Le sucede su hijo, un hombre que ya ha dejado clara su admiración por Carlos III: ¡Ay madre!
Por Eulogio López
Me dice un monárquico que la ‘dimisión’ de Juan Carlos I recuerda la renuncia de Benedicto XVI. Dejando a un lado que lo único que no me gusta de Benedicto XVI, ese magnífico Papa, es su dimisión, yo creo que la dimisión del Rey no se parece al Papa emérito sino a lo de su abuelo, Alfonso XIII. Su abuelo, que abandonó el Trono camino del exilio para no generar enfrentamientos entre los españoles... provocó la crudelísima guerra civil de 1936. Como ya hemos dicho, dimitir en estos momentos es una cobardía. Y sin mayores explicaciones.
Un Rey no abdica cuando las cosas van malsino cuando van bien, porque su función, al revés que la de un Gobierno, es la de mantener la estabilidad. Aquí sí puede hablarse de la necesaria estabilidad.
Cede los trastos a su hijo, un personaje a quien la clase política más veterana no respeta y al que la clase política nueva, a la que ha pretendido acercarse, le desprecia porque desprecia la Monarquía.
Por ejemplo: ¿qué van a votar en el Congreso los nacionalistas vascos y catalanes cuando les pidan el visto bueno a la coronación de Felipe de Borbón como Felipe VI?
Encima, el traspaso se produce en un momento en el que estamos pendientes del principal factor degenerativo de la Monarquía española: doña Letizia Ortiz, en breve Reina de España. Una mujer que no acepta ni su papel de reina consorte ni tan siquiera los principios que rigen a la institución que ahora va a representar. Vamos, que no es baladí hablar de una reina republicana. Lo que es cierto es que Doña Letizia, principal impulsora de la campaña por la abdicación real, se ha salido con la suya. Ahora está por ver si, una vez convertida en Reina, seguirá ofreciendo miniescándalos y escándalos con mayúscula, o se atendrá a su papel. Para que se atenga a ese papel es para lo que le pagamos los españoles. Era libre para casarse con el Príncipe pero no lo es para evitar las consecuencias de convertirse en Reina de España.
Tranquilos: es una más de las muchas macedonias mentales de la progresía imperante en nuestro país:acepta los privilegios pero no sus contrapartidas. Quiero la libertad pero no la responsabilidad que lleva aparejada. Esperemos que Letizia Ortiz no se convierta en la lady Di española.
Un Rey no abdica cuando las cosas van malsino cuando van bien, porque su función, al revés que la de un Gobierno, es la de mantener la estabilidad. Aquí sí puede hablarse de la necesaria estabilidad.
Cede los trastos a su hijo, un personaje a quien la clase política más veterana no respeta y al que la clase política nueva, a la que ha pretendido acercarse, le desprecia porque desprecia la Monarquía.
Por ejemplo: ¿qué van a votar en el Congreso los nacionalistas vascos y catalanes cuando les pidan el visto bueno a la coronación de Felipe de Borbón como Felipe VI?
Encima, el traspaso se produce en un momento en el que estamos pendientes del principal factor degenerativo de la Monarquía española: doña Letizia Ortiz, en breve Reina de España. Una mujer que no acepta ni su papel de reina consorte ni tan siquiera los principios que rigen a la institución que ahora va a representar. Vamos, que no es baladí hablar de una reina republicana. Lo que es cierto es que Doña Letizia, principal impulsora de la campaña por la abdicación real, se ha salido con la suya. Ahora está por ver si, una vez convertida en Reina, seguirá ofreciendo miniescándalos y escándalos con mayúscula, o se atendrá a su papel. Para que se atenga a ese papel es para lo que le pagamos los españoles. Era libre para casarse con el Príncipe pero no lo es para evitar las consecuencias de convertirse en Reina de España.
Tranquilos: es una más de las muchas macedonias mentales de la progresía imperante en nuestro país:acepta los privilegios pero no sus contrapartidas. Quiero la libertad pero no la responsabilidad que lleva aparejada. Esperemos que Letizia Ortiz no se convierta en la lady Di española.
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