Una encrucijada entre dirigencia y sociedad
por Gabriela Pousa
Hay una suerte de cofradía en Balcarce 50. Ni siquiera Néstor Kirchner podría disputarle ese primer puesto, recuérdese que frente a las evidencias explícitas, sacó a Felisa Micelli de Economía. Luego, Cristina la retornó ofreciéndole un cargo, una especie de amnistía en un foco infeccioso donde el pus aflora por todos lados.. Esa misma amnistía encubierta, parcial y a conveniencia rige para quienes mataron en los ’70. Los montoneros están subsidiados, los militares presos aún superando los 80 años y no teniendo proceso ahí están, esperando.
Es verdad que si en este momento, la mandataria, tuviera que echar a cada funcionario sospechado o imputado por la justicia se quedaría sin gabinete y sin aplausos para adornar cada uno de sus actos. Pero lo trascendente es observar de qué modo, el gobierno se convierte en un rejunte de imputados judicialmente y sospechados. Por más que haya internas en su seno, nadie puede tirar la primera piedra ni acusar al compañero. Saldría salpicado.
En ese contexto, el kirchnerismo necesita adoptar otro relato. Ya no sirve aquel "traje a rayas para evasores" que pedían en mayo de 2003, ni es válido el discurso igualitario. Hay una ley para ellos y otra para el pueblo. Hay una Justicia ciega y otra espiando por sobre la venda. Hay un Norberto Oyarbide que con su sola presencia corrobora la dependencia del Poder Judicial del Ejecutivo Nacional.
En definitiva, con la república ha muerto la credibilidad en la dirigencia. Y una vez perdida, la confianza fácilmente no se recupera. Por esa razón el desesperado pedido de "amor, amor, amor" de Luis D’Elia en televisión fue considerado un "acting" más que un gesto con argumento en la razón aún cuando muchos puedan adherir con su desaforada prédica mediática.
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