Era judío alejado de Dios, soñó con Jesús
y el demonio, y una mirada de Benedicto XVI le convirtió
A Roger Dubin, criado en una familia judía neoyorquina nada devota, decepcionado del vacío de la Nueva Era y las meditaciones orientales, anticristiano intrigado por Cristo, lo que le convirtió al catolicismo fue ver a Benedicto XVI en el balcón, desde la televisión de un bar, el día de su aceptación como Pontífice.
"Soy el primer converso de Benedicto XVI", dice.
¡Roger se convirtió cuando Benedicto se asomó al balcón! Fue algo en la mirada del Papa alemán, algo místico, algo que no se ve cuando se repasan los vídeos del momento. Algo que le hizo llorar y transformó toda su persona.
Para entender hasta qué punto es insólita un experiencia así, hay que conocer la historia de Roger.
Familia judía rusa en Nueva York
"Me crié en una familia de herencia rusa problemática, oscura y a menudo violenta por el temperamento volcánico de mi padre, entre parientes ricos y exitosos cuyo judaísmo se refería sólo a la tradición, la identidad y la pervivencia, no a Dios. Mi hermana pequeña nació autista, mi hermana mayor y yo nos peleábamos y mamá estaba saturada. No era para nada un hogar feliz, y yo escapaba de él leyendo mucho", escribe Roger en el Catholic World Report.
Aunque sus padres eran agnósticos, y su padre incluso hostil a la religión, el pequeño Roger siempre creyó en Dios, "aunque Él no me gustara mucho".
Por cumplir las tradiciones, su madre sin fe solía insistir en celebrar algunas de las principales fiestas judías. Como otros adolescentes judíos, Roger también celebró su Bar Mitzvah, si bien en una versión acelerada, en "un curso de urgencia" con un rabino que le enseñó algunas frases en hebreo fonético y con alguna incursión en el Antiguo Testamento y la Torá.
Sin Nuevo Testamento, sólo películas
¿Qué sabía el joven Roger de Jesús y el cristianismo? Nunca leyó el Nuevo Testamento. Sabía de Jesús lo que veía en las películas "de romanos", y sólo porque eran espectaculares y hablaban algo de Dios, lo cual le parecía de cierto interés.
Sabía, por ejemplo, que los romanos habían crucificado a Jesús y que el Sanedrín había participado con falsos testimonios e interrogatorios injustos.
Lo cierto es que como varias generaciones de niños neoyorquinos antes que él, no dejó de participar en la típica pelea a puñetazos de barrio de niños judíos contra niños católicos, en la que los niños católicos solían empezar acusándoles: "vosotros matasteis a Jesús". Roger pensaba que era una acusación absurda: ¿qué culpa tenía él de algo sucedido 2.000 años antes?
Claro que su familia también tenía su propia lista de acusaciones generalizantes. La mayor parte de sus parientes acusaba a los cristianos, y aún más a los católicos, de las persecuciones medievales, los pogromos, la discriminación mundial, e incluso aspectos del Holocausto.
"Ser judío en mi clan tenía que ver con estar en contra de algo, no a favor de algo… excepto apoyar a Israel; arrejuntarnos, y no salir… excepto para ayudar otros judíos; vivir un torvo fatalismo, no fe en Dios… excepto para quejarnos de Él. Es comprensible, quizá, que de adulto joven no me considerase judío, excepto si había alguien que me pareciera antisemita, para enfrentarme. Lo cierto es que nunca me sentí judío, de una forma centrada en Dios… ¡hasta que me hice católico!"
Jesús: ¿el hippy o el carpintero?
Odiaba la palabra "Jesús"… aunque no necesariamente al personaje de Jesús.
La palabra le hacía pensar en un Jesús feminizado, blando, una especie de hippy inofensivo con flores, que flotaba sin tocar el suelo, que decía tonterías etéreas sobre paz y amor… Lo que había visto en ambientes populares, de oídas… sin acercarse nunca al Nuevo Testamento. Ese Jesús hippy "me ponía enfermo".
Pero, en cambio, el joven Roger sí había dedicado un tiempo a pensar cómo debió ser el verdadero Jesús: tenía que haber sido un tipo fuerte para trabajar en una carpintería, un tipo duro. Se lo imaginaba "con una paloma en una mano y un martillo en la otra, y siempre el más listo del lugar. De lo contrario, ¿qué judío le habría seguido?"
Incluso conocía un versículo que citaría si hiciese falta: "no he venido a traer la paz sino la espada". "Me gustaba la idea de un Jesús musculoso con una espada, pero parece evidente que no le gustaba a nadie más, al menos desde la época de los Caballeros Templarios".
Su conclusión sobre Jesús es que probablemente no habría forma de conocerlo, pero que "el Dios de Abraham, Isaac y Jacob probablemente sentía lo mismo que yo acerca de cómo se le veía en tiempos modernos".
Dejar la familia, caer en la New Age
Roger abandonó el hogar a los 16 años y entró en la marina mercante, rumbo a África. Cuando volvió, intentó ir a algunos colegios universitarios con poco éxito.
A los 22 años adoptó una mezcla de Nueva Era, orientalismo, creencia en el karma y la reencarnación y el relativismo moral. Era una forma de librarse del Dios bíblico, que le echaba en cara pecados y transgresiones, "que, desgraciadamente, eran legión".
Su primer matrimonio fracasó en 4 años, sin hijos. Asumió una vida sin raíces: músico profesional, escritor, editor… Y en 1981 conoció a Barbara, la que hoy es su mujer.
Barbara se había educado como protestante. Aunque se había alejado de toda iglesia, aún le atraía la figura de Jesús. Ahora se dedicaba a ese cóctel de creencias que era la Nueva Era, aunque intentaba introducir los valores de Jesús y sus enseñanzas sobre el Reino y las Bienaventuranzas en ese ambiente.
Se casaron, y él –que nunca había pensado en tener hijos- adoptó los hijos que ella traía de una unión anterior. Barbara era artista y relacionaba su espiritualidad Nueva Era con la necesidad de crear, de colaborar con Dios en la creación de belleza eterna. Su visión ética y familiar, a estas alturas, eran prácticamente cristianas.
Cuando la esposa reza por el esposo
A partir de los años 90 ella se acercó más y más a Cristo. Y una vez –sólo una, detallaría años después- se dirigió directamente a Jesucristo con una petición: oró fervientemente por la conversión de Roger al cristianismo, sospechando que sin la conversión de él, ella nunca podría dar el paso definitivo hacia Cristo sin romper la familia.
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