3.
Los cuatro mundos[1]
de Solzhenitsyn en sus discursos y entrevistas
3.1. Mundo histórico y mundo sobrenatural
- Necesidad
de una visión integradora
Le Figaro publicó una conversación de
Solzhenitsyn con el escritor alemán Daniel Kehlmann[2],
estando el escritor ruso por cumplir 88 años. La entrevista es interesante
porque allí Soljénitsyne brinda una síntesis de su visión del mundo, en su
momento de mayor madurez.
A través de este diálogo, el escritor
transmite a los lectores unas “lecciones universales”, en las que se aprecia
una vez más la amplitud de su visión y la interconexión y entrecruzamiento de
las múltiples ideas que expone.
·
La realidad debe ser percibida tal y como
ella existe.
·
Para entender la realidad sobre los
fundamentos de la existencia del hombre hay que sumergirse hasta el fondo.
·
La libertad de elección le fue dada por Dios
al hombre, desde la propia creación, y nunca le fue quitada. Es el hombre el
que crea la propia historia, y es el mismo hombre quien se precipita al abismo.
El mal anida en el corazón del hombre, y ahí está el verdadero problema.
·
Los sufrimientos son o necesarios o absurdos,
según la capacidad de la gente y de los pueblos para comprender la importancia
del correcto uso de la libertad y en entender las consecuencias que se producen
según el tipo de uso.
·
Si los hombres pierden el sentido de auto
restricción, el dominio de los propios deseos, de las exigencias de la
libertad, no pueden evitar pagar las consecuencias.
·
Particularmente, no pueden evitar pagar las
consecuencias de la codicia sin límites, sea esta de los hombres o de los
estados ricos y poderosos, ni los efectos del agotamiento de los sentimientos
de la bondad humana.
·
Las grandes crisis sociales se preparan
lentamente. Siempre hay causas que es posible ver en su momento adecuado. Estas
no parece que vayan a llevar tan lejos sus efectos, pero lo hacen.
·
El mal universal tiene sentido e intensidad.
Y no es solamente la locura o la tontería del hombre. Es un núcleo compacto, y
para combatirlo hace falta una lucha activa. El mal es fuerte porque un gran
número de corazones humanos ha sido tocado o contaminado por él.
·
El mundo contemporáneo ha perdido sus
fundamentos filosóficos, y las consecuencias mundiales de esto todavía no se
han manifestado totalmente.
·
La dictadura comunista llama una lucha
absoluta contra ella. Sigue siendo “intrínsecamente perversa” aunque se vista
de seda.
·
Puede implantarse en un país el cinismo y la
corrupción moral aunque se produzca el reverdecer de la sociedad en todas sus
formas, incluidas las morales y económicas. Pueden igualmente allí triunfar las
fuerzas oscuras, los bandoleros sin fe ni ley que se enriquecen mediante el
pillaje de los bienes nacionales contra el que nunca se lucha.
·
La existencia de partidos políticos que están
únicamente ocupados en obtener poder es una calamidad.
- El discurso de Templeton[3] - Londres 1983
"Los hombres han olvidado a Dios", y sin
progreso espiritual no hay salida…
Quizás sea el discurso en la entrega del
Premio Templeton el lugar en que hace pública con más claridad esa “visión,
donde deja claro que sin progreso espiritual, no hay salida, ligando lo que
siempre se llamó de un modo corriente y entendible “la historia sagrada”, denominación
que supone que el mundo y el hombre han sido creados y sostenidos por un Dios
que interviene en el devenir de la humanidad y se integra al tiempo y al
espacio. El continuo movimiento de elevación del escritor, lo lleva a formarse
una visión trascendente del mundo que forma parte del camino que propone el
escritor como única salida posible individual y social. Con ese marco de
referencia, Solzhenitsyn sostiene que lo que sucede en el mundo es que “se ha
olvidado de Dios, y esa es la causa de la revolución”.[4]
Diagnóstico: el olvido de Dios como proceso universal
Solzhenitsyn, al relacionar la ausencia de
Dios con la revolución, focaliza la atención sobre uno de los puntos
principales sobre los que ronda su reflexión y su obra literaria. El que quiera
cercarse
a la realidad y entender la revolución al modo de Solzhenitsyn, deberá ascender
en el conocimiento por el mismo camino.
