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sábado, 23 de noviembre de 2013

Todo populista sabe que gobernar es repartir, que para dar más brillo a la imagen propia no hay nada mejor que distribuir bienes ajenos entre quienes sueñan con tenerlos.


La gran fiesta chavista


Todo populista sabe que gobernar es repartir, que para dar más brillo a la imagen propia no hay nada mejor que distribuir bienes ajenos entre quienes sueñan con tenerlos. 

Es lo que está haciendo el presidente venezolano Nicolás Maduro y, según las encuestas, sus esfuerzos en tal sentido le han permitido reconciliarse con las bases chavistas que le estaban dando la espalda por no creerlo a la altura de su investidura. 

Luego del fracaso de un intento de erigirse en sumo sacerdote de una especie de culto religioso "new age" bajo la tutela del difunto caudillo Hugo Chávez, oportunamente reencarnado en un pajarito, que le envía mensajes desde el más allá y aparece esporádicamente en formaciones rocosas, y de encontrar decepcionante la reacción popular ante la creación de un viceministerio de "la Suprema Felicidad Social del Pueblo" y el adelantamiento por decreto de la Navidad, Maduro optó por probar suerte con un método más tradicional. 

Acusó a los comerciantes, aquellos "formadores de precios" del discurso popular, de ser responsables de una tasa de inflación superior al 50% anual, para entonces ordenarles, a punta de fusil, rebajar a la mitad los precios de los electrodomésticos o ir a la cárcel. 

Asimismo, invitó a los consumidores en potencia a "vaciar" las tiendas principales, algo que, como es natural, muchísimos se pusieron a hacer. Al legalizar así el saqueo, Maduro asestó un golpe sin duda demoledor a la "burguesía parasitaria" que según él está detrás de todas las penurias de la gente y que, insiste, está conspirando con los imperialistas yanquis para frustrar las reformas revolucionarias que considera necesarias para construir el socialismo del siglo XXI. 

Puede que algunos "parásitos" consigan sobrevivir a la ofensiva chavista más reciente, aunque no les sería nada fácil reponer el stock, pero se prevé que muchos decidan dedicarse a otro oficio, lo que sería una noticia pésima para decenas de miles de empleados.

Así, pues, en un par de días el heredero de Chávez se las ha ingeniado para hacer lo que requeriría años de esfuerzos denodados por parte de los populistas menos expeditivos de otras latitudes. 

En comparación con el boom de consumo que fue desatado por el mandamás venezolano, los estimulados en nuestro país por los kirchneristas al acercarse una jornada electoral han sido muy poco impresionantes. 

Por lo demás, parecería que aquí transcurrirán varios meses, acaso años, antes de que los coyunturalmente beneficiados por el consumismo se vean obligados a pagar por la fiesta que han disfrutado, pero sorprendería que los venezolanos tuvieran que esperar tanto tiempo. 

Aunque su país cuente con reservas gigantescas de petróleo, los ingresos fáciles que proporcionan no son inagotables.

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