En diversas ocasiones, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha dado a entender que no le gusta para nada el mundo. Parecería que en su opinión se trata de un lugar inhóspito lleno de gorilas que se resisten a prestar atención a sus consejos bien intencionados, razón por la que Europa se ha hundido.
Lo que más molesta a la señora es que, además de caérsenos encima, aplastando una economía inclusiva de matriz diversificada que de otro modo seguiría siendo una fuente inagotable de alegría, el mundo se niega a reemplazar sus antipáticas verdades neoliberales por las alternativas llamativamente superiores que reivindican los herederos espirituales de la maravillosa juventud peronista de hace casi medio siglo.
Para más señas, lejos de dejarse convencer por la elocuencia apasionada de Cristina en defensa del gran relato nacional, algunos extranjeros comprometidos con la despreciable ortodoxia imperante han comenzado a reaccionar como si se supusieran personalmente agraviados por sus declaraciones “inflamatorias”.
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