La manifestación más clara de su pensamiento sobre
la revolución se encuentra en la conferencia que pronunció -en primera persona
del singular y lejos de los personajes de sus escritos- en el Guildhall de
Londres donde al recibir el premio Templeton en 1983, expresa con toda
claridad: “Siendo ya niño, hace más de medio siglo, muchas veces oí decir a las
personas mayores, para explicar las terribles convulsiones que habían
quebrantado Rusia: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de
todo”. Desde entonces, he dedicado casi medio siglo al estudio de nuestra
revolución. He leído cientos de libros. He reunido centenares de testimonios
personales, y –para empezar a despejar los escombros- he escrito ya ocho
volúmenes. Ahora bien, si me pidieran hoy
precisar en forma breve, la causa principal de esa revolución devastadora, que
nos ha devorado más de 60 millones de individuos, no encontraría nada mejor que
repetir: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.”
En la misma conferencia -además de la causa- define
el alcance universal de la revolución: “Pero, todavía hay algo más: los sucesos
de la revolución rusa no pueden entenderse hoy, en este fin de siglo, sino
sobre el marco de fondo de lo que ocurre en los demás países. Hay un proceso universal que se perfila
claramente. Si se me exigiera señalar, en una fórmula breve, el rasgo
principal de este siglo XX, nuevamente no encontraría nada más exacto, más
sustancial que decir: los hombres se han olvidado de Dios.”
El comunismo en la
historia rusa
¿Cómo ve nuestro escritor históricamente la
inserción y el desarrollo del comunismo en la historia rusa? La Rusia
tradicional, con todos sus logros, fue literalmente arrasada por el comunismo.
La revolución rusa es la continuidad de la revolución francesa. La Rusia de los
tiempos de la revolución, es un país inmenso, integrado con múltiples
nacionalidades, con un progreso económico importante, que ha generado en su
interior nuevas clases sin representatividad política; en particular la nueva
burguesía, y una nueva población industrial y proletaria, desenraizada del
terruño.
Solzhenitsyn señala que en vísperas de la primera
guerra, “Rusia conocía una producción floreciente, un crecimiento rápido, una
economía flexible y descentralizada donde no había límites para elegir a que
dedicarse, con un esbozo de legislación laboral, y con una situación de los
paisanos próspera como no fue nunca bajo el sistema soviético. No había censura
previa para los periódicos, y había libertad cultural. Los intelectuales no
tenían trabas en sus actividades, y se podía manifestar todas las opiniones,
confesar todas las religiones, y existía la autonomía inviolable de los
establecimientos de estudios superiores.”
El olvido de Dios:
factor determinante de la revolución… y de las guerras mundiales
Retomemos el texto: “Es más, los acontecimientos de
la Revolución Rusa sólo pueden comprenderse ahora, a finales del siglo, en el
contexto de lo que ha ocurrido desde entonces en el resto del mundo. Lo
que surge aquí es un proceso de significación universal. Y si se me
pidiera que identificara brevemente el rasgo principal de todo
el siglo XX, aquí también no podría encontrar algo más preciso y conciso
que repetir una vez más: Los hombres se han olvidado de Dios. Las fallas de la
conciencia humana, privadas de su dimensión divina, han sido un factor
determinante en todos los crímenes más importantes de este siglo. La
primera de éstas fue la Primera Guerra Mundial, y gran parte de nuestra
situación actual puede remontarse a ella. Era una guerra (cuyo recuerdo
parece desvanecerse) cuando Europa, repleta de salud y abundancia, cayó en una
furia de auto-mutilación que no pudo menos que socavar su fuerza durante un siglo
o más, y tal vez para siempre. La única explicación posible para esta
guerra es un eclipse mental entre los líderes de Europa debido a su pérdida de
conciencia de un Poder Supremo sobre ellos. Sólo un amargo impío podría
haber movido estados ostensiblemente cristianos para emplear gas venenoso, un
arma tan obviamente más allá de los límites de la humanidad.”
