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martes, 22 de enero de 2013

Hace falta tener muchísima fe para creer que de unas bacterias o larvas autogeneradas porque sí, accidentalmente, al principio de los tiempos, hayamos llegado mediante evolución espontánea, casual, a donde estamos, a la inmensa complejidad del cosmos y la naturaleza


La inmensa fe de los ateos

Vicente Alejandro Guillamón

Según los viejos catecismos, “fe es creer en lo que no se ve”, y a fe que los incrédulos creen en muchas cosas indemostrables o de demostración empírica imposible y, sin embargo, las aceptan. ¿Quién cree en el Big Ban como origen o punto de arranque del cosmos? Cierto que se trata únicamente de una teoría, sin embargo hay personas, y no precisamente las más religiosas, que creen en ella como hecho o fenómeno totalmente fiable, aunque existen otras teorías sobre el origen del cosmos que la contradicen o corrigen, tales como la inflacionaria, el estado estacionario, el universo oscilante y acaso alguna más. Pero, en todo caso, todas ellas no van más allá de conceptos teóricos de imposible verificación “científica”. Creer en una y otra de las dichas teorías no deja de ser un ejercicio de fe, como hacen los creacionistas.

De todas maneras podemos admitir, razonablemente, que el cosmos y nuestro mundo se han hecho y desarrollado siguiendo un proceso evolucionista pero, ¿“autogestionario”, sin guía ni pastor, sin pautas que lo ordenen y canalicen, por casualidad, por una serie sucesiva de casualidades, por accidentes naturales fortuitos, etc.? Resulta difícil de entenderlo así, porque lo que sabemos y descubren los científicos es que la naturaleza se halla sometida a un conjunto de leyes y principios físicos que establecen los cauces por donde discurre el devenir de los fenómenos naturales.

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