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martes, 10 de diciembre de 2013

El liberalismo quiere salvar al hombre de los sistemas políticos o económicos que lo oprimen y exprimen. En cambio, la religión, concretamente la religión cristiana, aspira a liberar al hombre del pecado, de sus inclinaciones al mal, ganándole para la felicidad eterna.






Vicente Alejandro Guillamón, colaborador habitual deReligión en Libertad, periodista de larga trayectoria profesional y comprometido sin reservas con la Iglesia, acaba de publicar en Ediciones De Buena Tinta un nuevo libro titulado Defensa cristiana del liberalismo (Manual cristiano-liberal de teoría política), con prólogo del catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Rodríguez Braun.

Aquí la entrevista que en exclusiva para los lectores de Religión en Libertad, ha concedido el autor.

-Quisiera que habláramos de este libro, empezando por su mismo título: ¿no le parece contradictorio o insólito que vayan de la mano cristianismo y liberalismo, cuando históricamente se han llevado como el perro y el gato?

-En efecto, la Iglesia católica, al menos, ha sostenido un largo contencioso con el liberalismo desde la aparición de este fenómeno político en el primer tercio del siglo XIX, pero no porque sus ideas políticas fueran totalmente rechazables en sí mismas, sino porque se hallabancontaminadas y adulteradas por el espíritu sectario de la masonería, que se adueñó de las formaciones liberales de todo el mundo, especialmente en la vieja Europa y en Iberoamérica.

-Entonces, el liberalismo del que usted habla, ¿no tiene nada que ver con el liberalismo histórico?

-No del todo. Ciertamente, para precisar términos y conceptos a fin de ponerlos al día, hay que remontarse río arriba en la controversia de las ideas políticas, según se hace en el libro, con el objeto de llegar a los antecedentes, que no eran en absoluto laicistas ni sectarios, como lo fue el liberalismo decimonónico. Los precursores del liberalismo fueron el jesuita Juan de Mariana y los teólogos humanistas de la Escuela de Salamanca.

»El cristiano latitudinario aunque antipapista, John Locke, precisó más los términos y estableció las primeras reglas de la democracia de espíritu liberal. Después vinoMontesquieu, a quien se atribuye la doctrina de la separación de poderes, aunque nunca habló concretamente de ello. Separación que los “demócratas” a la violeta de nuestro tiempo se la pasan por el arco del triunfo.

-De todos modos, usted no puede olvidar que hubo papas que condenaron el liberalismo.

-Ni lo olvido ni lo oculto. Es más, en el libro dedico unos apartados a hablar del tema, sin desdeñar las razones poderosas que tuvieron para ello, Pío IX y Pío X, en las proposiciones conocidas con el nombre de Sylabus, que detallo. Actualmente suele ser bastante frecuente ridiculizar la contundencia de ambos Sylabus, pero si se tiene en cuenta las circunstancias en que se produjeron, la condena no parece tan inadecuada.




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