Massa, un cisma que adelanta
el poskirchnerismo
por Carlos Pagni
Cristina Kirchner expuso anteayer, durante la presentación de los candidatos del Frente para la Victoria, sus criterios para abordar la campaña electoral. Están contenidos en una frase: "Es importante saber de qué lado elegís estar cuando se dan los debates por la distribución del ingreso". La Presidenta comunicó que tratará de forzar a sus rivales a definirse a favor o en contra de su administración. Y que identificará a esa administración no con su aspecto institucional, muy desfigurado, sino con una gesta de vindicación igualitaria.
Esas reglas demuestran que el desvelo principal de la señora de Kirchner es la irrupción de Sergio Massa en la competencia bonaerense. ¿A qué otro candidato cabría reprocharle alguna ambivalencia respecto de la política oficial?
Massa eligió la indeterminación como vector de su carrera porque pretende provocar una transferencia de votos desde el kirchnerismo al poskirchnerismo. Las encuestas le estarían indicando que sin ese traspaso es imposible el triunfo. Esos sondeos revelan que hay una corriente caudalosa de votantes que espera que la gestión social de los últimos años no sea cancelada.
La Presidenta se dirigió a ella cuando advirtió, con el tono de quien vende una pócima prodigiosa, que "este proyecto es el único que garantiza los logros de la década ganada". Por si alguien no había entendido, insinuó una pasable extorsión: una derrota de sus listas traería consigo la abolición de la Asignación Universal por Hijo o la restauración de la jubilación privada.
La preocupación de Cristina Kirchner es correcta. El riesgo que Massa representa para ella no es, si sirviera la metáfora, el del pagano, sino el del hereje. Massa no profesa otra religión. Modula la misma fe, pero en otros términos.
Enfrenta a su antigua jefa con un arma irritante: el parecido. Ella se defiende: "No nos gustan los disfraces".
Sin embargo, Cristina Kirchner cometería un error si redujera la amenaza del intendente de Tigre a una mascarada. Massa no está ejecutando una parodia del oficialismo. Massa lidera un cisma. Su operación excede la virtualidad del discurso. Tiene efectos materiales en el aparato de poder.
El Frente Renovador es, además de una formación electoral, el desprendimiento de once intendentes de la provincia de Buenos Aires del tronco kirchnerista. La mayoría rige municipios populosos: Tigre, Escobar, Pilar, Malvinas Argentinas, San Miguel, San Martín, Hurlingham, Almirante Brown, General Villegas, Olavarría y Trenque Lauquen. El inventario no incluye San Isidro ni Vicente López, administrados por el macrismo, ni Junín, del radical Meoni. Además, Massa arrastró detrás de sí a un grupo de secretarios generales de la CGT-Balcarce: Carlos West Ocampo (Sanidad), Armando Cavalieri (Comercio), Oscar Lescano (Luz y Fuerza) y Alberto Roberti (petroleros). Esos dirigentes confluyen con los de la CGT Azul y Blanca, de Luis Barrionuevo.
En otras palabras: en medio de los festejos por la "década ganada", el proceso electoral precipitó una fractura que tiene su propia dinámica y que alberga consecuencias prácticas independientes de los resultados que arrojen las urnas. Si Cristina Kirchner acota ese fenómeno a un ardid proselitista renunciará a examinar algunas dificultades de su modelo de liderazgo.
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