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jueves, 16 de abril de 2015

Es inevitable que hacer caso omiso de las verdades esenciales conduce a desórdenes morales


«Quienes quieren cambiar la enseñanza de la Iglesia son herejes incluso si llevan la púrpura romana»


El cardenal Walter Brandmüller ha sido una de las principales voces críticas de propuestas surgidas en el Sínodo extraordinario sobre la Familia del año pasado que amenazan con subvertir la doctrina católica sobre los sacramentos y la moral. Fue uno de los cinco cardenales que escribieron el libro «Permaneciendo en la verdad de Cristo: Matrimonio y comunión en la Iglesia Católica», centrado en rebatir la propuesta del cardenal Walter Kasper de abrir la comunión a quienes viven en adulterio.


El Dr. Maike Hickson, colaborador de LifeSiteNews ha entrevistado al cardenal Brandmüller:

¿Podría presentar una vez más a nuestros lectores claramente la enseñanza de la Iglesia Católica, lo que se ha enseñado constantemente a lo largo de los siglos sobre el matrimonio y su indisolubilidad?

La respuesta se puede encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica números 1638 a 1642.

¿Puede la Iglesia admitir a la Sagrada Comunión a parejas vueltas a casar, a pesar de que su segundo matrimonio no es válido?

Sería posible hacerlo si las parejas interesadas tomaran la decisión de vivir en adelante como hermano y hermana. Esta solución vale la pena considerarla especialmente cuando el cuidado de los hijos no les permite separarse. La decisión de tomar este camino sería una expresión convincente del arrepentimiento por la situación anterior y prolongada de adulterio.

¿Puede la Iglesia tratar el tema del matrimonio de una manera pastoral que se aparte de la enseñanza constante de la Iglesia? ¿Puede la Iglesia cambiar su propia enseñanza, sin caer ella misma en herejía?

Es evidente que la práctica pastoral de la Iglesia no puede permanecer en oposición a la doctrina vinculante ni simplemente ignorarla. Con una comparación: Un arquitecto quizás pueda construir un puente más hermoso que los anteriores, pero si no presta atención a las normas de la ingeniería estructural, corre el riesgo de que su construcción se derrumbe. De igual modo, cada práctica pastoral tiene que seguir la Palabra de Dios si no quiere fracasar. Es impensable un cambio de la doctrina, del dogma. Quien, pese a todo, lo hace, conscientemente, o lo exige insistentemente, es un hereje, incluso si lleva la púrpura romana.

¿No es también toda la discusión sobre la admisión a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar una expresión del hecho de que muchos católicos no creen en la presencia real sino que más bien creen que lo que reciben en la Comunión no es más que un pedazo de pan?

De hecho, existe una contradicción interna indisoluble en alguien que quiere recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo y unirse con Él, y al mismo tiempo ignora conscientemente sus mandamientos. ¿En qué consiste? San Pablo dice sobre este asunto: «el que lo come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación». Pero ¡tiene Vd. razón! No todos los católicos creen en la presencia real de Cristo en la hostia consagrada. Uno puede ver este hecho ya en la forma en que muchos –incluso sacerdotes– pasan ante el Sagrario sin hacer la genuflexión.

¿Por qué existe en la actualidad un ataque tan fuerte de este tipo sobre la indisolubilidad del matrimonio dentro de la Iglesia? Una posible respuesta podría ser que el espíritu de relativismo ha entrado en la Iglesia, pero debe haber más razones. ¿Podría enumerar algunas? ¿Y no son todas estas razones una señal de crisis de la fe dentro de la Iglesia misma?

Por supuesto, si ciertas normas morales que han sido válidas en general, siempre y en todas partes, dejan de ser aceptadas, entonces todo el mundo se hace su propia ley moral. Esto tiene como consecuencia que se hace lo que a cada uno le plazca. Se puede añadir el enfoque individualista de la vida, que la considera unicamente como una oportunidad para la auto-realización, y no como una misión del Creador. Es evidente que este tipo de actitudes son la expresión de una pérdida muy arraigada de la fe.

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