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jueves, 30 de enero de 2014

A los cristianos del siglo XXI “no se les impedirá el culto, sino algo no menos importante: se les impone el pecado, ya que actuar contra la propia conciencia significa siempre pecar“.


Extensión de la ofensiva 
contra la conciencia de los cristianos



Uno de los argumentos para desacreditar los esfuerzos de quienes se oponen a la obra de reingeniería social a la que estamos sometidos es aquello tan manido del “tú vive como quieras, pero no pretendas imponer tu moral a los demás”. Con este argumento se defiende la legalidad del asesinato de los no nacidos o la destrucción del matrimonio y de la familia natural.

La realidad, no obstante, es la contraria. Es lo que explica Achille Benedettini en un interesante artículo en La Nuova Bussola Quotidiana. Aquí no se trata de que queramos imponer nada a nadie, sino de que cada vez nos dejan menos vivir de acuerdo a nuestras convicciones y conciencia.

Los médicos que objetan a la práctica del aborto entran a formar parte de listas negras. Y no digamos ya de un médico que se niega a recetar contraceptivos. Lo mismo ocurre con enfermeras, sanitarios y farmacéuticos.

Pero la ofensiva desatada por el homosexualismo ha ampliado la extensión del campo de batalla, una extensión que no cesa y que deja cada vez menos espacio para que un cristiano viva como tal (evidentemente, siempre nos queda el martirio). Primero fue en Nuevo México, donde Elaine Huguenin fue condenada a pagar miles de dólares por haber rechazado ejercer de fotógrafa en una boda entre dos personas del mismo sexo. En frase muy significativa de un juez, se ha llegado a sostener que el dejar de lado los propios valores religiosos es el precio de la ciudadanía. Luego le llegó el turno a Jack Phillips, de Colorado, que se enfrenta a la posibilidad de un año de cárcel por rechazar preparar el pastel nupcial de una “boda” gay.

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