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jueves, 10 de septiembre de 2015

El vacío del espacio exterior podría ser el último lugar donde usted esperaría que los militares compitieran


La guerra en el espacio puede estar más cerca que nunca


Por Lee Billings

China, Rusia y EE.UU. están desarrollando y probando nuevas y controvertidas capacidades para librar la guerra en el espacio pese a que lo niegan.


El punto álgido a nivel militar más preocupante del mundo no estaría en el estrecho de Taiwán, la península de Corea, Irán, Israel, Cachemira o Ucrania. De hecho, no puede ser localizado en ningún mapa de la Tierra, a pesar de que es muy fácil de encontrar. Para verlo, basta con observar un cielo despejado, hacia la “tierra de nadie” en la órbita terrestre, donde se desarrolla un conflicto que es una carrera armamentista en todo excepto en el nombre.

El vacío del espacio exterior podría ser el último lugar donde usted esperaría que los militares compitieran por un territorio impugnado, salvo por el hecho de que el espacio exterior ya no está tan vacío. Cerca de 1.300 satélites activos envuelven al globo en un nido lleno de órbitas, proporcionando comunicaciones a nivel mundial, navegación GPS, pronóstico meteorológico y vigilancia planetaria.

Para los militares que se basan en algunos de esos satélites para la guerra moderna, el espacio se ha convertido en la última colina, y allí EE.UU. es el rey indiscutible.

Ahora, mientras China y Rusia tratan agresivamente de desafiar la superioridad de EE. UU. en el espacio con ambiciosos programas espaciales militares propios, la lucha de poder amenaza con desatar un conflicto que podría paralizar la infraestructura planetaria basada en el espacio. Y a pesar de que podría comenzar en el espacio, tal conflicto encendería fácilmente la guerra generalizada en la Tierra.

Las tensiones de larga data se están acercando a un punto de ebullición debido a varios eventos, incluyendo pruebas recientes y en curso de posibles armas anti-satélite por parte de China y Rusia, así como el fracaso ocurrido el mes pasado de las conversaciones que se dieron en las Naciones Unidas para aliviar esas tensiones.

Al testificar ante el Congreso a principios de este año, el director de Inteligencia Nacional, James Clapper, se hizo eco de las preocupaciones de muchos funcionarios gubernamentales de alto nivel sobre la creciente amenaza para los satélites de EE. UU., diciendo que tanto China como Rusia están “desarrollando capacidades para negar el acceso a un conflicto”, como los que podrían entrar en erupción sobre las actividades militares de China en el Mar Meridional de ese país, o Rusia en Ucrania. China, en particular, dijo Clapper, ha demostrado “la necesidad de interferir, dañar y destruir” satélites de EE.UU., en referencia a una serie de pruebas de misiles anti-satélite chinos, que comenzaron en 2007.

Hay muchas maneras de desactivar o destruir satélites más allá de, provocativamente, hacerlos volar con misiles. Una nave espacial podría simplemente acercarse a un satélite y rociar pintura sobre su lente, o romper manualmente sus antenas de comunicación, o desestabilizar su órbita. Los láseres pueden utilizarse para desactivar temporalmente o dañar definitivamente los componentes de un satélite, en particular sus delicados sensores, mientras que ondas de radio o microondas pueden bloquear o secuestrar transmisiones hacia o desde los controladores de tierra.

En respuesta a estas posibles amenazas, la administración Obama ha presupuestado por lo menos 5.000 millones de dólares en los próximos cinco años para destinarlos a mejorar tanto las capacidades defensivas como ofensivas del programa espacial militar de Estados Unidos. Ese país también está tratando de abordar el problema a través de la diplomacia, aunque con poco éxito: a finales de julio en las Naciones Unidas, las esperadas discusiones se estancaron en un borrador de código de conducta elaborado por la Unión Europea para los países con capacidad para la exploración espacial debido a la oposición de Rusia, China y otros países, incluidos Brasil, India, Sudáfrica e Irán. El fracaso ha dejado en el limbo las soluciones diplomáticas para la creciente amenaza, lo que probablemente lleve a años de debates al interior de la Asamblea General de la ONU.

“La conclusión es que Estados Unidos no quiere conflictos en el espacio”, dice Frank Rose, secretario adjunto de Estado para el control de armas, la verificación y el cumplimiento, que ha liderado los esfuerzos diplomáticos estadounidenses para prevenir una carrera de armas espaciales. EE.UU., dice Rose, está dispuesto a trabajar con Rusia y China para mantener el espacio seguro. “Pero déjeme dejarlo bien claro: vamos a defender nuestros recursos espaciales si son atacados”.

