Detrás de la agitación social en Brasil
por Mary Anastasia O'Grady
Existen reclamos en contra de una mala gestión del gobierno y la corrupción, eso nadie lo duda. Pero los manifestantes necesitan organizadores y mis indagaciones sugieren que los adversarios políticos de Dilma Rousseff en la izquierda radical están trabajando a sol y sombra para poner en práctica la famosa frase de Rahm Emanuel, el ex jefe de gabinete del gobierno de Barack Obama: nunca desperdicie una crisis.
La respuesta de Rousseff determinará si Brasil se mantiene fiel a la evolución emprendida hace varias décadas hacia un capitalismo democrático o vuelve a caer en los años 70. Sería bueno que recuerde las palabras de la primera ministra británica Margaret Thatcher, que decía que quienes se quedan parados en el medio de la carretera son arrollados.
Durante los ocho años que el presidente del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) Luiz Inácio Lula da Silva gobernó Brasil (2002-2010), personas ajenas se maravillaron de la moderación del ex líder sindical amigo de los Castro. Hugo Chávez convirtió a Venezuela en un pantano socialista. Pero Lula, quien alguna vez propuso que Brasil debería caer en una cesación de pagos de su deuda externa y otras perogrulladas socialistas, respetó el poder de los mercados internacionales de capital.
Lula trató de asegurarles a los inversionistas de que Brasil estaba listo para hacer negocios. La estabilidad cambiaria, una política energética que permitía la participación de empresas extranjeras y ganancias competitivas en agricultura le dieron a Brasil la apariencia de un país que empezaba a despertar del letargo de un Estado omnipresente. Gestores globales de dinero le dieron el visto bueno. Con una clase media en crecimiento, Brasil se convirtió en la niña mimada de Wall Street.
Los constituyentes de Lula en la izquierda radical no estaban conformes. Habían esperado mucho tiempo para que su candidato llegara al poder. Lo que no lograron con las balas en los días de la guerra de guerrillas, lo obtuvieron en las urnas, librando al país de cualquier semblanza de capitalismo, o al menos eso fue lo que creyeron. Lula no cumplió tales promesas, lo que fue interpretado como una traición.
El problema de los socialistas radicales fue que los brasileños empezaron a prosperar gracias a las políticas de cuasi-mercado de Lula. La baja inflación y un nuevo programa de asistencia social para los más pobres erosionaron el atractivo del radicalismo. Mientras el capital seguía llegando a raudales a Brasil, el real se mantuvo fuerte y el futuro lucía prometedor. Las expectativas se elevaron.
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