La bomba nuclear ¿garantía
de la paz en la postguerra?
“El mismo tipo de defecto, el defecto de una
conciencia carente de toda dimensión divina, se manifestó después de la Segunda
Guerra Mundial cuando Occidente cedió a la tentación satánica del
"paraguas nuclear". Era equivalente a decir: "Hagamos caso
omiso de las preocupaciones, liberemos a la generación más joven de sus deberes
y obligaciones, no hagamos ningún esfuerzo por defendernos, por no hablar de
defender a los demás, detengamos nuestros oídos ante los gemidos que emanan del
Oriente y Vivamos en cambio en la búsqueda de la felicidad. Si el peligro
nos amenaza, estaremos protegidos por la bomba nuclear; Si no, entonces
deja que el mundo se queme en el infierno con todo lo que nos importa. El
lamentable estado de indefensión al que se ha hundido el Occidente
contemporáneo se debe en gran medida a este error fatal: la creencia de que la
defensa de la paz no depende de los corazones fuertes y de los hombres firmes,
sino únicamente de la bomba nuclear... El
mundo de hoy ha alcanzado una etapa que, si hubiera sido descrita a siglos
anteriores, habría provocado el grito: "¡Este
es el Apocalipsis!" Sin embargo, nos hemos acostumbrado a este tipo de
mundo; Incluso nos sentimos como en casa.”
Con el olvido de
Dios, el demonio avanzó por el mundo
Sigue Solzhenitsyn: “Dostoievski advirtió que
"los grandes acontecimientos podían venir sobre nosotros y captarnos
intelectualmente desprevenidos". Esto es precisamente lo que ha
sucedido. Y predijo que "el mundo será salvo sólo después de haber
sido poseído por el demonio del mal". Si realmente se salvará,
tendremos que esperar y ver: esto dependerá de nuestra conciencia, de nuestra
lucidez espiritual, de nuestros esfuerzos individuales y combinados frente a
las circunstancias catastróficas. Pero ya ha sucedido que el demonio del
mal, como un torbellino, triunfa alrededor de los cinco continentes de la
tierra...”
Cuando la fe
ortodoxa integraba las personas, el pueblo y la nación
“En su pasado, Rusia conocía una época en que el
ideal social no era la fama, ni las riquezas, ni el éxito material, sino un
modo de vida piadoso. Rusia estaba entonces empapada en un cristianismo
ortodoxo que permaneció fiel a la Iglesia de los primeros siglos. La
ortodoxia de ese tiempo sabía cómo proteger a su pueblo bajo el yugo de una
ocupación extranjera que duró más de dos siglos, mientras que al mismo tiempo
defendía los golpes inicuos de las espadas de los cruzados
occidentales. Durante estos siglos la fe ortodoxa en nuestro país pasó a
formar parte del patrón mismo del pensamiento y la personalidad de nuestro
pueblo, las formas de vida cotidiana, el calendario de trabajo, las prioridades
en cada empresa, la organización de la semana y del año. La fe era la
fuerza formadora y unificadora de la nación.”
En
tres siglos todo cambió
En efecto. En los siglos XVII, XVIII y XIX
cambiaron las personas, el pueblo y la nación rusa: “… en el Siglo XVII un
cisma desgraciado minó nuestra ortodoxia, y en el XVIII Rusia fue quebrantada
por las reformas tiránicas de Pedro el grande, que ahogaron el espíritu
religioso y la vida nacional, para fortalecer al estado, la guerra y la
economía. Con la unificación de la enseñanza impuesta por Pedro el Grande, se
nos infiltró la sutil brisa venenosa del secularismo, que en el Siglo XIX
penetró hasta las clases más cultas y abrió amplio paso al marxismo. En vísperas
de la revolución, la fe había desaparecido de los círculos instruidos. Entre
los monjes eruditos incluso ya estaba debilitada.”
