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miércoles, 12 de junio de 2013

Es inútil tratar de encontrar coherencia entre las páginas de cultura y las de política de un mismo diario.

¿Quién teme a la moral dominante?

por Ignacio Aréchaga



Es inútil tratar de encontrar coherencia entre las páginas de cultura y las de política de un mismo diario. En las de cultura todo vale, y cuando más transgresor y desinhibido, mejor. En las de política, en cambio, hay que escandalizarse por comportamientos contrarios a las buenas costumbres de un político, sobre todo si es un adversario. No hay que buscar coherencia, pero cuando el choque se produce nada más pasar página en el mismo ejemplar, no deja de llamar la atención.

En un reciente ejemplar de El País (18-05-2013), la sección de Cultura está dedicada al auge de la literatura erótica escrita por mujeres, un género que está pasando de las sombras de Grey a plena luz editorial. Una de las cultivadoras del género, Charlotte Roche, habla de su último libro en el que dice que defiende el matrimonio como institución, pero abierto a experiencias como la prostitución, la pornografía y el libertinaje. “La única solución es acabar con la monogamia y permitir la infidelidad”, si quieres que tu relación dure, es su consejo. El periodista se rinde ante lo que califica de “cóctel explosivo” de tradicionalismo y subversión, y asegura que la escritora se dedica a “ametrallar la moral dominante”. Pero cuando la subversión está al servicio de la industria del best seller, cabe poner en duda dónde está hoy la moral dominante. Roche prefiere creer que “si la gente estuviera más liberada, yo vendería muchos menos libros”, aunque probablemente también ocurriría lo mismo si la gente estuviera liberada del mal gusto literario.

Para liberado, Silvio Berlusconi, que acabó hace tiempo con su monogamia y siempre ha encontrado mujeres dispuestas a participar en sus diversiones. Pero a este hay que pararle los pies. Así que, unas páginas más adelante, el mismo diario dedica un reportaje a “La pesadilla pelirroja de Berlusconi”, la fiscal Ilda Boccassini, también conocida por Ilda la Roja. La fiscal se ha convertido en el símbolo de los magistrados que desde hace años llevan persiguiendo a Berlusconi, por casos de fraude fiscal y abuso de poder, sin que hayan sido capaces de envolverlo en sus redes.

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