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sábado, 24 de agosto de 2013

Argentina - En las democracias consolidadas, la oposición suele estar en condiciones de asumir enseguida la responsabilidad de gobernar. En la Argentina, es normal, por decirlo de algún modo, que el presidente de turno proclame, sin exagerar demasiado, que el pueblo tendrá que elegir entre él y el caos.

Lo que cambió en el escenario de CFK


por James Neilson

En cuestión de horas la presidenta pasó de festejar
la debacle electoral a mostrar su furia por el resultado.


Parecería que Sergio Massa, el gran triunfador de la jornada electoral más reciente, es tan reacio como cualquier kirchnerista a perder el tiempo pensando en el mediano plazo, ya que según él “hablar de 2015 es burlarse de la gente”, pero como con toda seguridad entiende muy bien, el impacto muy fuerte que tuvieron los resultados de las primarias postizas de un par de semanas atrás no se debió al interés público en la futura conformación de las cámaras legislativas. Por ser la Argentina un país hiperpresidencialista, las primarias solo sirvieron para confirmar que Cristina tendría que abandonar el poder en diciembre de 2015 a más tardar y que por lo tanto será necesario que otro tome su lugar.

Ha llegado, pues, la hora de ponerse a construir una alternativa viable, una tarea que no será nada sencilla. Por ahora, Massa es el favorito para ser el núcleo en torno al cual se aglutine el oficialismo de mañana, pero rivales como Daniel Scioli, Mauricio Macri y el reaparecido Julio Cobos querrán aprovechar las oportunidades brindadas por el ocaso de Cristina. Como siempre sucede en circunstancias como estas, se esforzarán por hacer tropezar al personaje que, por motivos un tanto misteriosos, encabeza el pelotón de presidenciables. También es posible que pronto irrumpan algunos dirigentes “carismáticos” nuevos que, lo mismo que el tigrense, logren en un lapso muy breve metamorfosearse de actores de reparto en estrellas nacionales.

La resistencia de Massa, Scioli y muchos otros a “hablar de 2015” es comprensible. Saben que a veces la política se niega a respetar el ritmo fijado por el calendario electoral. En otras latitudes, un mandatario vuelto impopular seguiría cumpliendo sus deberes hasta la fecha prevista por la Constitución sin que a nadie se le ocurriera cuestionar su derecho a hacerlo; aquí se trataría de una hazaña con muy pocos precedentes.

¿El temor a que, una vez más, todo se salga de madre se justifica? La respuesta sería negativa si Cristina se destacara por su voluntad de acatar las reglas propias del sistema democrático, pero sucede que se ha habituado a violarlas. Como aclaró desde Tecnópolis: a su entender, la política democrática es cosa de suplentes, no de los “dueños de la pelota”, las “corporaciones” y la embajada norteamericana que, nos advierte, son títeres manipulados por aquel auténtico genio del mal, el contador Héctor Magnetto.

Para Cristina y sus militantes, sería “golpista”, cuando no “destituyente”, que los legisladores intentaran forzar al gobierno nacional y popular a respetar las normas que en teoría rigen en el país, lo que plantea a las distintas facciones opositoras un dilema sumamente ingrato. Casi todos juran esperar que Cristina complete lo que le queda de su período como Presidenta de la forma más tranquila concebible, pero, siempre y cuando estén en condiciones de “contenerla”, no podrán permitirle continuar haciendo cuanto se le antoje sin prestar atención alguna a los reparos ajenos.

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