El papa en campaña
por James Neilson
Todo vale cuando de cosechar votos se trata, aunque sólo sea en elecciones legislativas primarias. Puede que el papa Francisco hubiera preferido no participar de la campaña como el padrino espiritual involuntario de Cristina y Martín Insaurralde, además de autor de una nueva consigna kirchnerista, "Nunca se desanimen, no dejen que la esperanza se apague", pero la foto se tomó, las palabras fueron pronunciadas y es lógico que las hayan aprovechado los que quieren hacer pensar que el gobierno cuenta con el apoyo entusiasta del Vaticano.
Aunque antes de convertirse en sumo pontífice, el arzobispo Jorge Bergoglio fue calificado de "jefe de la oposición" por Néstor Kirchner, a partir de entonces mucho ha cambiado. Consciente de que continuar oponiéndosele sería contraproducente, Cristina optó por perdonarle sus pecados ideológicos y, la transversalidad mediante, incorporarlo a su equipo. También podrían hacerlo Daniel Scioli, Mauricio Macri y muchos otros políticos, lo que provocaría cierta confusión entre los votantes, pero, mal que les pese, los kirchneristas se las arreglaron para madrugar a todos, aunque, de quererlo, los opositores más belicosos podrían contraatacar empapelando las paredes de la Capital Federal y otras ciudades de afiches con las alusiones lapidarias de Francisco a la corrupción, que ve en la raíz del pesimismo de los que consideran la política una actividad sólo apta para delincuentes, y a la necesidad urgente de combatirla antes de que arruine todo.
De todas maneras, no cabe duda de que la consigna papal que eligieron los encargados de la propaganda K les vino de perlas. Desde hace tiempo están procurando convencernos de que son paladines del "amor" en su lucha maniquea contra "el odio" y que la indignación que tantos sienten por los resultados desafortunados de la gestión caótica de Cristina se debe al desánimo, de suerte que darle la espalda equivaldría a abandonar la esperanza. Es un mensaje emotivo muy rudimentario, además de hipócrita ya que los kirchneristas han hecho más que nadie para sembrar el odio, pero podría resultar eficaz al ayudarlos a arañar algunos votos.
Por haber degenerado la política en un juego de imágenes en que a relativamente pocos se les ocurriría perder el tiempo hablando de ideas, propuestas, programas de gobierno u otras cosas aburridas, es mejor concentrarse en procurar brindar la impresión de encarnar una actitud determinada, una que se supone positiva, frente a la vida, atribuyendo así las quejas que se oyen no a las deficiencias del gobierno sino a la voluntad de sus adversarios de que todo ande mal, haciendo de ellos los responsables de los errores oficiales.
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Aunque antes de convertirse en sumo pontífice, el arzobispo Jorge Bergoglio fue calificado de "jefe de la oposición" por Néstor Kirchner, a partir de entonces mucho ha cambiado. Consciente de que continuar oponiéndosele sería contraproducente, Cristina optó por perdonarle sus pecados ideológicos y, la transversalidad mediante, incorporarlo a su equipo. También podrían hacerlo Daniel Scioli, Mauricio Macri y muchos otros políticos, lo que provocaría cierta confusión entre los votantes, pero, mal que les pese, los kirchneristas se las arreglaron para madrugar a todos, aunque, de quererlo, los opositores más belicosos podrían contraatacar empapelando las paredes de la Capital Federal y otras ciudades de afiches con las alusiones lapidarias de Francisco a la corrupción, que ve en la raíz del pesimismo de los que consideran la política una actividad sólo apta para delincuentes, y a la necesidad urgente de combatirla antes de que arruine todo.
De todas maneras, no cabe duda de que la consigna papal que eligieron los encargados de la propaganda K les vino de perlas. Desde hace tiempo están procurando convencernos de que son paladines del "amor" en su lucha maniquea contra "el odio" y que la indignación que tantos sienten por los resultados desafortunados de la gestión caótica de Cristina se debe al desánimo, de suerte que darle la espalda equivaldría a abandonar la esperanza. Es un mensaje emotivo muy rudimentario, además de hipócrita ya que los kirchneristas han hecho más que nadie para sembrar el odio, pero podría resultar eficaz al ayudarlos a arañar algunos votos.
Por haber degenerado la política en un juego de imágenes en que a relativamente pocos se les ocurriría perder el tiempo hablando de ideas, propuestas, programas de gobierno u otras cosas aburridas, es mejor concentrarse en procurar brindar la impresión de encarnar una actitud determinada, una que se supone positiva, frente a la vida, atribuyendo así las quejas que se oyen no a las deficiencias del gobierno sino a la voluntad de sus adversarios de que todo ande mal, haciendo de ellos los responsables de los errores oficiales.
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