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lunes, 7 de enero de 2013

Uruguay (o cualquier otro país sudamericano) - ¿hay algo más fácil que culpar de nuestros males al imperialismo internacional?


La hegemonía cultural de la izquierda


En las charlas políticas del verano muchas veces se escucha lo siguiente: a pesar de que se reconoce que la gestión de este gobierno es muy deficitaria, el Frente Amplio, con la candidatura de Vázquez, tiene todas las chances de volver a ganar las elecciones.
Algunos argumentan por el lado de la bonanza económica, que no terminará antes de 2014. Otros señalan que no hay una oposición clara que deje entrever una opción de gobierno alternativa. Pero quienes procuran ir más a fondo en tratar de entender este favoritismo del FA sitúan su mayor capital, paradójicamente, lejos de estas variables políticas o económicas. Subrayan, en realidad, la importancia de la hegemonía cultural de la izquierda. Es ella, arguyen, la que está en el sustento de esa fuerte predisposición de los uruguayos a seguir apoyando opciones frenteamplistas (incluso en el caso de la alicaída, desordenada, oscura y mugrienta Montevideo).
Se trata de una hegemonía cultural que tiene un enorme peso al momento de dar contenido a esa especie de sentido común ciudadano que es el criterio clave para la elección de candidatos y partidos. El uruguayo ve con buenos ojos la tarea estatal -independientemente de que se le muestre sus recurrentes y rotundos fracasos en áreas claves. Prefiere la seguridad del empleo, antes que el impulso emprendedor, y apoya toda iniciativa que pueda ir en ese sentido -más funcionarios en el Estado, por ejemplo. Es desconfiado del capitalismo y de los requerimientos que impone la competencia internacional. Prefiere, y se convence rápidamente con sencillos argumentos, refugiarse en la demanda corporativa que le asegure mejoras en su status, y que estará siempre alejada de cualquier aceptación de mayor productividad. Es genéticamente paciente con los resultados de la gestión de gobierno. Se conforma con poco, porque hace décadas que prefiere mirar solamente al vecindario para ver si está bien rumbeado (y ante ese espejo, su imagen siempre sale favorecida).
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