por Eulogio López
Tito Livio expresa la misma idea, ‘a lo laico’ 300 años antes:
“Hemos llegado a un punto en el que ya no podemos soportar, ni nuestros vicios, ni los remedios que de ellos nos curarían”.
La marca de 2014, otro año más, ha sido la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Ninguna civilización se resquebraja por la relajación las costumbres, sino por el mayor y casi único de los pecados: trocar el bien en la mal y el mal en bien.
La alusión a los bárbaros es de San Jerónimo, que algo sabía sobre el Imperio romano y su decrepitud acelerada.
En plena decadencia de Roma, el mejor traductor de la historia no teme a los bárbaros, de la misma forma que, en 2014, no deberíamos temer al fanatismo musulmán o al nuevo imperio panteísta chino e indio (e hindú). Se teme a sí mismo, a la propia cristiandad romana a la que falla “el fervor de la primera caridad”.
Porque el problema del Occidente no es el adversario oriental –comunista, eco-panteísta o musulmán-, a quien siempre ha vencido sino a una civilización cristiana occidental empeñada en suicidarse.
Ocurre que, ahora mismo, Occidente ha abjurado de sus principios cristianos y anda con un despiste formidable. Ya no cree en nada.
Ocurre que, ahora mismo, Occidente ha abjurado de sus principios cristianos y anda con un despiste formidable. Ya no cree en nada.
Y ese enemigo oriental, panteísta o musulmán, sí cree en algo, habitualmente en aberraciones inhumanas. Esa es su fuerza y nuestros propios vicios constituyen nuestra debilidad.
En suma: Occidente no debía temer al homicidio, sino al suicidio que el mismo perpetra.
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