Cambio de piel
por James Neilson
Para hacer aún más borroso el futuro, nadie ignora que sería prematuro celebrar el funeral del fantasioso proyecto kirchnerista. Puede que esté moribundo, pero así y todo se resiste a morir. Los impresionados por el voluntarismo mesiánico que caracteriza a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y los soldados de su ejército de militantes temen que procuren prolongar su “ciclo” intentando una maniobra decididamente heterodoxa. Algunos aventuran que, por los consabidos motivos de salud, la señora abandonará la Casa Rosada en diciembre, o sea, antes de completar la mitad de su mandato, con la esperanza de que los próximos dos años resulten ser tan atroces que a finales de 2015 “el pueblo” le suplique perdón por haberle dado la espalda.
¿Lo permitiría la Constitución? Pocos lo creen, pero los memoriosos recordarán que, cuando de buscar grietas en la Carta Magna se trata, hace tres lustros los partidarios de Carlos Menem consiguieron confeccionar docenas de argumentos legales ingeniosos y no hay por qué suponer que los juristas K sean menos creativos. Con todo, para que tuviera éxito la jugada, sería necesario que la mayoría creyera que Cristina resultaría capaz de obrar milagros y que no tuvo nada que ver con la debacle socioeconómica que, en teoría por lo menos, haría factible la operación clamor que tendrían en mente los ultras.
Es que, por desgracia, los tiempos de la política no son los fijados por el rígido calendario constitucional. Para los estrategas kirchneristas, el que, según las reglas, al gobierno de Cristina le queden más de dos años en el poder, dista de ser ventajoso. Antes bien, les parecerá una condena cruel; de respetar las normas consagradas, tendrían que solucionar o, cuando menos, tratar de atenuar las consecuencias de una gestión fabulosamente irresponsable, una en que el gobierno se ha dedicado a despilfarrar una proporción desmedida de los recursos del país sin preocuparse en absoluto por el mediano plazo.
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