¿Qué es mejor en política,
la fe o el escepticismo?
por Luca Gino Castellin
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El camino trazado por el filósofo inglés es tan sorprendente como original. No sólo por su interpretación de ciertos autores (como Hobbes o Maquiavelo) o por su descubrimiento de otros (como el Marqués de Halifax), sino también y sobre todo por las categorías concepcuales que identifica.
Aparte de la más consolidada (y en muchos sentidos ya agotada o superada) distinción entre derecha e izquierda, Oakeshott identifica los dos “polos” o “estilos” entre los que ha fluctuado la actividad política desde el siglo XV tanto en la “política de la fe” como en la “política del escepticismo”. Términos, estos últimos, que sin embargo no reflejan el significado natural que estamos acostumbrados a atribuirles habitualmente.
En la política de la fe, que paradójicamente se opone a cualquier experiencia religiosa auténtica, se da la convicción de que es tarea de la política alcanzar la “perfectibilidad humana” y que el gobierno tiene el deber de procurar la “salvación”. Inserto en un horizonte de redención exclusivamente mundana, el hombre se encuentra por tanto a merced del poder. La persona es totalmente súbdita de una política “ilimitada” y de un gobierno que es “competente en todo”. “Omnicompetencia” y “capilaridad” de la actividad de gobierno –siempre proyectada sobre un futuro indefinido y nunca atenta al presente– son por tanto los síntomas más evidentes de un modo de hacer política donde el Estado realiza un continuo acoso social.
Por el contrario, en la política del escepticismo está íntimamente presente una “prudente desconfianza” hacia la actividad de gobierno, que si bien nunca puede estar orientada a perseguir la perfección humana, debe –eso sí– ser necesaria para atenuar la aspereza del conflicto entre intereses y deseos contrapuestos en el seno de toda sociedad. Huyendo tanto de la anarquía como de un individualismo radical, el escéptico –según el autor– no es tanto favorable a un gobierno débil como sobre todo a un gobierno mínimo: es decir, un gobierno que respete lo que ya pre-existe en la sociedad.
La reflexión de Oakeshott, en cambio, no se limita a describir las características de ambos “tipos ideales”, que reflejan esta tensión irresoluta constitutiva del Estado moderno entre societas y universitas (punto central de la atención del filósofo inglés). Lo que sí hace es subrayar los peligros de los excesos, así como las debilidades evidentes. Elementos que han hecho siempre indispensable el equilibrio recíproco entre la “política de la fe” y la “política del escepticismo”. Un equilibrio que encuentra en lo que él define como “el principio del medio en acción”, mediante el cual el gobernante puede mantener con propiedad y moderación la “barca” de la política “en estado de equilibrio”.
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http://en.wikipedia.org/wiki/Michael_Oakeshott
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