4.9. En la
cultura radica el problema… y también la solución
“Nuestra
cultura ha aceptado dos mentiras inmensas. La primera es que si discrepas con
el estilo de vida de alguien, debes odiarle o temerle. La segunda es que para
amar a alguien, debes estar de acuerdo con cualquier cosa que diga o haga.
Ninguna de las dos tiene sentido. No tienes que comprometer tus convicciones
para ser compasivo”. La cita es de Rick Warren, uno de los pastores evangélicos
más influyentes de la actualidad, y mete el dedo en una de las llagas más
supurantes de nuestra generación: la de esa dictadura férrea de lo políticamente correcto.
En un discurso pronunciado en Paris en la UNESCO en 1980, Juan
Pablo II afirmaba: “6. Genus humanum
arte et ratione vivit (cf.
Santo Tomás, comentando a Aristóteles, en Post.
Analyt., núm. 1). Estas palabras de uno de los más grandes genios del
cristianismo, que fue al mismo tiempo un fecundo continuador del pensamiento
antiguo, nos hacen ir más allá del círculo y de la significación contemporánea
de la cultura occidental, sea mediterránea o atlántica. Tienen una
significación aplicable al conjunto de la humanidad en la que se encuentran las
diversas tradiciones que constituyen su herencia espiritual y las diversas
épocas de su cultura. La significación esencial de la cultura consiste, según
estas palabras de Santo Tomás de Aquino, en el hecho de ser una característica
de la vida humana como tal. El
hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura. La vida
humana es cultura también en el sentido de que el hombre, a través de ella, se
distingue y se diferencia de todo lo demás que existe en el mundo visible: el
hombre no puede prescindir de la cultura. La cultura es un modo específico del
"existir" y del "ser" del hombre. El hombre vive siempre
según una cultura que le es propia, y que, a su vez crea entre los hombres un
lazo que les es también propio, determinando el carácter inter-humano y social
de la existencia humana. En la
unidad de la cultura como
modo propio de la existencia humana, hunde sus raíces al mismo tiempo la pluralidad
de culturas en cuyo seno vive
el hombre. El hombre se desarrolla en esta pluralidad, sin perder, sin embargo,
el contacto esencial con la unidad de la cultura, en tanto que es dimensión
fundamental y esencial de su existencia y de su ser. La nación es, en efecto, la gran comunidad de los hombres qué están
unidos por diversos vínculos, pero sobre todo, precisamente, por la cultura. La
nación existe "por"
y "para" la cultura, y así es ella la gran educadora de los
hombres para que puedan "ser más" en la comunidad. La nación es esta
comunidad que posee una historia que supera la historia del individuo y de la
familia. En esta comunidad, en función de la cual educa toda familia, la
familia comienza su obra de educación por lo más simple, la lengua, haciendo
posible de este modo que el hombre aprenda a hablar y llegue a ser miembro de
la comunidad, que es su familia y su nación. En todo esto que ahora estoy
proclamando y que desarrollaré aún más, mis palabras traducen una experiencia
particular, un testimonio
particular en su género. Soy
hijo de una nación que ha vivido las mayores experiencias de la historia, que
ha sido condenada a muerte por sus vecinos en varias ocasiones, pero que ha
sobrevivido y que ha seguido siendo ella misma. Ha conservado su identidad y, a
pesar de haber sido dividida y ocupada por extranjeros, ha conservado su
soberanía nacional, no porque se apoyara en los recursos de la fuerza física,
sino apoyándose exclusivamente
en su cultura. Esta cultura resultó tener un poder mayor que todas las
otras fuerzas. Lo que digo aquí respecto al derecho de la nación a fundamentar
su cultura y su porvenir, no es el eco de ningún "nacionalismo", sino
que se trata de un elemento estable de la experiencia humana y de las perspectivas
humanistas del desarrollo del hombre. Existe una soberanía fundamental de
la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la
soberanía por la que, al mismo tiempo, el hombre es supremamente soberano. Al
expresarme así, pienso también, con una profunda emoción interior, en las culturas de tantos pueblos antiguos que no han cedido cuando han tenido
que enfrentarse a las civilizaciones de los invasores: y continúan siendo para
el hombre la fuente de su "ser" de hombre en la verdad interior de su
humanidad. Pienso con admiración también en las culturas de las nuevas sociedades,
de las que se despiertan a la vida en la comunidad de la propia nación —igual
que mi nación se despertó a la vida hace diez siglos— y que luchan por mantener
su propia identidad y sus propios valores contra las influencias y las
presiones de modelos propuestos desde el exterior.”[1]
[1] https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1980/june/documents/hf_jp-ii_spe_19800602_unesco.html
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