El cardenal Pell recuerda que el cisma anglicano llegó por el divorcio y recasamiento de Enrique VIII
" ...los obispos españoles que cursaron la visita ad limina a Roma este año, preguntaron al Papa Francisco sobre la situación de los fieles divorciados vueltos a casar: «al Papa mismo se lo preguntamos y él nos respondió que una persona casada por la Iglesia, que se haya divorciado y se haya vuelto a casar por lo civil, no puede acceder a los sacramentos. Dijo el Papa que ``esto lo estableció Jesucristo y el Papa no lo puede cambiar´´»."
El cardenal George Pell, miembro del G-9 que asesora al Papa en la reforma de la Curia, ha escrito un artículo que ha sido publicado en «The Catholic Thing», en el que asegura, en relación a la polémica sobre la comunión de los adúlteros, «que una barrera insuperable para aquellos que defienden una nueva disciplina doctrinal y pastoral para la recepción de la Sagrada Comunión es la unanimidad casi total de dos mil años de historia católica sobre este punto». El prelado recuerda que el cisma anglicano llegó porque la Iglesia no accedió a legitimar el adulterio de Enrique VIII.
El cardenal indica que es significativo que la enseñanza radical de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio aparece en el evangelio de Mateo (Mt19,6) poco después de su insistencia a Pedro sobre la necesidad del perdón (Mt 18,21-35).
El prelado explica que aunque es cierto que Jesucristo no condenó a la mujer adúltera que iba a ser lapidada,tampoco le dijo que siguiera haciendo lo que le viniera en gana, sino que le pidió que no pecara más.
Tras indicar que la Iglesia Católica ha sido unánime en su rechazo del recasamiento de divorciados, el purpurado australiano asegura que «es cierto que los ortodoxos tienen una tradición duradera diferente,forzada originalmente sobre ellos por sus emperadores bizantinos, pero esto nunca ha sido la práctica católica».
Se puede afirmar, añade, que la disciplina de la Iglesia en los primeros siglos, antes del concilio de Nicea, para castigar determinados pecados -asesinato, adulterio y apostasía- era muy dura, porque se discutía si quienes los cometían podrían recibir el perdón y ser reconciliados con la Iglesia una vez o nunca. Pero ellos admitían que Dios podía perdonar a esos pecadores incluso aunque la capacidad de la Iglesia para readmitirles a la comunión fuera limitada.
Aquella severidad ,indica el cardenal, era la norma cuando la Iglesia se expandía por todo el mundo a pesar de ser perseguida. Tal situación «no puede ser ignorada», advierte el cardenal Pell, de la misma manera que no se pueden ignorar «las enseñanzas de Trento, las de San Juan Pablo II y las de Benedicto XVI». «¿O acaso las decisiones que siguieron al divorcio de Enrique VIII fueron equivocadas?», concluye el prelado.
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