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martes, 20 de mayo de 2014

¿A quién le regalamos un “like” en las redes sociales? ¿A quién votamos?




por Carlos J. Díaz Rodríguez

Cuando la jerarquía de valores es remplazada por la idolatría, el ser humano pierde la capacidad de llevar a cabo una crítica constructiva de la realidad social en la que se desenvuelve. 


¿El resultado? Exaltar a hombres y mujeres superficiales que de amor, justicia y verdad no saben absolutamente nada. 

Fue justo lo que pasó en el marco del nacionalsocialismo de Hitler. En lugar de haber escuchado a los que se oponían a su régimen totalitario, las masas optaron por rendir culto al autor del nazismo, adoctrinando a los niños de la época. Aunque hoy nos parezca improbable que la sociedad cometa el mismo error de exaltar a líderes sanguinarios, existe el riesgo de querer justificar lo injustificable, promoviendo la vida de personas extraviadas. 

Por ejemplo, al votar por aquellos que, al conocerlos, sabemos que no se esforzarán por el bien común, en lugar de apostar por otra clase de liderazgos políticos o, en su caso, cuando la sociedad aplaude hechos como la infidelidad en el noviazgo o en el matrimonio.
Una sociedad que reconoce a los mediocres, en detrimento de los que se esfuerzan todos los días por dejar una huella constructiva en campos como la economía, el deporte, la religión, el desarrollo tecnológico, la salud, etcétera, se lanza hacia el abismo del sinsentido. 
Los medios de comunicación, si bien constituyen una de las fortalezas de todo Estado democrático, tienen mucho que ver en los modelos propuestos, porque rara vez promocionan a los que están haciendo algo por el mundo. Al contrario, mientras más excesos haya de por medio en una figura pública mejor. Se trata de un morbo que atenta contra la educación y la formación. Entonces, ¿la solución pasa por censurar ciertos programas? Aunque hay que cuidar la calidad moral de los contenidos y atender la edad de los destinatarios, lo principal sería aprender a educar mejor, recuperando el binomio casa-escuela. Si hubiera un nivel educativo aceptable, las nuevas generaciones sabrían criticar, discernir y optar sin importar las opciones que se les presentaran. Muchos ya lo hacen; sin embargo, falta dar nuevos pasos.




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