Todo esto era inaceptable en la Unión Soviética: en vez de la comunidad pequeña, el hombre soviético debe sumergirse en la masa anónima; en vez de apartarse del mundo, el hombre soviético está obligado a militar en el sistema; en el lugar de la oración, deberá repetir las consignas del partido; la imitación de Cristo será sustituida por la alabanza al líder del Partido. Por eso, la vida monástica en la Unión Soviética fue perseguida… y aparecieron nuevas formas de vivirla en clandestinidad.
La llegada del comunismo
En 1917 en el Imperio Ruso había unos 100.000 religiosos, novicios de ambos sexos y seglares residentes en monasterios ortodoxos. Con la llegada del comunismo, muchos fueron asesinados. Otros fueron incorporados a la vida soviética, casados y secularizados.
En enero de 1918 Lenin publica su decreto de “separación” de la Iglesia y el Estado.
En realidad, lo que hacía el decreto era quitar toda condición jurídica a las entidades religiosas en la República Soviética de Rusia y, ya de paso, confiscar-nacionalizar sus bienes.
La primera etapa de cierre de monasterios tuvo lugar durante la guerra civil, de 1917 a 1923. Mijail Bokov, en un artículo en Pravmir.ru, establece que hasta el final de la guerra se cerraron de 600 a 700 monasterios.
Reconvertirse en comunas
El primer truco que intentaron monjes y monjas fuepresentar sus comunidades como “comunas” o “cooperativas”. Esperaban que, al menos en zonas rurales y lejanas, les dejasen en paz. Pero no funcionó: antes de 1925 las autoridades soviéticas ya habían cerrado los monasterios más grandes, y los pequeños y lejanos fueron cerrados sistemáticamente antes de 1929.
En las zonas fronterizas con Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, muchos cristianos en territorio soviético intentaban nutrirse espiritualmente de los monjes y monasterios católicos y ortodoxos de esos países adyacentes. Cuando la URSS en 1939 se anexionó los países bálticos y el este de Polonia dejó allí algunos monasterios sin desmantelar, que serían un polo espiritual hasta la caída del Muro en 1989. Pero en el resto del territorio soviético, si bien algunas parroquias eran toleradas aquí y allá (siempre vigiladas y limitadas a distribuir los sacramentos), el Estado hizo desaparecer las comunidades monásticas.
Vida monacal clandestina
Hubo monjes y monjas que decidieron seguir viviendo al estilo monástico en la clandestinidad, y para eso desarrollaron nuevas comunidades subterráneas con prácticas “discretas”. Alexey Beglov, doctor en Historia y autor de varios libros sobre la vida clandestina de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia del s. XX ha estudiado sus prácticas.
Beglov señala documentos de 1922 (apenas 4 años después del decreto de Lenin) que muestran que habían surgido “de la nada” al menos dos comunidades monásticas clandestinas en San Petersburgo, formadas por jóvenes postulantes y novicios que no se resignaban a renunciar a la vocación monástica.
En Moscú, uno de los semilleros de monacato clandestino fue el monasterio masculino ortodoxo de San Zósimo, a unos kilómetros al norte de la ciudad. De allí venía el higúmeno (abad) Germán Gomzin, organizador y director espiritual de los monjes clandestinos.
En 1919 el abad intentó el truco de presentar el monasterio como una cooperativa agrícola. Funcionó sólo para ganar tiempo hasta su muerte, en 1923. Llegaron entonces las autoridades y desalojaron a los monjes.
La mayoría de ellos se fueron a Moscú, a los edificios del antiguo monasterio Alto de San Pedro, que desde 1918 estaba cerrado como monasterio. Pero su superior, Bartolomé Remov, hijo espiritual del abad Germán, había conseguido “reformular” el sitio como una parroquia.
Parte de las antiguas viviendas de los monjes eran ahora residencia de obreros premiados por el nuevo régimen. A veces, los hijos de los obreros con sus uniformes de pioneros y octobritas (ramas infantiles del Partido) se mezclaban en los patios con los clérigos. Un visitante extranjero escribió en unas memorias: “Los monjes y los parroquianos vienen a la iglesia, esquivando a los niños jugando, con sus pañuelos rojos comunistas en la cabeza, que cantan sus canciones y saltan por la escalera sin prestar atención a la liturgia”.
