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sábado, 1 de septiembre de 2012

La renovada vitalidad del catolicismo de los Estados Unidos ha invadido también el campo político.


Dos católicos compitiendo por la Casa Bianca


por Sandro Magister



Se puede apostar que en octubre próximo el proceso en el Vaticano al mayordomo infiel del Papa hará más ruido que la inauguración del año de la fe, con el concomitante sínodo de los obispos.

Pero infidelidad por infidelidad, a Benedicto XVI le importa infinitamente más el destino de la fe católica. Que si aquí y allá parece apagarse, en otros lugares del mundo se vuelve a animar de manera inesperada.

Que el ateismo sea típico de Occidente es una leyenda desmentida por los hechos. El último gran sondeo mundial de Gallup sobre el tema lo encuentra en primerísimo lugar en China, donde casi la mitad de la población se declara atea, seguida muy de cerca por Japón y Corea.

En Europa la ausencia de fe es lo común en Francia, en la República Checa y en la ex Alemania del Este, pero en otras partes registra marcas mesuradas.

Y en los Estados Unidos está en mínimos términos, apenas el 5 por ciento de la población, a pesar de que hoy el llamarse ateo ya no es más un estigma social como lo era en el pasado.

Los Estados Unidos, en el panorama mundial de la Iglesia católica, son la sorpresa más impactante. Hace tan sólo pocos años ninguno habría apostado por un vuelco de tendencia tan espectacular. Todos los indicadores se orientaban a lo peor: obispos débiles y despavoridos, sacerdotes desarmados, vocaciones en picada, fieles en fuga. El escándalo de la pedofilia había inferido golpes terribles a la credibilidad de la Iglesia.

Pero desde que Benedicto XVI es Papa, en los Estados Unidos las señales indican un resurgir. 

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