Los políticos frente a la pobreza
por James Neilson
por James Neilson
A casi todos los políticos, pensadores y eminencias religiosas les encanta asustarnos afirmando que la desigualdad económica plantea una amenaza a la paz mundial. Algunos, entre ellos el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, diversos pontífices católicos y dignatarios protestantes y, en su momento, el presidente Raúl Alfonsín, han pintado un cuadro apocalíptico de lo que dicen creer podría suceder a menos que los ricos entregaran más ayuda, muchísima más, a los países pobres. En vista de la diferencia colosal entre el poder militar de las naciones desarrolladas y las demás, hoy en día tales temores no son realistas, pero, claro está, la idea de que tarde o temprano comunidades opulentas se vean invadidas por hordas de famélicos no carece de atractivo para los deseosos de llamar la atención a su propia superioridad moral exhortando a otros a repartir sus bienes entre los necesitados.
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Es natural que muchos políticos piensen así, sobre todo en lugares en que se ha consolidado el consenso de que todos los problemas sociales más graves se deben a los excesos del capitalismo "neoliberal", pero acaso les convendría reconocer que los países más prósperos y con menos lacras sociales son precisamente aquellos que se han habituado a privilegiar el mercado libre y los valores que según Max Weber subyacían en la "ética protestante": Suiza, Singapur, Luxemburgo y la ciudad autónoma de Hong Kong que, por su ejemplo, en términos ideológicos ha conquistado a la China nominalmente comunista, reeditando así la hazaña que, dijo Horacio, logró Grecia al imponer su cultura a la Roma todopoderosa.
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