Hay escritores que, como pistoleros en el revólver, podrían hacer muescas en sus libros para recordar el número de conversos provocados por sus páginas-bala. G.K. Chesterton (1874-1936) es uno de ellos, y recientemente Joseph Pearce incluía esa "abundancia de frutos de su tarea como evangelizador" entre los argumentos a favor de su beatificación.
Otro "fabricante" de católicos -aun sin llegar a serlo él mismo nunca formalmente, por más que su proximidad doctrinal a la Iglesia era casi absoluta- fue C.S. Lewis (1898-1963), y en particular su ensayo Mero cristianismo, que llevó a la fe, entre otros, al teólogo Scott Hahn o al genetista Francis Collins.
La celebridad a través de la percusión
A éstos habría que añadir ahora a Terry Chimes, ex batería de dos míticas bandas de punk rock de los 80, The Clash -sobre todo- y Black Sabbath, con quienes tocó un corto periodo de tiempo.
Nacido en 1956 en el distrito londinense de Stepney, desde 1976 y durante una década se unió a diversos grupos y adquirió fama con las baquetas. De hecho, en 2003 su nombre fue incluido en el Rock and Roll Hall of Fame, que perpetúa en Cleveland (Ohio) a lo más granado entre los músicos del género.
Para entonces, sin embargo, había cambiado bombos y platillos por la quiropráctica, una técnica de tratamiento de molestias músculo-esqueléticas de controvertida base científica y pretensiones espirituales a la que se entregó profesionalmente desde 1993.
¿Por qué? En 1985, durante una gira con Black Sabbath, se había lesionado un brazo tras jugar tres horas seguidas a los bolos. El quiropráctico que viajaba con la banda de Ozzy Osbourne se lo arregló, posibilitando que pudiera tocar, y Terry decidió sustituir una profesión por otra.
A los 17 años se había planteado ser médico, lo dejó para entregarse a la percusión, y algo del gusanillo de curar a los demás quiso matar con las clínicas quiroprácticas que acabó fundando.
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