El olvido de Dios, lejos de ser un olvido indolente
y pasivo, se volvió militante y activo. Dostoievski pensaba que “la Revolución
debía comenzar necesariamente por el ateísmo”, Solzhenitsyn lo confirma:
“Verdaderamente es así. Pero el mundo no había conocido hasta ahora a un
ateísmo como el marxista: organizado, militarizado y encarnizado. En el
pensamiento filosófico y en el corazón mismo de la psicología de Marx y de
Lenin, el odio a Dios constituye el impulso inicial, previo a todos los
proyectos políticos y económicos. El ateísmo militante no es un detalle, no es un
elemento periférico ni una consecuencia accesoria de la política comunista: es
su eje central. Para alcanzar su fin diabólico, ella necesita disponer de un
pueblo sin religión y sin patria.”
En
el siglo XX el mundo vivió al borde del abismo con la revolución universal
La revolución resultante no solo provocó daño a
Rusia sino que fue universal, y sus efectos pusieron al mundo al borde del
abismo: “Somos los testigos de la ruina del mundo: en algunos países, se la
sufre como una desgracia; otros se entregan libremente a ella. Todo el siglo XX
se sumerge en el torbellino del ateísmo y de la autodestrucción. Esta caída en
el abismo tiene rasgos comunes que no dependen de los sistemas políticos ni de
los niveles económicos ni de las características nacionales. La Europa actual,
tan poco semejante en apariencia a la Rusia de 1913, se equilibra al borde del
mismo abismo, pero ha llegado a él por otro camino. Las diversas regiones del
mundo han seguido vías diferentes, pero todas están llegando al umbral de su
propia ruina.”
La
única salida: el progreso espiritual, volver a acordarse de Dios y ponerse en
sus manos
La gran conclusión es –una vez más- que sin
progreso espiritual, sin volver a acordarse de Dios y sin ponerse en sus manos,
no hay salida: “Nuestra vida consiste en buscar no el éxito material sino un
progreso espiritual digno de tal nombre. Toda nuestra existencia no es sino una
etapa intermedia hacia una vida más alta: se trata entonces de no rodar hacia
abajo de este estadio y de no estancarse en forma estéril. Las leyes de la
física y de la fisiología no nos revelarán jamás la verdad irrefutable que consiste
en que el creador participa de forma constante y cotidiana de la vida de cada
uno de nosotros. El nos entrega fielmente la energía del ser: cuando esta ayuda
nos falta, nosotros perecemos. No es menor su participación en el
desenvolvimiento de la vida en todo el planeta y en esta época oscura y
amenazante, es necesario empaparnos de esta verdad. Las esperanzas desmedidas
de los dos últimos siglos nos han traído a este caos, al borde de la muerte
atómica o de otra naturaleza. No podemos oponerles sino la búsqueda porfiada de
la dulce mano de Dios, que en medio de nuestra inconsciencia habíamos
rechazado. Entonces nuestros ojos se abrirán sobre este desdichado siglo XX y
nuestras manos se tenderán para reparar tantos errores. Nada más puede
detenernos en la pendiente que lleva al abismo: todos los pensadores de la
Ilustración nos han dejado las manos vacías. Nuestros cinco continentes están
envueltos en el ciclón. Pero pruebas semejantes a estas son capaces de revelar
las más altas virtudes del alma humana. Si hemos de perecer, si hemos de perder
nuestro mundo, será tan solo por culpa nuestra.”
