Los jóvenes se largan, en fin, a cualquier sitio donde el futuro no dependa
únicamente de tener suerte en la lotería, en la de verdad o en la del empleo.
Hace más de un siglo de aquella despedida elegante en un frontón bilbaíno, donde jugaba un pelotari tuerto. En un lance del partido un bolazo se estrelló contra su ojo sano, dejándole para siempre entre tinieblas. Ante el estupor de rivales y público, el nuevo ciego no se deshizo ni en imprecaciones ni en lamentos. Se limitó a hacer una breve reverencia y a decir lacónicamente: “Señores, buenas noches”.
Decenas de miles de jóvenes españoles, este año, han colocado su título universitario en la maleta junto con la abultada ropa de abrigo que se empeña en incluir su madre, y que van aligerando al descuido –sin que ella lo note– que bastante triste está ya con la perspectiva del adiós. Después se marchan a Alemania, Inglaterra, Australia o a alguno de esos emiratos tan medievales como tecnológicos ...
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