El obispo prisionero y la historia del Rey 'sin poder'
José Luis Restán
A nadie ha pasado inadvertido el pasaje del Mensaje Urbi et Orbi en el que Benedicto XVI ha pedido que "que el Rey de la Paz dirija su mirada a los nuevos dirigentes de la República Popular China en el alto cometido que les espera", para añadir a continuación su deseo de que valoren "la contribución de las religiones, respetando a cada una de ellas, de modo que puedan contribuir a la construcción de una sociedad solidaria, para bien de ese noble pueblo y del mundo entero".
Estas palabras colocadas en un discurso que llega a millones de personas en todo el mundo a través de la televisión, no suponen un mero gesto de cortesía. Con ellas el Papa no sólo reitera su conocida defensa de la libertad religiosa sino que invita a los nuevos dirigentes de Pekín a iniciar un cambio que hasta ahora ha producido una mezcla de temor y ansiedad a las sucesivas generaciones de líderes chinos.
El contexto es tremendamente difícil y se resume en un nombre, el del obispo Taddeo Ma Daqin, ordenado el pasado 7 de julio como auxiliar de la populosa diócesis de Shangai, que fue detenido al día siguiente de su consagración episcopal y permanece aislado en dependencias del seminario de Shesan bajo custodia policial.
Su delito fue clamoroso: expresar públicamente su fidelidad al Papa, anunciar su baja en la Asociación de Católicos Patrióticos y rechazar que le impusieran las manos varios obispos excomulgados.
Demasiado para las tragaderas de un régimen que oscila entre leves atisbos de cambio y el horror a perder el control de todos los resortes. Un régimen que sabe lo correosos que pueden ser unos católicos probados por años de cruel persecución y que no se decide a dar el paso de reconocer su plena ciudadanía, para que estos contribuyan, como dice el Papa, a la construcción de una sociedad solidaria.
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