En el contexto del discurso de
Templeton, el
espíritu del mal triunfante sigue girando en torbellino sobre los cinco
continentes, y no se detiene…
Hacia fines ya del siglo XX, “privada de la lucidez divina, la conciencia
humana se deprava y ha sido esta depravación la que ha cometido los mayores
crímenes de este siglo, empezando por la primera guerra mundial, de la que deriva
en gran parte la realidad que vivimos. Esta guerra está a punto de ser
olvidada. Pero ella vio un Europa próspera, floreciente, llena de savia vital,
precipitarse en la locura, para destruirse a sí misma, comprometiendo su futuro
por más de un siglo y tal vez para siempre. Solo puede explicarse esta guerra
por un oscurecimiento de la razón, en dirigentes que habían perdido la noción
de una fuerza suprema situada por encima de ellos. Solo el furor, olvidado de
Dios, pudo llevar a Estados aparentemente cristianos a usar los gases químicos
en una clara manifestación de barbarie. La misma depravación de la conciencia
humana-privada de su luz divina- fue la que permitió después de la segunda
guerra mundial, sucumbir a la tentación del “paraguas nuclear”. Es decir:
despreocupémonos y liberemos a la juventud de sus deberes y obligaciones, no
hagamos ningún esfuerzo por defendernos ni mucho menos por defender a los
otros; tapémonos los oídos para no oír los gemidos que vienen del oriente;
instalémonos en la competencia desenfrenada por el bienestar y si la amenaza
estalla sobre nuestras cabezas, la bomba atómica nos protegerá, y ¡si no que
todo el mundo se vaya al diablo!”
Y mientras el mundo occidental se siente seguro con
una buena defensa nuclear y mucho comercio, el mal sigue acechando y se ha extendido
por todo un mundo inconsciente del cataclismo que quizás aún lo espera: “Si los
siglos que nos precedieron hubieran podido ver tan solo los umbrales de nuestro
mundo, habría resonado un clamor unánime: ¡es el Apocalipsis! Pero nosotros ya
estamos habituados, formamos parte de él. Dostoievski había advertido: “pueden
sobrevenir acontecimientos que sorprendan de improviso nuestras facultades
intelectuales”. Esto ya ha ocurrido. Y predijo también: “el mundo se salvará
tan solo después de haber sido visitado por el espíritu del mal”. ¿Se salvará
verdaderamente? Esto es lo que nos corresponderá ver a nosotros. La salvación
va a depender de nuestra conciencia, de nuestro don de penetración, de nuestros
esfuerzos individuales y colectivos frente a una situación catastrófica. Algo
hay que ya ha ocurrido: el espíritu del mal triunfante gira en torbellino por
sobre los cinco continentes…”
Occidente
no ha sufrido todavía la invasión comunista
Avanzado ya el siglo XXI, y con un visible y
renacido “neo marxismo estratégico y cultural”, entendemos la precisión de las advertencias del
escritor clarísimamente expresadas en su
discurso de Templeton: “Occidente no ha sufrido todavía la invasión comunista;
la religión aquí es libre. Pero su itinerario histórico ha desembocado en un
agostamiento del sentimiento religioso. Ha sufrido también cismas
desgarradores, enfrentamientos y sangrientas guerras religiosas. Y –casi no hay
necesidad de decirlo- desde la baja Edad Media, Occidente ha sido invadido de
forma progresiva por el secularismo. Para la fe, esta amenaza –no de un
exterminio exterior sino de una anemia interna- puede ser todavía más grave.
