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miércoles, 30 de enero de 2013

Crítica de la película Lutero, dirigida por Eric Till y estrenada en España en diciembre de 2005

Sobre Lutero y sus mentiras


Lutero corre despavorido. En la soledad del campo, la tormenta y los rayos lo envuelven. Aterrorizado, se arroja al lodazal del suelo y se encomienda a Dios, rogándole por su salvación y prometiéndole a cambio de ella tomar los hábitos. Así comienza la película Lutero, dirigida por Eric Till, sobre un guión de Bart Gavigan y Camille Thomasson, protagonizada por Joseph Fiennes en el papel de Lutero y estrenada en España en diciembre de 2005.

Dejando de lado los valores formales, estilísticos o interpretativos que pueda poseer esta película, vamos a basarnos ante todo en consideraciones de tipo histórico para ofrecer una crítica de la misma. 

Habrá quien piense, seguramente acogiéndose a la autoridad de Aristóteles{1}, que, puesto que en la poética la fidelidad a los hechos históricos sólo poseería una importancia secundaria y toda obra cinematográfica pertenecería a alguno de los géneros poéticos que el estagirita distingue, sólo a algún erudito en extremo picajoso y pedantón se le podría ocurrir criticar una película por su falta de rigor histórico. 

Si bien es cierto que, centrándonos en el objeto de nuestra crítica, desde un punto de vista que podríamos llamar «nomotético», la película Lutero resulta casi inatacable en virtud de la universalidad de su discurso (que podríamos presentar de la siguiente manera: 

Para todo individuo, si este individuo se erige como develador de una situación palmariamente inicua con respecto a la cual nadie hasta su aparición ha tenido la lucidez necesaria para denunciarla, ni la valentía requerida para arrostrar las consecuencias que, en caso de no ser capaz de despertar conciencias, ni aunar voluntades, se seguirían bajo la forma muy probable de castigo ejemplarizante, entonces muy bien podremos referirnos a este individuo como «genio, rebelde y libertador», siendo así como la publicidad de Lutero presenta a su protagonista) y, por ello, la consecución de la universalidad de la que se dota a su protagonista en tanto que investido de los atributos esenciales de todo héroe victorioso y libertador (aunque, como ya veremos, esta «esencialidad» dice relación atributiva con dependencia del momento histórico de formulación del discurso y, por tanto, paradójicamente, debe relativizarse) nos haría restar importancia a la falta de rigor histórico de la película (de hecho, podría llegar a afirmarse que, aun siendo falso históricamente, cuanto más verosímil resulte el discurso de la película en función del entretejimiento que nos ofrece de los actos del héroe dentro del conjunto de las distintas circunstancias que lo envuelven, tanto mejor resultará que la narración de lo que realmente sucedió a pesar de su inverosimilitud), sin embargo, desde el punto de vista de la singularidad de cada uno de los hechos históricos narrados, sólo podemos decir que Lutero es una película especiosa, insidiosa y falaz, en la que, cuando no es manifiestamente falso, lo que se nos cuenta aparece tergiversado, manipulado y sesgado siempre en el mismo sentido; es más, no sólo lo decimos, sino que realmente es así, como demostraremos a continuación.

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