Los monjes de San Zósimo introdujeron en esta parroquia la liturgia y el estilo de vida monacal.Como confesores y directores espirituales y con una liturgia hermosa, estos monjes contaban con unos dos mil o tres mil feligreses. De estos feligreses, personas con gran sed espiritual, surgían nuevas vocaciones a la vida consagrada.
Faltaban curas... porque los mataban
Lenin murió en 1924 y, con cierto optimismo, las consagraciones clandestinas empezaron hacia 1925. Los recién consagrados rápidamente eran ordenados sacerdotes.
Entre 1917 y la muerte de Lenin en 1924 unos 25.000 eclesiásticos ortodoxos habían sido encarcelados y 16.000 ejecutados, según un estudio de 2004 del doctor en Ciencias Matemáticas Nikolay Yemelianov, de la Universidad Humanitaria San Tijon. Así que la Iglesia Ortodoxa necesitaba sacerdotes.
De 1924 a 1929 la persecución aflojó un poco, pero de 1929 a 1931 se recrudeció: fueron arrestadas 60.000 personas ligadas a la Iglesia Ortodoxa y 5.000 fueron ejecutadas.
En 1929 la URSS instauró la semana de seis días, sin domingo (y sin viernes y sin sábado) para que cristianos, judíos y musulmanes vieran que el tiempo bíblico había acabado y no supieran cuando celebrar su culto semanal. El invento duró 11 años.
La siguiente oleada de persecución fue un baño de sangre inimaginable: en 1937 y 1938 fueron ejecutados 100.000 cristianos ortodoxos por su relación con la iglesia, y otros 200.000 deportados o represaliados.
Y los primeros en caer eran los nuevos monjes jóvenes, recién ordenados sacerdotesclandestinamente. De hecho, la comunidad de monjes ligada a Alto de San Pedro fue desmantelada en 1935. Pero la rama femenina se mantuvo en células clandestinas hasta 1969.
Las comunidades femeninas podían crecer más y capear las persecuciones durante más tiempo y con más éxito que las masculinas. Los monjes que habían dejado San Zósimo fueron pastores espirituales de toda una red monástica femenina en pleno Moscú. A partir de 1941, con la Segunda Guerra Mundial afectando ya a Rusia, el régimen de Stalin dejó de dedicar recursos a la persecución religiosa activa.
Monjas científicas, sin hábito ni pañuelo
¿Cómo vivían aquellas mujeres, consagradas en secreto? No llevaban hábitos monacales. Existe una carta-instrucción del padre Ignacio dirigida a la madre Ksenia, una de las monjas, sobre cómo ha de comportarse.
El padre Ignacio desarrolla la idea de camuflaje cotidiano. “No se ponga pañuelo negro en la iglesia, no se ponga el hábito ni en casa, no pronuncie su nombre monacal ni cuando se confiese, dilúyase por completo entre las feligresas de la parroquia”, dice la carta.
Las creyentes de a pie que iban a la iglesia a alguna misa o a poner alguna vela podían ver allí algunas mujeres que vestían “moderno” e –irrespetuosas- no se tapaban el cabello con pañuelo. No sabían, no debían saber, que se trataba de monjas clandestinas, llamadas a una vida de comunidad y oración continua… pero invisible.
Trabajos para monjas clandestinas
Una cuestión de dudas para los consagrados clandestinos era el empleo. Una cosa es trabajar en el monasterio con los hermanos, con una regla comunitaria. Y otra cosa muy distinta vivir en un ambiente hostil y mundano.
En esta cuestión, para el padre Ignacio y todos los padres de San Pedro, la clave estaba en la orientación interior. Enseñaban al consagrado y a las consagradas aaceptar cada empleo como una obediencia monacal. Incluso quien trabajase en una entidad soviética, en una fábrica, de todos modos podía ofrecerlo y vivirlo como obediencia a Dios.
Posiblemente, gracias a esta estrategia las comunidades monacales femeninas de San Pedro resultaron tan resistentes.
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