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sábado, 1 de junio de 2013

El poder militar del Estado influye en su estrategia de balance. Careciendo de poder militar, los Estados se ven en la necesidad de recurrir a estrategias de balance externo...



por JUAN MANUEL PIPPIA


En el comienzo del siglo 21, China es quien desafía la hegemonía de USA y sus aliados de la OTAN. Para ello, China cuenta con el apoyo de Rusia, el gran derrotado por USA sobre el final del siglo 20, y de un abanico de potencias emergentes o con ambición de ser emergentes.

Pero ¿cuál ha sido la trayectoria de la consolidación de China?

DEF, la publicación de Fundación Taeda (que preside Mario Montoto), realizó un informe al respecto:

"Puede afirmarse como tendencia que China preferirá mantener los mayores grados de independencia en su política exterior y, por consiguiente, habrá pocos espacios para las alianzas. Pudiendo por sí solos balancear a EE. UU., los líderes en Beijing no verán con buenos ojos establecer alianzas. Esto se explica por dos motivos. Por un lado, los potenciales aliados difícilmente puedan aportar un poderío militar similar al que ya aporta China. Y por otra parte, la alianza podría comprometer a China en campañas que dilapiden sus recursos militares en objetivos no estratégicos, ni vitales para Beijing."
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Conclusiones

Aplicando el marco teórico del Realismo Neoclásico, se indagó cómo la República Popular China hizo frente a los distintos desafíos internacionales que se le presentaron a lo largo del período 1971-2008. Se focalizó el análisis en la evolución de su estrategia internacional, los cambios ocurridos en su estrategia de balance, la relación con las superpotencias, las percepciones de su dirigencia política sobre las amenazas y su autopercepción sobre su poder relativo.

En relación a estas decisiones, surge el núcleo duro de la investigación y en función de ordenar su entendimiento se distinguirán dos partes. En la primera parte, se comprenderá a la hipótesis y la conclusión que de ella se deriva. Y en la segunda parte, se desarrollarán tendencias que se desprenden a partir del presente artículo.


En cuanto a la primera parte, puede afirmarse que la presente investigación pudo corroborar la siguiente hipótesis: “El poder militar del Estado –definido por sus mecanismos de movilización de recursos y la percepción de su dirigencia política– influye en la estrategia de balance”.

A lo largo del primer período estudiado (1971-1991), la RPCh fue débil en términos militares. Su industria militar no era avanzada, su gasto militar se hallaba limitado a su pobre PBI y su dirigencia política fácilmente percibió que su poder militar no le permitiría ganar una guerra contra la URSS. Desde esa lectura, la dirigencia política china decidió sacrificar grados de independencia en su política exterior para conseguir balancear a la URSS vía una alianza con EE. UU. De esta forma, el primer período de la investigación permite corroborar la primera hipótesis auxiliar: “A menor poder militar del Estado, menor independencia en su política exterior y mayor propensión a establecer alianzas”.

En cambio, en la segunda etapa investigada (1991-2008), se puede corroborar la creciente fortaleza militar de la RPCh. Dicha fortaleza descansa en el sostenido y acelerado crecimiento económico, el cual le permitió a Beijing extraer más recursos para su gasto militar, reformar sus industrias militares y modernizar a sus Fuerzas Armadas. Los líderes del Estado pudieron percibir que su poderío militar se había incrementado y para mediados de la década de 2000, distintos especialistas militares señalaban que China se encontraba a 20 años de distancia de rivalizar de igual a igual con EE. UU. (Cliff, 2006; y Tai, 2009). Este creciente poderío militar le dio una mayor independencia en su política exterior y, aun en el marco de una estrategia internacional cooperativa –tal como es la “nueva diplomacia de seguridad”–, Beijing decidió que cuando sus intereses vitales se hallasen en juego (Taiwán, Mar Meridional Chino, etc.) debía balancear a Washington. Así, el segundo momento de la investigación permite corroborar la segunda hipótesis auxiliar: “A mayor poder militar del Estado, mayor independencia de su política exterior y menor propensión a establecer alianzas”.

Consecuentemente, puede concluirse que el poder militar del Estado influye en su estrategia de balance. Careciendo de poder militar, los Estados se ven en la necesidad de recurrir a estrategias de balance externo; es decir buscar alianzas para balancear amenazas reales o percibidas por su dirigencia política. Con un mayor poder militar, los Estados no se ven en la necesidad de recurrir a alianzas y optan por enfrentar las amenazas a través de una estrategia de balance interno.

En cuanto a la segunda parte, puede afirmarse como tendencia que China preferirá mantener los mayores grados de independencia en su política exterior y, por consiguiente, habrá pocos espacios para las alianzas. Pudiendo por sí solos balancear a EE. UU., los líderes en Beijing no verán con buenos ojos establecer alianzas. Esto se explica por dos motivos. Por un lado, los potenciales aliados difícilmente puedan aportar un poderío militar similar al que ya aporta China. Y por otra parte, la alianza podría comprometer a China en campañas que dilapiden sus recursos militares en objetivos no estratégicos, ni vitales para Beijing. En ese sentido, Luttwak señala que Hitler perdió valiosas unidades militares –que podrían haberse utilizado contra la Unión Soviética– luchando en un área periférica –como lo fue el Mediterráneo y el Norte de África– en función de asistir a Mussolini en su condición de aliado (Luttwak, 1983). Desde esta perspectiva, las alianzas quedarían relegadas a Estados que busquen plegarse a China en función de hacerse con beneficios pero que puedan contribuir significativamente frente a un hipotético conflicto contra EE. UU. Este tipo de alianza es lo que Randall Schweller denomina “plegarse por beneficios” (bandwagoning for profit) (Schweller, 1994).

Rusia sería un Estado que podría entrar en esta categoría. Por un lado, Moscú podría capitalizar la distracción de Washington para hacer avanzar sus intereses en regiones como el Cáucaso, Medio Oriente y quizás en las zonas de Europa Oriental que no fueron cubiertas por la OTAN. Siguiendo a Schweller, Rusia podría comportarse como un “chacal” que se alimenta de las oportunidades que brindan las cacerías del “lobo”, personificado en este caso por China (Schweller, 1998). Por otra parte, Rusia como aliada significaría para China que su mayor frontera terrestre se encontraría estabilizada, no demandaría recursos militares y así podría concentrarlos contra EE. UU.

Otro país que podría establecer una alianza con China podría ser Myanmar, que contribuiría significativamente por su localización geográfica. El país se encuentra en el océano Índico, sobre el golfo de Bengala, y es el paso previo al estrecho de Malaca, principal punto de estrangulamiento de las líneas marítimas de comunicación que conectan al Índico con el Pacífico. Actualmente, Beijing se encuentra fuertemente vinculado con Rangún y distintos analistas especulan que Myanmar podría transformarse en una base naval china. Teniendo en cuenta que la rivalidad con EE. UU. es –y será más fuerte en el futuro– naval, las bases que la RPCh pueda colocar en distintos puntos estratégicos y le permitan ganar proyección son de capital importancia (Holmes y Yoshihara, 2008; y Mearsheimer, 2010).

Frente a un escenario internacional que parecería anticipar una profundización de la rivalidad y de la competencia geopolítica sino-estadounidense (Friedberg, 2011), el Realismo Neoclásico y su foco en la interacción entre el sistema internacional y la estructura interna de los Estados se ofrece como un instrumento útil para explicar las opciones estratégicas que las grandes potencias podrían emprender.


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