Cuando se apaga el sol
por James Neilson
El orden político argentino es tan frágil que en cualquier momento podría desmoronarse. Lo es porque depende de una sola persona: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Si la señora sufre una indisposición pasajera, en seguida se encienden las luces de alarma. De ser cuestión de algo más grave, y hay buenos motivos para temer que Cristina está mucho más enferma de lo que quisieran hacer pensar los azorados voceros oficiales, el país entrará en una fase sumamente agitada de la que le costará salir indemne.
Conscientes de los riesgos planteados por “las especulaciones” que en seguida comenzaron a circular, los kirchneristas, por orden de la Presidenta, intentaron manejar la información a fin de minimizar la importancia de lo que sucedía pero, como suele ser el caso, sus esfuerzos en tal sentido resultaron ser contraproducentes. Lejos de tranquilizar a la población, sólo consiguieron sembrar más incertidumbre.
No era para menos. Al “rey sol” francés Luis XIV se le atribuye la frase “el Estado soy yo”; por tratarse de un monarca absoluto, tenía razón. En teoría, el sistema político que rige en la Argentina es muy distinto de aquel de la Francia prerrevolucionaria, pero en realidad se le asemeja.
De quererlo, como a menudo ocurre, el presidente de turno, con la aquiescencia de buena parte de la ciudadanía, puede acumular tanto poder que le es fácil apropiarse del Estado nacional para que fuera un apéndice del movimiento gobernante capaz de aportar muchísimo dinero a la tristemente famosa “caja”, lo que lo ayudará a conseguir más poder aún. Es lo que han hecho los kirchneristas encabezados por la Cristina de “vamos por todo”, con consecuencias devastadoras para el país que, una vez más, está al borde de una gran crisis socioeconómica y política.
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