El espectáculo desolador de la Argentina en este fin de año confirma una premisa que, mal o bien, se viene repitiendo en la era Kirchner desde que llegaron al poder en 2003. El modelo político y económico que administran, por peor que se lo considere, no explota. En todo caso, podría decirse que sigue hirviendo, atento a los recientes muertos, saqueos, picos de delincuencia organizada, calles a oscuras y psicosis en comercios que atienden a persiana semi cerrada. Pero no explota en los términos de la percepción de la historia reciente. Ni cierran los bancos, ni vuela de golpe el dólar al triple en una semana, ni se declara el default y, por lo que se observa, tampoco cae el Gobierno.
La Presidenta, además de sobrevivir el actual pandemónium con muertos, inflación y devaluación crecientes, viene de perder severamente las elecciones y tuvo que atravesar otro trance complicado de salud. Pero allí se mantiene en el centro de la escena: coronando al General César Milani como el nuevo hombre fuerte del poder a su lado y ahora con fierros, culpando a la Policía de organizar a la delincuencia, quitándose toda responsabilidad por el caos energético y de infraestructura, amenazando a los medios, culpando a las empresas de la inflación y de todos los males, removiendo fiscales que la investigan y sometiendo a Gobernadores y dirigentes con la caja, la Gendarmería, y próximamente, parece, el Ejército.
Un clima de verdadera conmoción interna diría la Constitución, donde vuelve a interesar al mundo político y económico la cuestión militar y de seguridad ciudadana. Capítulo del que no se hablaba en Argentina hace 25 años.
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