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lunes, 28 de enero de 2013

La regeneración no consiste en pasar de la partitocracia a una antipolítica que otorgue el poder a magistrados y periodistas jacobinos

¿Qué regeneración política?

La antipolítica no regenera, alimenta la irresponsabilidad. 
La regeneración exige, por el contario, más responsabilidad, 
más crítica de los ciudadanos, más vertebración de la vida social, 
más compromiso, menos queja. La regeneración se consigue con más política, de la buena, de la que nace de abajo.

En España, un año y unas semanas después de que empezara a gobernar el PP no se habla más que de la necesaria regeneración de la política. En Italia, a menos de un mes de las elecciones, cuando el país afronta unos comicios que pueden cerrar un período histórico, el tema dominante es el mismo. En realidad, de lo que se habla es de la corrupción.

Según los informes que hace Transparency International España e Italia conforman la "gran excepción del sur". Son los dos países que, además de una alta prima de riesgo en la cotización de deuda pública, tienen también una alta prima por falta de limpieza política. Son los dos países del entorno europeo, según sus ciudadanos, con más corrupción. No incluimos a Grecia porque juega en otra división.

Habría que hacer un examen crítico del ranking de Transparency porque la corrupción percibida y la corrupción real no tienen por qué coincidir. Admitamos en cualquier caso que fuera así. Eso no significa que se pueda aceptar todo lo que se predica en nombre de la regeneración política. 

Algunos discursos sobre la necesaria moralización fomentan un desapego irresponsable hacia la vida democrática y alimentan instintos contra los partidos y las instituciones. El desprestigio, cebado por el individualismo, alcanza a cualquier expresión de la vida común. Eso explica que un juez italiano haya considerado, recientemente, la pertenencia a un movimiento social indicio de delito. Hay directores de periódicos y opinadores que parecen aprovechar la situación para alimentar una hoguera en la que pueden arder muchas cosas buenas. Por eso hay que recordar que en una democracia la legitimidad la dan las urnas y no los púlpitos de los "puros".

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