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jueves, 8 de enero de 2015

Hilda Molina: Personalidad Destacada en el ámbito de los Derechos Humanos


Hilda Molina - Médica cubana. Distinguida por la Legislatura Porteña por su aporte a los derechos humanos". 


Discurso pronunciado por la Dra. Hilda Molina, en la ceremonia en la que fue declarada Personalidad Destacada de la Ciudad de Buenos Aires en el ámbito de los Derechos Humanos



Dres. Hipólito Solari Yrigoyen, Federico Pinedo, Alejandra Caballero, Héctor Huici, Marcos Aguinis, Carlos Nápoli. Queridos amigos todos.

El pasado 23 de octubre viví momentos de emoción al conocer que la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires me había declarado Personalidad Destacada en el ámbito de los Derechos Humanos. Si para cualquier persona resulta importante sentirse apreciada y reconocida, en mi caso particular el significado de esta distinción se multiplica, porque me llega lejos de mi Patria; y porque me lo otorga la Legislatura de esta ciudad, la que honrando la tradicional generosidad de la Argentina, nos ha acogido con los brazos abiertos a mi familia y a mí.

Agradezco a los señores legisladores de la Ciudad de Buenos Aires que me distingan con este reconocimiento de particular importancia, porque se inscribe en el venerable y muchas veces profanado ámbito de los Derechos Humanos. Agradezco especialmente a los coautores de la Declaración, Dres. Alejandra Caballero y Héctor Huici. A mi amigo, el Dr. Carlos Nápoli, su dedicada y eficaz participación en todo el proceso. Y a uno de los autores intelectuales de esta iniciativa, mi recordado amigo Pedro Benegas, quien estoy segura nos acompaña desde el Cielo.

Y como para los que hemos vivido más de siete décadas, todo tiempo de homenajes es también tiempo de remembranzas, desde que supe de esta distinción, mi mente ha volado hacia el pasado y ha transitado por algunos pasajes de mi trayectoria existencial, la trayectoria que la Legislatura Porteña honra hoy con la entrega de este reconocimiento.

Mi memoria atesora con especial veneración aquella tarde primaveral cuando con sólo seis años de edad y sentada en el regazo de mi madre, escuché hablar por primera vez de Derechos Humanos. Ella me explicó que señores importantes de muchos países, habían aprobado en la capital de Francia, un documento destinado a proteger los derechos que Dios concedía a todos sus hijos al crearnos libres. Se refería a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada en París por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948, en el contexto inmediato a la hecatombe bélica de 1939-1945; y que se proponía salvaguardar la dignidad humana frente a toda barbarie.

Mi madre fue narrándome, cual si de un cuento infantil se tratara, el contenido de esta Declaración, con la esperanza de que su tierna versión de tan importante documento, lograría aliviar mis tempranas preocupaciones por la pobreza, las injusticias y las inequidades, inquietudes éstas poco comunes en las niñas y jovencitas de la llamada “alta sociedad” de aquella época, a la que pertenecíamos.

Con apenas catorce años, yo era dueña de una personalidad adulta y de un hermoso proyecto de vida, ejercer la Medicina al servicio de los pobres y desvalidos. Pero sin siquiera presentirlo, me sorprendió el acontecimiento que cambiaría radicalmente la vida de mi Patria y mi propia vida. El 1ro de enero de 1959, Fidel Castro llegaba al poder prometiéndonos “una revolución democrática y humanitarista”. Tenía yo entonces quince años.

Nunca olvidaré mis vivencias de los albores de 1959. Fidel Castro nos convocaba al sacrificio en aras de la Patria y aunque mi verdadero deseo era no renunciar ni a mi propio yo ni a mi proyecto de vida, me resultaba imposible evadirme de aquellas consignas que saturaban el país, anunciando una Cuba sin las injusticias que angustiaban mi adolescencia. Y en la lucha que sostuve conmigo misma, triunfó el yo menos mío. Me incorporé a la Revolución. Postergué el inicio de los estudios de Medicina. Hice entrega de mi libertad, de mi derecho a pensar y a decidir sobre mi propia vida.

Mi memoria evoca aquellos años de errores supremos, en los que joven, soñadora y rebelde, no obstante las enseñazas de mi madre y el ejemplo de su vida en dignidad, torcí el rumbo de mi existencia y transité por caminos falsos y ajenos, entregando lo mejor de mí a la que creía era la más perfecta de las revoluciones. Las turbulencias políticas, los cambios abruptos, los sucesivos conflictos, los discursos, las consignas, la vigencia de las injusticias y las movilizaciones de todo tipo que dominaron el ámbito nacional desde el mismo año 1959, no fueron totalmente comprendidos por los que entonces éramos adolescentes y jóvenes. Pero nos consagramos a trabajar intensamente, entregándolo todo sin pedir ni recibir nada, porque estábamos convencidos de que forjábamos una Patria más pura, donde se formaría el hombre nuevo.

A medida que vivía como protagonista los hechos más complejos y agónicos de ese proceso, constataba situaciones muy negativas que contradecían al discurso oficial, que me provocaban miedos, dudas y decepciones; y me iban sumergiendo en una angustia existencial sin precedentes. Como me resultaba doloroso aceptar mi equivocación en algo tan trascendente en mi vida, inicié muy pronto un largo camino de autoengaños, tratando siempre de hallar explicaciones justificativas. Y es que desde el mismo 1ro de enero de 1959, Fidel Castro había puesto en marcha su plan secreto diseñado con precisión maquiavélica, destinado a confundirnos, a engañarnos y a enfermarnos, mientras consumaba la expropiación mental y espiritual del pueblo cubano.

Con el paso de los años, mi decepción creció hasta hacerse irreversible. Fue entonces que, preocupada por el subdesarrollo de las Neurociencias en Cuba, decidí que el único lazo que me ataría a ese proceso, sería servir a mis compatriotas afectados por graves enfermedades neurológicas; y lograr que ellos pudieran contar con los avances científicos ya disponibles en los países desarrollados.

Considero que esta ceremonia, en la que me distinguen por mi humilde desempeño en defensa de los Derechos Humanos, es también el mejor escenario para que una vez más reconozca el error que implica haberme mantenido durante treinta y cinco años, precisamente junto a un régimen violador de los Derechos Humanos.

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