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sábado, 21 de enero de 2017

Los revolucionarios franceses optaron por el intento de transformar el culto cristiano en un nuevo culto revolucionario o cívico, en vez de prohibirlo directamente


Christopher Dawson demostró por qué la Revolución Francesa fue letal para la civilización cristiana


Carmelo López-Arias / ReL

La cultura occidental, sostenía Dawson, tiene que buscar en el cristianismo una guía y una ayuda para restaurar la unidad moral y espiritual de nuestra civilización


«Los dioses de la Revolución»




La presencia en el panorama cultural hispano del historiador y ensayista galés Christopher Dawson (1889-1970), convertido al catolicismo en 1914, ha vivido profundos altibajos, aunque su filosofía cristiana de la cultura y de la civilizacióndejó y mantiene una profunda huella.

Leopoldo Eulogio Palacios (1912-1981) le "descubrió" en 1934 desde las páginas de Acción Española. En los años 50 y 60 vive su apogeo de publicaciones y debates e incluso de presencia física, con cinco intensos meses de conferencias y cursos en España en el otoño e invierno de 1951-52. En esa época es también traducido y editado en Chile, México y Argentina. Llegan luego treinta largos años de ausencia, hasta su resurrección a partir de 1991.

En la primera mitad del siglo XX publicaron sus principales obras un grupo irrepetible de pensadores católicos o anglocatólicos británicos: Hilaire Belloc (1870-1953), G.K. Chesterton (1874-1936), T.S. Eliot (1888-1965), J.R.R. Tolkien (1892-1973), C.S. Lewis (1898-1963), Christopher Dawson (1889-1970), Roy Campbell (1901-1957), Evelyn Waugh (1903-1966)...

Acaba de publicarse, por primera vez en español, una de sus obras más representativas: Los dioses de la Revolución (Encuentro), con prólogo de otro gran filósofo de la Historia contemporáneo suyo, Arnold Toynbee (1889-1975). El traductor y responsable de la edición es Jerónimo Molina Cano, profesor titular de Política Social en la Universidad de Murcia.

El profesor Jerónimo Molina destaca la "trayectoria rectilínea" de la obra de Dawson, que "no conoce ni enmiendas ni rectificaciones, sino la modulación, a lo largo de más de medio siglo, de su tesis central: el sustrato religioso de toda civilización y en particular de la cristiana".

Molina destaca la importancia de este ensayo para comprender lo que pasó en 1789 y su trascendencia posterior: "Es algo más que un libro sobre la Revolución, su preparación y sus consecuencias. Lo que da coherencia a sus páginas, en las que se remonta al siglo XVI para descubrir las fuentes del pensamiento revolucionario europeo hasta llegar a la última postguerra mundial, es el desarrollo de su idea de que la religión es el germen de toda civilización, y que en circunstancias excepcionales la religión se expresa imperiosamente por cauces bastardos. Lo que el autor ofrece es una interpretación religiosa del cataclismo revolucionario francés".

-¿Cómo se prepara intelectualmente la Revolución? 

-La Revolución Francesa, como otros acontecimientos equivalentes digamos desde el punto de vista de la historia universal (desde la caída de Roma o Constantinopla hasta la caída del Muro de Berlín), es el resultado un proceso en el que confluyen factores muy diversos. Entre ellos destacan sin duda los de índole intelectual y mucho más los espirituales. Consideración aparte merece la Revolución como fenómeno histórico irrepetible. Ciertamente pudo acaecer de otro modo, pero en la medida en que ha tenido lugar es algo irreversible. Pero que sea irreversible no quiere decir fuera necesario.


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Reseña:

Los dioses de la Revolución

CHRISTOPHER DAWSON


El 5 de octubre de 1793 la Convención Nacional aprobaba un nuevo calendario. El año 1 de la nueva era comenzaba el 22 de septiembre de 1792, coincidiendo con la proclamación de la República en el Jeu de Paume y con el equinoccio de otoño en el Hemisferio norte. El nuevo diseño intentaba adaptar el calendario al sistema decimal —los meses se dividen en tres décadas de 10 días y desaparecen las semanas— y eliminar de él las referencias religiosas. Además, se daban nuevos nombres a los meses (Vendimiario, Pluvioso, Floreal o Termidor, por citar algunos). Quizás ésta sea una de las acciones más bizarras que se llevaron a cabo durante aquellos convulsos días, pero su intención era clara: romper de raíz con el sistema anterior. La Revolución Francesa no solo derrumbó los cimientos políticos del Antiguo Régimen, también arremetió contra los principios y valores sobre los que se había sostenido y encontrado su legitimidad.

La cuestión religiosa fue, por tanto, otro de los campos de batalla de este período. Al igual que intentaron hacer con el calendario gregoriano, los revolucionarios franceses optaron por el intento de transformar el culto cristiano en un nuevo culto revolucionario o cívico, en vez de prohibirlo directamente. Eran lo suficientemente lúcidos para comprender que el pueblo necesitaba una serie de creencias y rituales sobre los que construir su identidad. De este modo, el 10 de noviembre de 1793, París asistía a la entronización de la “Diosa Razón” en la catedral de Notre-Dame. Poco después se configuraban y regulaban toda una serie de fiestas y ceremonias para consolidar la nueva religión de Estado y modelar un nuevo credo sobre postulados racionalistas al servicio de la Revolución.

