El imperio se encoge
por James Neilson
Obama. Asumió su segundo mandato prometiendo el final
de “una década de guerra”. Los conflictos no le dan tregua.
Si bien impresionaron las dimensiones de la multitud de aproximadamente 800.000 personas que asistió a la inauguración pública del segundo, y último, mandato presidencial de Barack Obama, fue pequeña en comparación con la de cuatro años antes. También lo fue la visión esbozada por Obama en el discurso relativamente breve que pronunció en las escalinatas del Capitolio.
Aunque se comprometió a seguir apoyando la democracia en otras partes del planeta, dio a entender que le preocupan muchísimo más asuntos como la autoestima de los homosexuales, la desigualdad económica, el cambio climático y los problemas enfrentados por los inmigrantes mayormente hispanos.
Son temas que motivan entusiasmo entre los progresistas norteamericanos que se han aliado con distintos grupos de practicantes de la llamada política de la identidad, pero, como Obama sabe muy bien, molestan sobremanera a los conservadores que desconfían de la propensión de los demócratas a prestar más atención a las deudas sociales que a la financiera, que ya ha alcanzado proporciones astronómicas (US$ 16.400.000.000.000) y que con toda seguridad seguirá creciendo en los años próximos, saltando por encima de una serie de abismos y techos fiscales.
Obama, como su antecesor George W. Bush antes de que los soldados de Osama Bin Laden demolieran las emblemáticas Torres Gemelas neoyorquinas y un ala del Pentágono en Washington, es, por sus propias razones, un aislacionista. No quiere que los Estados Unidos pierdan tiempo, dinero y vidas en regiones remotas que están habitadas por personas de ideas y actitudes que son radicalmente ajenas a cualquier variante del sueño norteamericano.
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Leer aquí: noticias.perfil.com
Son temas que motivan entusiasmo entre los progresistas norteamericanos que se han aliado con distintos grupos de practicantes de la llamada política de la identidad, pero, como Obama sabe muy bien, molestan sobremanera a los conservadores que desconfían de la propensión de los demócratas a prestar más atención a las deudas sociales que a la financiera, que ya ha alcanzado proporciones astronómicas (US$ 16.400.000.000.000) y que con toda seguridad seguirá creciendo en los años próximos, saltando por encima de una serie de abismos y techos fiscales.
Obama, como su antecesor George W. Bush antes de que los soldados de Osama Bin Laden demolieran las emblemáticas Torres Gemelas neoyorquinas y un ala del Pentágono en Washington, es, por sus propias razones, un aislacionista. No quiere que los Estados Unidos pierdan tiempo, dinero y vidas en regiones remotas que están habitadas por personas de ideas y actitudes que son radicalmente ajenas a cualquier variante del sueño norteamericano.
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