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domingo, 15 de junio de 2014

Sin una presencia occidental, islamistas sunnitas y chiitas han reanudado la guerra de sucesión que comenzó en el año 632


Yihadistas contra yihadistas


La guerra civil en Siria, que ya se ha cobrado más de 150.000 vidas, parece destinada a verse seguida por otra aún más brutal en Irak, donde yihadistas sunnitas han logrado apoderarse de una parte sustancial del país en que están cometiendo un sinfín de atrocidades. Para hacerles frente, el gran ayatolá Ali al-Sistani ha llamado a la yihad al exhortar a sus correligionarios chiitas a "empuñar armas y combatir a los terroristas para defender el país, su gente y sus lugares santos". 

Es que, para el líder del aún embrionario "Estado Islámico en Irak y el Levante", Abu Bakr al-Baghdadi, los chiitas son infieles que sólo merecen la muerte y, aunque el ayatolá es un clérigo relativamente moderado según las pautas de la región, entre sus seguidores hay muchos que no vacilarían en actuar con tanta crueldad como sus enemigos mortales. 

Asimismo, mientras que los yihadistas sunnitas cuentan con el respaldo de Arabia Saudita, sus equivalentes chiitas tienen el apoyo de Irán que, según se informa, ya ha enviado unidades de la Guardia Republicana para participar de la guerra que se ha desatado y que, tal y como están las cosas, será larga y despiadada.

Un resultado inmediato del virtual colapso de la autoridad del gobierno democráticamente elegido, y por lo tanto chiita, de Irak ha sido el regreso de la idea de que hubiera sido mejor dejar el poder en manos del dictador Saddam Hussein o, a lo sumo, limitarse a reemplazarlo por un "hombre fuerte" más dispuesto a respetar los intereses occidentales. 

En otras palabras, por ser incapaces los árabes musulmanes de vivir en democracia, no hay más alternativa para Estados Unidos y la Unión Europa que convivir con tiranos como Saddam, Hosni Mubarak, Muammar Gaddafi y otros de la misma especie. 

Se trata de una actitud un tanto racista y nada "multiculturalista" que hasta hace poco era criticada con virulencia por quienes en la actualidad atribuyen el caos en Oriente Medio a la intervención norteamericana. 

En vista de lo que ha sucedido, negarse a solidarizarse con las víctimas de dictaduras brutales podría considerarse realista, pero también significaría no sólo la derrota de los demócratas de docenas de países musulmanes sino también la de la campaña a favor de los derechos humanos universales, al reconocer que sería demasiado peligroso exigir que sean respetados en muchas partes del mundo.

Sea como fuere, parecería que la resistencia del presidente norteamericano Barack Obama a permitir que su país siga actuando como una superpotencia, de ahí la retirada rápida de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, está teniendo consecuencias aún peores que las provocadas por las esporádicas intervenciones. 

Sin una presencia occidental, islamistas sunnitas y chiitas han reanudado la guerra de sucesión que comenzó en el año 632, después de la muerte de Mahoma. 

Aunque los líderes de ambas sectas dicen priorizar la lucha contra los judíos, cristianos, hindúes y otros, últimamente se han concentrado en la interna musulmana, de ahí los atentados que tantas vidas chiitas han segado en Pakistán, Afganistán, Siria y, desde luego, Irak y las matanzas de sunnitas perpetradas por milicianos chiítas en países en que su secta es mayoritaria.


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