La Revolución francesa no fue un fenómeno espontáneo: hundía sus raíces en la Ilustración e incluso en la Reforma del siglo XVI. El corpus doctrinal de los principales dirigentes revolucionarios se construyó a partir de los escritos de Voltaire, Rousseau o Diderot, entre otros muchos, y seguía el ejemplo de la independencia de las colonias norteamericanas y del sistema político inglés. Una vez iniciada, siguió, no obstante, un camino insólito que hizo de ella algo singular en la historia. La ruptura radical con el pasado y la pretensión universalista de sus postulados influyeron, ya para siempre, en la mentalidad europea. A pesar de su derrota y de la consecuente reinstauración del Antiguo Régimen, la Revolución impregnó al mundo de un nuevo sentimiento de libertad y cambio.
Mucho se ha escrito sobre la Revolución Francesa, sobre sus orígenes y sus consecuencias, sobre sus principios y sus errores, y quizás poco más quede por decir o analizar. Sin embargo, de vez en cuando se publican (o se reeditan, en este caso) obras que aportan un enfoque novedoso a aquel período. Así sucede con el libro del historiador británico Christopher Dawson, Los dioses de la Revolución*, que estudia los siglos XVIII y XIX desde una perspectiva religiosa, sin que ello suponga que nos hallemos ante una historia de la religión durante ambas centurias. El trabajo de Dawson se centra en el proceso revolucionario pero explora la divergencia entre los ideales inspiradores de la Revolución y el credo católico, así como el avance de secularización que tuvo lugar durante estos siglos en el continente europeo. Como explica el profesor Jerónimo Molina Cano en la presentación del libro, “En este sentido, Los dioses de la Revolución de Christopher Dawson ocupa un lugar aparte en la historiografía sobre 1789, complementario al acervo fundamental —político, social o económico— y también, por qué no, accesorio —demográfico, teoría de los ciclos históricos y del cambio—. Lo que el autor ofrece es pues una interpretación religiosa del cataclismo revolucionario francés”.

Estamos ante un libro de difícil clasificación. No es un trabajo de historia al uso, pues se adentra continuamente en el mundo de las ideas, pero tampoco es un ensayo, pues el componente histórico es indiscutible. Se trata más bien de una simbiosis entre distintas disciplinas cuya tesis subyacente consiste en atribuir a la religión, a pesar de las críticas que recibe y por mucho que nos intentemos apartar de ella, el carácter de fuente de cualquier civilización. Citando nuevamente al profesor Molina Cano: “Lo que da coherencia a sus páginas, en las que se remonta al siglo XVI para descubrir las fuentes del pensamiento revolucionario europeo, en primera instancia liberal, hasta llegar a la posguerra mundial, es el desarrollo de su idea, perfilada en los años veinte, de que la religión es el germen de toda civilización y, asimismo, que en circunstancias excepcionales la religión se expresa imperiosamente por cauces bastardos”. Evidentemente, la impronta católica está presente en toda la obra y el autor no esconde sus creencias. Ahora bien, no se trata de un libro apologético y sesgado, en el que unos (los míos) son buenos y otros (quienes no piensan como yo) son los malos. Dawson, buen conocedor de los sucesos que analiza, los describe objetivamente y tan solo muestra sus opiniones cuando los interpreta.

El libro cuenta con tres bloques bien diferenciados aunque interconectados. La primera parte aborda la génesis cultural de la Revolución francesa y en ella Christopher Dawson se remonta a la Reforma protestante, a los orígenes de un incipiente liberalismo en Inglaterra, a la Ilustración, a la independencia de Estados Unidos y a los primeros atisbos del pensamiento demócrata en los intelectuales del siglo XVIII. Entre estos últimos destaca a Rousseau, a quien considera “el primero en inflamar los espíritus con el ideal de la democracia, no como un mero sistema de gobierno, sino como un nuevo modo de vida, una visión de la justicia social y la fraternidad que es nada menos que el reino de Dios en la tierra”.

El segundo bloque está dedicado en exclusiva a narrar la Revolución francesa, desde su inicio con la constitución de la Asamblea Nacional en 1789 hasta la caída de Robespierre en 1794 y la instauración del Directorio al año siguiente. El historiador británico estudia estos seis intensos años prestando mayor atención a la mentalidad e ideas de los revolucionarios que a los propios hechos, así como a su relación con la cuestión religiosa. Como explica el propio autor: “La Revolución francesa se entiende pues mejor como parte de una revolución mundial que pretende restaurar los derechos originarios de la humanidad, de los cuales ha sido despojada en épocas remotas por la tiranía de los reyes y sacerdotes”. Este nuevo credo encontrará en la Declaración de los Derechos del Hombre la fundamentación teológica sobre la que construir un nuevo orden social.
La última parte está dedicada a estudiar la influencia de la Revolución en la Europa del siglo XIX. Analiza, por tanto, su impronta en el espíritu romántico, en la construcción de las corrientes ideológicas liberales y socialistas decimonónicas y en los avances científicos y tecnológicos que se producen durante la centuria. El punto y final del libro se sitúa en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Las últimas páginas abandonan el carácter analítico y se convierten en una reflexión personal sobre el papel que ha de jugar la religión en el nuevo contexto mundial. Así se puede ver en estas palabras, muy indicativas del pensamiento del autor: “La cultura occidental tiene que buscar en el cristianismo una guía y una ayuda para restaurar la unidad moral y espiritual de nuestra civilización. Fracasar en el intento solo puede significar o la quiebra del cristianismo o la condenación de la civilización moderna”.

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*Publicado por Ediciones Encuentro, septiembre 2015.

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