Imperceptiblemente en Occidente el sentido de la vida se ha desgastado en el
curso de los años hasta reducirse a la sola “conquista” de la felicidad, que se
inscribe incluso en las Constituciones. No es solo en este siglo que se han
desvalorizado las nociones del bien y del mal, hábilmente sustituidas por
argucias sin fundamento, ya sean éstas de clase o de partido. Desde entonces se
tiene vergüenza en apelar a conceptos inmutables. Se tiene vergüenza en admitir
que el mal anida en el corazón del hombre antes de penetrar en los sistemas
políticos; pero nadie tiene vergüenza de ceder habitualmente al mal integral. Y
sobre la pendiente de estas concesiones, en el espacio de una generación,
Occidente está a punto de deslizarse sin remedio en el abismo. Las sociedades
occidentales pierden cada vez más su sustancia religiosa, y abandonan
alegremente su juventud al ateísmo. Los maestros ateos educan a la juventud en
el odio hacia la sociedad en la que viven. En su permanente actitud crítica,
pierden de vista el hecho de que los vicios del capitalismo son vicios
inherentes a la naturaleza humana, a los que se les ha dado libre curso siguiendo
la huella de los otros derechos del hombre ; que, bajo el comunismo (y éste
apremia a las demás formas de socialismo que no son nada sólidas) estos mismos
vicios no conocen ni freno ni control en todos aquellos que poseen una migaja
de poder (en cuanto al resto de la población, efectivamente ha conquistado la
igualdad pero en la esclavitud y en la miseria). Este odio, atizado sin cesar,
impregna hoy toda la atmósfera del mundo libre ; la extensión de las libertades
personales; el auge de las conquistas sociales e incluso del confort no hacen
paradojalmente otra cosa que acrecentar este odio ciego. Las sociedades
desarrolladas de Occidente prueban hoy día que la salvación del hombre no está
en la abundancia material ni en el éxito económico. Este odio, atizado sin
cesar, se extiende a todo lo viviente, a la vida en sí misma, a sus colores, a
sus sonidos, a sus formas, al cuerpo humano; y el arte exacerbado del siglo XX
se muere de este odio monstruoso, porque el arte sin amor es estéril.”
[1] Según el diccionario de la RAE, un
nodo es “en un esquema o representación gráfica en forma de árbol, cada uno de
los puntos de origen de las distintas ramificaciones.” Para el Littré, en
geología “es el punto en que se unen las cadenas de montañas en un sistema, o
en el que los cursos de agur toman diferentes direcciones” Solzhenitsyn edifica su obra literaria
alrededor de varios “nodos” …
Con el
mismo criterio, tomaremos aquí cuatro “nodos” de sus obras y discursos con suficiente entidad como para tratarlas
una por una: a) la integración del mundo histórico con el mundo sobrenatural, del que quizás se
encuentra en el discurso de Templeton la expresión más acabada, b) su visión
sobre Occidente, y particularmente su relación con Rusia y con la revolución,
c) sus reflexiones sobre Rusia luego del comunismo, pensando en su
reorganización y futuro, y d) su visión sobre las relaciones entre el mundo
ruso y el occidental
[2] 11 de diciembre
de 2006 ''La futura democracia rusa no debe ser un calco de Occidente” -
https://pablolopezherrera.blogspot.com/2006/12/alexandre-soljenitsyne-la-entrevista.html .
[3]
http://orthochristian.com/47643.html
- "Los
hombres han olvidado a Dios" El discurso de Templeton - 10.5.1983 -
“Godlessness: the First Step to the Gulag”. Templeton Prize Lecture, 10
May 1983 (London).
