“por qué la creación de sistemas totalitarios fue imprevista y,
durante mucho tiempo, desconocida tanto por la derecha liberal
como por una amplia fracción de la izquierda”
La pregunta me parece pertinente en la Venezuela actual, pues aquí, de la mano del sistema comunista castrista, desde hace varios años ha avanzado un proceso –que lideró el fallecido presidente Chávez- de destrucción de la democracia y de configuración de un régimen de rasgos totalitarios. Creo que los venezolanos, aún hoy, ganaremos mucho escuchando el alerta de Lefort, cuando dijo que había que “sospechar de la idea de que la democracia ya no tiene enemigos” (1).
A 9 años de desaparecida la Unión Soviética, con el título de este artículo, dictó Claude Lefort una brillante conferencia al instalarse los Archivos Hannah Arendt en Berlín. Comenzó su disertación constatando que desde su nacimiento, en 1917, hasta su desaparición, en 1991, la naturaleza del régimen socialista instaurado en la URSS fue objeto de un debate teórico permanente a nivel mundial. Debate en el que tomaron partido dos bandos irreconciliables: los fanáticos defensores de aquel régimen ubicados “dentro de la izquierda” y sus acérrimos adversarios atrincherados “dentro de la derecha”.
Sin embargo, con respecto al comunismo soviético, a nuestro autor poco le importaba delimitar los bandos, su interés principal era destacar una peligrosa omisión de las democracias occidentales que planteó a través de la siguiente pregunta:
“por qué la creación de sistemas totalitarios fue imprevista y, durante mucho tiempo, desconocida tanto por la derecha liberal como por una amplia fracción de la izquierda”
La pregunta me parece pertinente en la Venezuela actual, pues aquí, de la mano del sistema comunista castrista, desde hace varios años ha avanzado un proceso –que lideró el fallecido presidente Chávez- de destrucción de la democracia y de configuración de un régimen de rasgos totalitarios. Creo que los venezolanos, aún hoy, ganaremos mucho escuchando el alerta de Lefort, cuando dijo que había que “sospechar de la idea de que la democracia ya no tiene enemigos”.
“Deber de memoria” y “Deber de pensar”
Para profundizar en la peligrosa omisión mencionada, Lefort va a convocarnos a “pensar”. Parte de compartir la idea de que los abominables crímenes estalinistas –en los campos de concentración (GULAG) y por las hambrunas- nos obligan a no olvidarlos y a mantener lo que se ha llamado el “deber de memoria” hacia los millones de víctimas. Pero, él da un paso más adelante que es un aporte significativo. Sostiene que el deber de memoria corre el riesgo de resultar ineficaz si no va acompañado del “deber de pensar” porque el renunciar a pensar “fue una de las condiciones para el establecimiento del totalitarismo”. Por tanto, recrimina con dureza que “los occidentales permanecieron ciegos frente al sistema totalitario que se estableció en Rusia”.
Lefort va a dar un último rodeo para encarar la pregunta que ha quedado en el aire. Pasa revista a las diferentes 4 tesis interpretativas que la izquierda mundial dio de la naturaleza sui generis de sistema comunista soviético:
1) la revolución proletaria se produjo en un país donde el capitalismo todavía no desarrollaba las fuerzas productivas; por tanto, la dictadura de partido y el recurso al terror fueron debidos al atraso de Rusia,
2) la sociedad socialista que emergió de la estatización de los medios de producción creó “provisionalmente” una burocracia parasitaria
3) el avance hacia una sociedad industrial dio origen como un producto natural a una clase burocrática
4) la estatización de los medios de producción desarrolló un capitalismo de estado (concepto antimarxista, de paso) que dirigía una “nueva” burocracia.
Observa Lefort una idea común en esas interpretaciones, la cual despeja el camino para responder a la pregunta que ha quedado sin respuesta: por qué la tardanza occidental en denunciar el carácter totalitario del régimen socialista ruso.
Ocultamiento izquierdista: Democracia vs Totalitarismo
Encuentra el autor que todas aquellas interpretaciones se concentran en dar una explicación del comunismo soviético en términos económicos. Se reducen a analizar las llamadas “relaciones sociales de producción” de la jerga marxista. Desde el comienzo, entonces, apartan el componente político del régimen de toda consideración, con lo cual excluyen el examen del socialismo como régimen sociopolítico y, corolario lógico, ocultan su carácter totalitario.
