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jueves, 10 de julio de 2014

Tamara Falcó, hija de Isabel Preysler , narra con naturalidad y sencillez su conversión.


Falcó, una inesperada conversión
 tras leer la Biblia


Hija de una famosa y un marqués, hermana de Julio (Jr.) y Enrique Iglesias

Narra con naturalidad y sencillez su conversión. Tiene la dulzura de sus ancestros filipinos maternos. En las jornadas “Católicos y Vida Pública”, Tamara Falcó, hija de Isabel Preysler –casada tres veces--, y del marqués de Grignon, contó su encuentro con Jesucristo. Licenciada en comunicación por la Universidad de Boston y máster en marketing de moda, su famosa familia es habitual de las revistas de papel cuché.


Protagonista de un reality show --We love Tamara, en Cosmopolitan TV, treintañera, dice con desarmante naturalidad que el Señor crece día a día en su interior. A la pregunta de si es feliz, responde: “Estoy en camino, en proceso de salvación. Necesito tiempo de paz y de oración. La plenitud la alcanzaré cuando llegue al cielo”.

Fue entrevistada en Bilbao, por Koldo Domínguez, en el encuentro de católicos y vida pública. “Tiene un pasado de fama, glamour, revistas del corazón”, dice el entrevistador: “No son cosas opuestas –responde Tamara--. Todo el que se bautiza es hijo de Dios y hay dos tipos de pobreza: la material y la espiritual. Yo no tenía pobreza material pero sí espiritual. Es erróneo pensar que Dios no quiere a la gente rica. Puedes ser muy pobre y estar todo el día empeñado en conseguir riquezas o puedes ser muy rico y no darle importancia. Lo esencial es ver dónde está puesto tu corazón”.

¿Qué tenía de malo su modo de vida anterior?

--La ausencia de Dios. Jesús resume todo en dos mandamientos: ‘Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo’. Creo que es imposible amar al prójimo si no amas a Dios primero. Sin esos dos cimientos, mi vida se basaba en buscar superarme en el trabajo, ganar más dinero, tener cosas materiales, los novios más estupendos...”.

¿Y no era feliz?

--El Señor me dejó que yo tuviera todas esas cosas y que descubriera el vacío. Lo tenía todo y a la vez era infeliz y estaba insatisfecha. El mundo no te puede ofrecer lo que Dios te da. Pero Él nos ha puesto en el mundo y somos seres materiales, así que una cosa no quita la otra.

Lo suyo sí que fue una caída del caballo, como san Pablo. ¿Le dieron miedo esas nuevas sensaciones?

--Todo lo contrario. En el momento en el que empiezo a leer la Biblia me encuentro mejor. Estaba sedienta y alguien me dio agua. Fui al retiro del padre Ghislain [Ghislain Roy, sacerdote de la diócesis de Quebec]. Me impuso las manos y me dejó muy claro que el diablo existe y que la única forma que tenía de cerrarle las puertas era a través de la confesión. Y me pasé todo el fin de semana en el confesionario.

¿A qué ha renunciado desde su conversión?

--A nada. He ganado en todos los aspectos. Sí he renunciado a echarme toda la carga encima. Me gusta saber que hay un Padre que cuida de mí, que me está esperando, que me escucha y tiene paciencia. Mi único miedo es no poder seguirle, ser la semilla que cae en tierra mala”.

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