Caudillos e instituciones
por James Neilson
por James Neilson
Debería de ser muy fácil ser opositor en la Argentina actual. Al fin y al cabo, con generosidad enorme, todos los días el gobierno de Cristina entrega a sus adversarios nuevos pretextos para criticarlo: salidas de presos peligrosos recién condenados, una recesión autoprovocada que está machacando la economía, una tasa de inflación que está entre las más elevadas del mundo civilizado, el cepo cambiario que enfurece tanto a los viajeros como a los muchos ahorristas que, por motivos comprensibles, no confían en el peso, casos esperpénticos de corrupción protagonizados por kirchneristas emblemáticos, una antología cada vez más extensa de dislates verbales y así, largamente, por el estilo.
En otras latitudes, tales despropósitos hubieran resultado ser más que suficientes como para hundir a cualquier gobierno por eficaz que hubiera sido su gestión; aquí, en cambio, una proporción sustancial de la ciudadanía reacciona con indiferencia frente a los abusos más impactantes, tratándolos como anécdotas acaso pintorescas pero, en el fondo, carentes de importancia. ¿Por qué? Tal vez porque el grueso de la población, aleccionado por lo que sucedió apenas diez años atrás al desplomarse la convertibilidad bajo una cantidad insostenible de deudas, prefiere aferrarse al principio resumido por el refrán derrotista: más vale malo conocido que bueno por conocer. También incide la cultura política caudillista; los cambios pueden resultar traumáticos.
En otras latitudes, tales despropósitos hubieran resultado ser más que suficientes como para hundir a cualquier gobierno por eficaz que hubiera sido su gestión; aquí, en cambio, una proporción sustancial de la ciudadanía reacciona con indiferencia frente a los abusos más impactantes, tratándolos como anécdotas acaso pintorescas pero, en el fondo, carentes de importancia. ¿Por qué? Tal vez porque el grueso de la población, aleccionado por lo que sucedió apenas diez años atrás al desplomarse la convertibilidad bajo una cantidad insostenible de deudas, prefiere aferrarse al principio resumido por el refrán derrotista: más vale malo conocido que bueno por conocer. También incide la cultura política caudillista; los cambios pueden resultar traumáticos.
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