Por décadas, la discusión sobre la propiedad de los medios de producción, privada o estatal, fijó el debate para optar sólo entre el par de opuestos: Capitalismo vs Socialismo. La argumentación se circunscribía a cual era el mejor mecanismo de asignación de recursos económicos entre el par derivado del anterior: Mercado vs Planificación Central. En tal contexto, quedaba enterrado el por demás importante par de opuestos proveniente de la esfera política: Democracia vs Totalitarismo.
Obviamente, que la tardanza que denuncia Lefort se refiere a la de las democracias europeas porque la idolatría hacia el socialismo de la URSS y la revolución cubana de la intelectualidad izquierdista de América Latina, que colonizó por décadas las facultades de ciencias sociales, nunca permitió, prácticamente hasta el día de hoy, que el totalitarismo fuese tema de investigación o de debate. Impedía, así, que el socialismo estalinista y castrista fuesen agrupaos en un mismo concepto con regímenes semejantes como el nazismo y el fascismo.
Juguete nuevo: Neoliberalismo vs Estatismo
Con la muerte de la URSS, la intelectualidad de izquierda latinoamericana, para salir del luto, encontró un juguete nuevo en el par de opuestos: Neoliberalismo vs Estatismo. Y sigue pensando que el fenómeno totalitario nunca existió ni en la URSS ni en Cuba. Situación que, además, explica por qué la obra de Hannah Arendt, en particular Los Orígenes del Totalitarismo, nunca haya entrado en nuestros círculos académicos.
Para finalizar, expresemos nuestra preocupación por la mancha de importantes rasgos totalitarios que se ha extendido por Venezuela: culto a la personalidad; concentración de los poderes en el ejecutivo, incluidas fuerzas armadas y policiales; sustitución de la ley por la voluntad gubernamental; establecimiento de una verdad oficial; pretensión de perpetuarse en el poder por las buenas (fraude electoral) o por las malas (con apoyo armado), persecución de opositores acusados de traidores a la patria; etc. Precisamente, para que nos ayude a pensar con la debida atención que hay que prestar a esta realidad trajimos a colación la ponencia del fallecido Prof. Lefort.
Leer aquí: www.marthacolmenares.com
(1) Leer aquí el texto de la conferencia de Lefort:
"Negarse a pensar el totalitarismo"
por Claude Lefort - Conferencia pronunciada en el año 2000 con motivo de la instalación de los Archivos Hannah Arendt en Berlín
- La primera es que el terror se ejerció, en gran medida, sobre una masa de gente ordinaria, que obedecía las órdenes recibidas, y que las víctimas se sometieron a la regla de la confesión, hasta el punto de renunciar a su inocencia: ejemplo extremo de la servidumbre voluntaria.
- La segunda razón es que —aquí me sumo a la fina observación de Quinet— esta servidumbre estuvo acompañada, entre los militantes comunistas, de una movilización de la inteligencia, de una extraordinaria proliferación de argumentos sofísticos.
Harold Rosenberg, un escritor que formaba parte de la izquierda liberal estadounidense, señalaba con un humor sombrío (en uno de los ensayos de The Tradition of the New [La tradición de lo nuevo], publicado en la década de 1950) que el militante era un intelectual que no tenía necesidad de pensar (Rosenberg, 1960: 184).
Intelectual, en el sentido de que se mostraba capaz de hacer razonamientos artificiosos para explicar o justificar, en cualquier circunstancia, la línea del partido. Ahora bien, señalémoslo una vez más aquí: cualquiera que sea la seguridad que la ideología le provee al militante, ésta sólo le otorga un saber muy general.
Con todo, le hace falta, al entrar en contacto con los acontecimientos y frente a lo arbitrario de las decisiones de los dirigentes, demostrar cierta inventiva para explicar lo que parece inexplicable. Solzhenitsyn dio ejemplos convincentes de este arte de desbaratar las objeciones del sentido común o de negar las evidencias. "
Primera edición en francés como “Le refus de penser le totalitarisme”, en C. Lefort, Le Temps présent. Écrits 1945-2005, París, Belin, 2007, pp. 969-980.
Traducción del francés al español de Vania Galindo Juárez
Primera edición en francés como “Le refus de penser le totalitarisme”, en C. Lefort, Le Temps présent. Écrits 1945-2005, París, Belin, 2007, pp. 969-980.
Traducción del francés al español de Vania Galindo Juárez
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