[4]
Joseph Ratzinger, puntualiza las
etapas de ese camino ascendente que conecta a la humanidad con la eternidad,
presente en el espíritu de la liturgia, que juega un papel central también en
la ortodoxia. “los Padres de la Iglesia
describieron las diversas etapas de cumplimiento, no solo como un contraste
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, sino como los tres pasos, la sombra, la
imagen y la realidad. En la Iglesia del Nuevo Testamento, la sombra ha sido
dispersada por la imagen: " La noche se ha ido, el día está cerca
"(Rom 13:12). Pero, como lo expresa San Gregorio Magno, todavía es solo la
hora del amanecer, cuando se entremezclan la oscuridad y la luz. El sol está
saliendo, pero todavía no ha alcanzado su cenit. Por lo tanto, el tiempo del
Nuevo Testamento es un tipo peculiar de
estar ''en el medio"; una mezcla de '' ya pero todavía no ''. Las
condiciones empíricas de la vida en este mundo todavía están vigentes, pero han
sido explotadas y abiertas, y deben estar cada vez más explotadas y abiertas,
en preparación para el cumplimiento final ya inaugurado en Cristo.” ... “Él, el
Santo, nos santifica con la santidad que ninguno de nosotros podría darnos a
nosotros mismos. Nos incorporamos al gran proceso histórico mediante el cual el
mundo avanza hacia la realización de Dios siendo "todo en todo". En
este sentido, lo que a primera vista parece como la dimensión moral es al mismo
tiempo el dinamismo escatológico de la liturgia.” … “Cuando recordamos nuestras
reflexiones hasta ahora en este ensayo, vemos que encontramos dos veces, en
contextos diferentes, un proceso de tres pasos. La liturgia, como vimos, se caracteriza
por una tensión que es inherente a la histórica Pascua de Jesús (su Cruz y
Resurrección) como el fundamento de su realidad. La forma permanente de la
liturgia se ha formado en lo que es una vez por todas; y lo que es eterno, el
segundo paso, entra en nuestro momento presente en la acción litúrgica y, el
tercer paso, quiere apoderarse de la vida del adorador. El evento inmediato, la
liturgia, tiene sentido y tiene un significado para nuestras vidas solo porque
contiene las otras dos dimensiones. Pasado, presente y futuro se interpenetran
y tocan la eternidad. Anteriormente, nos familiarizamos con las tres etapas de
la historia de la salvación, que progresa, como dicen los Padres de la Iglesia,
de la sombra a la imagen, a la realidad. Vimos que en nuestro tiempo, el tiempo
de la Iglesia, estábamos en la etapa media del movimiento de la historia. La
cortina del templo se ha rasgado. El cielo ha sido abierto por la unión del
hombre Jesús, y por lo tanto de toda existencia humana, con el Dios vivo. Pero
esta nueva apertura solo está mediada por los signos de la salvación.
Necesitamos mediación. Hasta ahora no vemos al Señor "como él es".
Ahora, si juntamos los dos procesos de tres partes, el histórico y el
litúrgico, queda claro que la liturgia da una expresión precisa a esta
situación histórica. Expresa el "'entre' 'del tiempo de las imágenes, en
el que nos encontramos ahora. La teología de la liturgia es de una manera
especial "teología simbólica", una teología de los símbolos, que nos
conecta con lo que está presente pero oculto. de Cristo dura hasta el final
(ver Hebreos 4: 7ss.).” “Después de rasgar la cortina del Templo y la apertura
del corazón de Dios en el corazón traspasado del Crucificado, ¿todavía
necesitamos espacio sagrado, tiempo sagrado, símbolos mediadores? Sí, los
necesitamos, precisamente para que, a través de la "imagen", a través
del signo, aprendamos a ver la apertura del cielo. Necesitamos que nos den la
capacidad de conocer el misterio de Dios en el corazón traspasado del Crucificado.
La liturgia cristiana ya no es un culto de reemplazo, sino la venida del
representante Redentor para nosotros, una entrada en su representación que es
una entrada en la realidad misma. De hecho, participamos en la liturgia
celestial, pero esta participación nos es mediada a través de signos
terrenales, que el Redentor nos ha mostrado como el lugar donde se encuentra su
realidad. En la celebración litúrgica hay una especie de cambio de exitus a
reditus, de partida a regreso, del descenso de Dios a nuestro ascenso. La
liturgia es el medio por el cual el tiempo terrenal se inserta en el tiempo de
Jesucristo y en su presente. Es el punto de inflexión en el proceso de
redención. El pastor toma la oveja perdida sobre sus hombros y la lleva a
casa.” Joseph Ratzinger, The Spirit of the Liturgy:
Commemorative Edition (San Francisco: Ignatius, 2018)
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