. Después de haber avanzado sobre los medios y sobre la Justicia con la bandera de la "democratización", postula que sólo existe un poder democrático: el de ella. No debería sorprender. En el año 2007, su llorado Hugo Chávez reconoció su derrota en un plebiscito diciendo que la de sus rivales había sido "una victoria de mierda". Y en 1973, muchos de sus actuales admiradores y funcionarios convalidaron la insurgencia de Montoneros contra Juan Perón, que venía de obtener el 61,85% de los votos. El asesinato de José Ignacio Rucci fue la manifestación más escandalosa de esa soberbia armada.

Aunque el oficialismo perdió votos en muchos distritos, la Presidenta aludía ayer a la victoria de Sergio Massa, a quien presentó como un títere de los industriales, los sindicatos y los bancos. Mencionó en especial a Jorge Brito, reconocido amigo de Massa, que se hizo célebre en WikiLeaks como "el banquero de Néstor". Más tarde, vía Twitter, explicó que el intendente prepara un "Plan Duhalde II. Con carita más joven. Si hasta tiene su «chiche». Yo me acuerdo. Era Senadora".

Corolario: Cristina Kirchner enhebró ayer insinuaciones y razonamientos para advertir que cualquiera que le gane las elecciones está dando, en realidad, un golpe, como el que Duhalde habría protagonizado en 2001 contra Fernando de la Rúa.

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Está produciéndose un vacío
A juicio de casi todos, las primarias del domingo pasado sirvieron para confirmar que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha dilapidado el capital político enorme que había conseguido en octubre del 2011 cuando, según las cifras oficiales, obtuvo el 54,11% de los votos. Pocos creen que le sea dado recuperar lo mucho que ha perdido; no podrá "reformar" la Constitución para prolongar su estadía en la Casa Rosada y, de todos modos, las perspectivas económicas frente al país distan de ser buenas. Ya ha empezado, pues, un período de transición, pero sucede que en una sociedad como la argentina, que está acostumbrada a los liderazgos presuntamente fuertes y que por lo tanto se siente decididamente incómoda a menos que el jefe de Estado sea un personaje carismático en condiciones de encabezar un movimiento transformador, suelen ser turbulentos los interregnos entre la caída en desgracia de un presidente de tal tipo y la consolidación de su eventual sucesor. Éste no sería el caso si contáramos con partidos genuinos e instituciones respetadas, pero, como es notorio, la clase política nacional no suele dejarse preocupar demasiado por tales nimiedades; sus integrantes se afirman plenamente conscientes de su importancia, pero hasta ahora todos los esfuerzos por fortalecer las estructuras institucionales han fracasado y no existen motivos para suponer que un día los dirigentes políticos logren hacerlo.
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