El alma congelada de los argentinos
por Maximiliano Tomas
A mediados de 2012 Héctor Ricardo Leis, ex militante montonero radicado en Brasil, publicó una serie de intervenciones en el sitio web Los Trabajos Prácticos. Sus palabras y razonamientos, enlazados con su testimonio personal (el de una persona que mató en aquellos años y hoy es profesor de ciencia política y doctor en filosofía) descubrían una memoria que está en las antípodas de la mitificación oficial de la militancia revolucionaria de los años 70. Las de Leis eran reflexiones duras, complejas y por momentos hasta intolerables.
Escribía, por ejemplo:
"La lucha guerrillera contra la dictadura militar no fue solamente suicida, sino también ilegítima. Y a pesar de haber sido demoníaca e ilegal, a pesar de haber llegado a extremos a los cuales la guerrilla nunca llegaría, la lucha de la dictadura contra la subversión fue legítima".
Y decía también:
"La memoria histórica que justifica la aplicación del paradigma marxista-colectivista para disculpar a los revolucionarios y del liberal-individualista para culpar a los militares no es inocente: es intencionalmente perversa con la comunidad como un todo".
Esos textos se convertirían, un año después, en el libro Un testamento de los años 70. Terrorismo, política y verdad en Argentina.
Por ese tiempo, Graciela Fernández Meijide publicaba también un libro que criticaba la violencia política de los 70 llamado Eran humanos, no héroes.
Los ataques a uno y a otro no tardarían en llegar: ¿dos personas de izquierda consagrando ideas, contribuyendo al discurso de la derecha? Fernández Meijide viajó poco más tarde a Brasil para reencontrarse con Leis, a quien conocía de los tempranos 80. La semana que pasaron en Florianópolis fue registrada por los documentalistas Pablo Racioppi y Carolina Azzi y se convirtió en la película El diálogo, estrenada en el último Bafici y proyectada esta semana en el Centro Cultural San Martín.
El diálogo es una edición de aquellas largas horas de conversación: Leis y Fernández Meijide observan en una computadora discursos de Juan Perón, de Mario Firmenich y de Néstor Kirchner, imágenes diversas, como las del Juicio a las Juntas o las del copamiento al cuartel de La Tablada.
El diálogo es una edición de aquellas largas horas de conversación: Leis y Fernández Meijide observan en una computadora discursos de Juan Perón, de Mario Firmenich y de Néstor Kirchner, imágenes diversas, como las del Juicio a las Juntas o las del copamiento al cuartel de La Tablada.
Hacen silencios significativos. Y hablan entre ellos. No hay mucho más. Y sin embargo, nadie podría permanecer indiferente a lo que dicen. Ni siquiera ellos, que se emocionan, se quiebran, se exaltan o se contienen, mientras repasan aspectos clave de la memoria de aquellos años que fueron cristalizados como verdades históricas o silenciados como tabúes: cuál fue la responsabilidad de cada quien en masacres y asesinatos, cómo se tipificaron los delitos cometidos, a qué razones responde la contabilidad de muertos y desaparecidos.
"Yo no soy un arrepentido. A mí me costó mucho entender que estaba equivocado", dice Leis en un momento y agrega: "Jamás me puse en el lugar de víctima, sino de sobreviviente. Soy un sobreviviente, y por eso voy a pensar todo otra vez".
"Todas las noches, para dormirme, yo le metía un tiro en la cabeza a Massera, a Videla y a Agosti. En mi imaginación. Y así me dormía. Recién en 1978, cuando acepté que a mi hijo lo habían matado, dije: a partir de ahora voy a trabajar para que vayan presos. Así que dejé de matarlos y me dediqué a preparar los casos", recuerda Fernández Meijide.
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"Yo no soy un arrepentido. A mí me costó mucho entender que estaba equivocado", dice Leis en un momento y agrega: "Jamás me puse en el lugar de víctima, sino de sobreviviente. Soy un sobreviviente, y por eso voy a pensar todo otra vez".
"Todas las noches, para dormirme, yo le metía un tiro en la cabeza a Massera, a Videla y a Agosti. En mi imaginación. Y así me dormía. Recién en 1978, cuando acepté que a mi hijo lo habían matado, dije: a partir de ahora voy a trabajar para que vayan presos. Así que dejé de matarlos y me dediqué a preparar los casos", recuerda Fernández Meijide.
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