Armas espaciales ofensivas ya probadas

La perspectiva de una guerra en el espacio no es nueva. Temiendo el lanzamiento de armas nucleares soviéticas desde órbita, EE.UU. comenzó a probar armas anti-satélite a finales de 1950. Incluso probó bombas nucleares en el espacio antes de que las armas orbitales de destrucción masiva fueran prohibidas por el Tratado del Espacio Exterior de la ONU en 1967.

Después de la prohibición, la vigilancia basada en el espacio se convirtió en un componente crucial de la Guerra Fría, donde los satélites sirven como una parte de elaborados sistemas de alerta temprana para el despliegue o lanzamiento de armas nucleares terrestres. Durante la mayor parte de la Guerra Fría, la Unión Soviética desarrolló y probó “minas espaciales”, que eran naves auto-detonantes que podrían buscar y destruir satélites espías de Estados Unidos acribillándolos con metralleta.

En la década de 1980, la militarización del espacio alcanzó su punto máximo con la multimillonaria Iniciativa de Defensa Estratégica de la administración Reagan, conocida como Star Wars, para desarrollar contramedidas orbitales para misiles balísticos intercontinentales soviéticos. Y en 1985, la Fuerza Aérea de Estados Unidos llevó a cabo una clara demostración de sus capacidades formidables, cuando un avión de combate F-15 lanzó un misil que sacó de la órbita de la Tierra a un satélite defectuoso de Estados Unidos.

A pesar de todo, no surgió una carrera armamentista generalizada ni conflictos directos. Según Michael Krepon, experto en control de armas y cofundador del Centro Stimson —un think tank en Washington DC—, eso sucedió porque tanto EE.UU. como la URSS se dieron cuenta de lo vulnerable que eran sus satélites —particularmente aquellos que están en órbitas geosíncronas de unos 35.000 kilómetros o más. En efecto, esos satélites se ciernen sobre más de un punto en el planeta, transformándose en blancos fáciles. Pero debido a que cualquier acción hostil contra esos satélites podría escalar fácilmente a un intercambio nuclear global en la Tierra, ambas superpotencias se echaron atrás. “Ninguno de nosotros firmó un tratado sobre esto”, dice Krepon. “De manera independiente, ambos llegamos a la conclusión de que nuestra seguridad estaría peor si fuéramos detrás de esos satélites, porque si uno lo hace, entonces el otro también lo haría”.

Hoy, la situación es mucho más complicada. Las órbitas bajas y altas de la Tierra se han convertido en focos de la actividad científica y comercial, llenas de cientos y cientos de satélites de unos 60 países. A pesar de sus propósitos en gran medida pacíficos, todos los satélites están en riesgo, en parte porque no todos los miembros del creciente club de potencias espaciales militares están dispuestos a jugar con las mismas reglas, y no lo necesitan, porque las reglas permanecen sin escribirse.

La basura espacial es la mayor amenaza. Los satélites compiten por el espacio a altas velocidades, por lo que la forma más rápida y sucia de matar a uno es simplemente lanzar algo en el espacio para ponerse en su camino. Incluso el impacto de un objeto tan pequeño y de baja tecnología como una canica puede desactivar o destruir totalmente un satélite de mil millones de dólares. Y si una nación utiliza un método tan “cinético” para destruir el satélite de un adversario, fácilmente también puede crear escombros aún más peligrosos, potencialmente generando una reacción en cadena que transforme a la órbita de la Tierra en un “derby de demolición”.

En 2007 los riesgos derivados de los desechos se dispararon cuando China lanzó un misil que destruyó uno de sus propios satélites meteorológicos en la órbita baja de la Tierra. Esa prueba generó un enjambre de fragmentos capaces de permanecer en el tiempo y que constituyen casi una sexta parte de todos los escombros rastreables por radar que hay en órbita. EE.UU. respondió de la misma manera en 2008, reutilizando un misil balístico lanzado desde un barco para derribar un satélite militar estadounidense que funcionaba mal, poco antes de que se desplomara en la atmósfera. Esa prueba también produjo basura peligrosa, aunque en menor cantidad, y los escombros duraron menos porque ocurrió a una altitud mucho más baja.

Más recientemente, China ha puesto en marcha lo que muchos expertos dicen que son pruebas adicionales de armas cinéticas anti-satélites terrestres. Ninguno de estos lanzamientos posteriores han destruido satélites, pero Krepon y otros expertos dicen que esto se debe a que los chinos están ahora simplemente probando a fallar, en lugar de golpear, con la misma capacidad hostil como resultado final. La última prueba ocurrió el 23 de julio del año pasado. Los funcionarios chinos insisten en que el único propósito de las pruebas es la defensa pacífica antimisiles y la experimentación científica. Pero una prueba de mayo de 2013 envió un misil volando a 30.000 kilómetros sobre la Tierra, acercándose al refugio seguro de los satélites geosíncronos estratégicos.

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